Tito era, junto con Honorino Landa y Luis Eyzaguirre, uno de los cabros chicos de la Selección del Mundial del 62. Y actuaban como tales. Lo único que querían era jugar al fútbol, tener la pelota todo el día en los pies. Disfrutaba del juego.

Era un muy buen jugador, un referente de Universidad Católica, pero, por sobre todas las cosas, un cabro muy sano. Le gustaba sacar puzzles. Cuando estábamos concentrados, con Armando Tobar jugaban a eso y a cuestiones raras que entendían ellos. También armaban rompecabezas complicados, como portaaviones y barcos. Les costaba, pero los armaban. Nosotros los mirábamos nomás. Nos dábamos cuenta de que lo disfrutaban. Eso habla de un joven sano, buena persona y respetuoso con todos.

Para el 62 estuvimos concentrados entre marzo y junio. Salimos en junio. Y nadie se desmadró nunca. Éramos profesionales ciento por ciento, porque Riera era un gran líder y todos le creíamos y lo respetábamos. A su autoridad, pero sobre todo a la Selección. Sin malos modos ni malas palabras, dominó al grupo. Éramos y somos todos amigos. Con Tito también.

Después, se alejó de nosotros por razones de trabajo, no porque estuviéramos enojados o algo así. Él estaba en los medios y eso le dejaba poco tiempo para compartir. Era el único de nosotros que estaba dedicado a eso. Se perdió un poco el contacto, salvo por teléfono. No participaba con nosotros por su compromiso en los medios, porque los horarios no cuadraban, pero la amistad siempre se mantuvo. Fue porque se separó del mundo futbolístico y se pasó al comunicacional. Tenía otros horarios, otros gustos, que lo alejaron. Funcionaba como un periodista más. Con muchas obligaciones.

El recuerdo es el mejor. Tito Fouillioux fue un cabro bueno. De esa forma puedo definirlo.

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