Hace cuatro años, en Toronto, comenzó a fraguarse todo. Allá, un recién retirado Mateo Garralda oficiaba de ayudante técnico del equipo puertorriqueño, pero un coqueteo con la dirigencia nacional, que necesitaba urgentemente restaurar a una fracturada selección nacional, vio en el español al artífice para conseguirlo.
Y ayer, tras cuatro años de entrenamientos, sacrificios, reincorporaciones y victorias históricas, Chile cerró otro Panamericano con una final que nadie imagino. Nadie, salvo ellos, que confiaban en que cada estadística que se le ha impuesto a esta selección debe romperse. Cayeron en un partido difícil, pero que demostró que Chile puede dar pelea al más alto nivel. Fue un 27-31 ante Argentina, el campeón de Guadalajara 2011.
Fue un comienzo errático para Chile. Con Argentina un cambio más arriba en ataque, fue difícil encontrar la manera de quebrar el cordón defensivo transandino. El septeto nacional comenzó cayendo por cuatro y sin anotar, pero supo reponerse tras cinco minutos de ensayos y errores, finalmente consiguió penetrar.
Guiados por Erwin Feuchtmann en cada salida y por Rodrigo Salinas en la definición, la medalla de oro y el cupo olímpico parecía una meta alcanzable. De ahí, nunca dejaron escaparse a los albicelestes por más de dos puntos, manteniendo viva esa ilusión que demostraron partido a partido.
Cada error era una amenaza. Y así, el que menos cometiese sería quien celebraría. Por ello es que, a falta de siete minutos para el descanso, cuando Chile consiguió pasar a Argentina por 11-10 gracias al inspirado Erwin Feuchtmann, el cambio de actitud fue brutal. Controlaron los hilos del juego con calma, buscando la falta del rival y no desaprovechando la oportunidad que tenían en frente.
La tribuna también apoyó, pues el gran número de chilenos presentes ayudó a mantener el ímpetu ante el poderoso rival. La salida de Victor Donoso y Javier Frelijj, enviados al cooler por faltas en defensa, mermaron sin embargo, el ímpetu nacional en el cierre de la primera parte, que perdieron por un estrecho 14-15.
Al regreso, otra vez Chile tuvo algunos problemas para sumar. Con Argentina presionando y la claridad ofensiva para aumentar en el marcador, el partido comenzó a complicarse. El portero Matías Schulz tapó dos y un palo le negó el tercer intento a Chile, que comenzó a tomar claras ventajas.
La Roja ingresó dormida y cada golpe que le daba el rival golpeaba seco, aturdiendo un poco más. Con seis puntos de desventaja en los primeros 10 minutos, Chile comenzó a nublarse un poco. a hundirse en esos primeros minutos que le pesaron durante todo el torneo.
Palos y errores
Pero aún estaba viva; viva y consciente de lo que aún podía entregar para continuar soñando con la hazaña. Fue duro. No fue un brillante período el segundo para Chile, que erró en varias llegadas, con el balón chocando en los palos.
Ahí estaban los dirigidos por Garraldo, aún incólumes para pelear por el sexto oro panamericano. Pese a que todo salía para Argentina y muy poco a Chile, nunca renunciaron a la idea.
Fue duro, pero pese a dar pelea, las cosas no resultaban. Y así, Argentina comenzó a crecer y crecer. Las manos en el rostro de Garralda expresaban lo duro que sería intentar alcanzar esa brecha de cinco puntos.
Pero ya era muy tarde para leyendas. Los experimentados transandinos no permitirían, aunque lo temieron durante los últimos tres minutos, caer ante Chile. Lucharon contra todos sus miedos por el oro en Lima y el pasaje directo a Tokio 2020.
Chile cayó peleando y en el último partido de Marco Oneto, el histórico capitán del balonmano. Está final será una gran anécdota y una nueva muestra del proceso que vive este deporte ya consolidado en el país, aunque la historia siempre terminan escribiéndola los ganadores.