Emil Feutchmann, el mayor del clan más reconocido del balonmano, es quizás su mayor referente. Su figura es, a todas luces, la de un líder, tanto para sus hermanos como para el equipo nacional, al que retornó a finales del año pasado tras un autoexilio de casi tres años. Fue el arribo del español Mateo Garralda a la banca del sexteto chileno lo que motivó su arribo.

La presencia de Emil en el equipo nacional ocurrió en un momento de refundación, en el inicio de un nuevo proceso en el balonmano chileno, que ahora aspira a cosas grandes. El primer y hasta ahora más importante hito fue la presentación en el Mundial de Francia de este año, donde Chile logró interesantes presentaciones, siendo su juego analizado en distintos sitios especializados.

De hecho, en el cuarta participación nacional en Mundiales fue donde se hizo realidad el primer gran anhelo. Allí, Chile obtuvo una histórica victoria frente a Bielorrusia por la fase de grupos, imponiéndose por 32-28 y soñando hasta el último minuto con conseguir un paso hacia la siguiente fase.

En Francia, Emil fue noticia por su entrega, por sus goles y también por un triste episodio: en el duelo frente a Arabia Saudita, que definía el paso a la siguiente ronda, el mayor de los Feutchmann estuvo valiosos minutos fuera del partido. La razón, aunque parezca ridícula, fue porque el jugador se lastimó y se ensangrentó, ensuciando su única camiseta. Chile no llevó más, pues, hasta ese momento, no contaban con recambios.

Las lágrimas de Emil conmovieron a todos. La rabia e impotencia por no poder evitar la derrota fueron las de un héroe.