La piel de Kevin de Bruyne es tan pálida que cualquier esfuerzo físico pinta su cara completa de rojo, tal como su pelo. Queda la sensación de que colapsará en cualquier momento, que su cuerpo delgado se desvanecerá ante la más mínima exigencia; todo aderezado por su rostro de niño débil y frágil.

Eso mismo pensaron en 2008 los titulares del KRC Genk cuando vieron a un chico de 17 años atarse las botas para entrenar con ellos por primera vez. Hasta ese momento, su cabellera rojiza era lo único digno de atención. "¡Vamos! Corran más. Ataca el espacio para mi pase. ¡Seamos mejores, por favor!", gritaba De Bruyne, desaforado. Sólo era un partido cinco contra cinco.

Los veteranos del Genk no concebían el desparpajo con el que les instruía. Para ellos solo era un novato con exceso de ínfulas. Sin embargo, esa insolencia quedó justificada en el campo. Vieron que aquel joven también hablaba con los pies y que sin importar el escenario, buscaba la perfección.

Esta temporada ganó un doblete con el Manchester City, contribuyendo en la Premier League con ocho goles y 15 asistencias. Una temporada de récord, considerada dentro de las mejores de la historia del fútbol inglés, con él como figura principal.

Pese a su talento, tal éxito fue impensado ya que su primera aventura en suelo británico fue un fracaso. Fichado por el Chelsea en 2012, pasó un buen año con el Werder Bremen para luego regresar a Stamford Bridge, enfocado en ganarse un puesto. Para eso debía convencer a José Mourinho, pero el luso nunca le creyó y lo descartó.

"Si tienes a un jugador golpeando tu puerta y llorando todos los días porque se quiere ir, tienes que tomar una decisión. No estaba listo para competir; era un niño enojado que entrenaba muy mal", fustigó Mou cuando los blues lo vendieron al Wolfsburgo por US$ 24 millones. Abandonó Londres con poco más de 400 minutos jugados y una mancha en su nombre.

En Alemania encontró la redención. Probó que siempre tuvo la razón y su gran actuación le valió ser elegido el mejor jugador de la Bundesliga en 2015. Pronto el City de Manuel Pellegrini se fijó en él. De Bruyne aceptó, siendo su fichaje, en aquel entonces, el segundo más caro en la historia de Inglaterra (US$ 73 millones). Fue el Ingeniero quien peleó por su contratación y le exigió al Jeque Mansour que pagara lo que sea por el volante. El chileno ganó esa batalla y le otorgó Kevin la posibilidad de probar su valía. El pelirrojo, desde ese entonces, no ha defraudado.

Quien hace diez años gritaba en una cancha perdida de Genk, hoy lo hará en San Petersburgo, con el mundo y Mou observando, para clasificar a la final de Rusia.