Manuel Pellegrini, como era previsible, dijo no. "No, gracias", porque es un caballero. Era difícil que saliera del primer mundo económico y deportivo en el que está… y al que tanto le costó llegar tras su propio esfuerzo, tras su propia inversión. Era difícil, también, porque debe persistir en el corazón del mejor técnico chileno de todos los tiempos el recuerdo vivo del desprecio endilgado por el medio futbolístico nacional. Por esa familia de tarados profesionales, opinantes insufribles e ignorantes desatados que solemos ser, al menos respecto de la pelotita. Pellegrini siempre fue incomprendido y maltratado en Chile (hasta hoy, de hecho) y eso es difícil de olvidar. Ni es bueno hacerlo, porque es una fotografía bastante perfecta de nuestras miserias. Como muchos, tuvo que irse para crecer, para aprender, para ser aplaudido y valorado. Esa marca queda. Se dijo tanta estupidez, se lo analizó tan mal siempre, se lo descalificó tanto en términos sociales (porque el desprecio también viene desde abajo hacia arriba) que no era fácil, de buenas a primeras, pedirle que hiciera un gesto y volviera.
Nunca fue el hijo pródigo, Pellegrini. Más bien fue el hijo golpeado, exiliado, que salió a recorrer el mundo para demostrarle a sus parientes lo que siempre supo: que era más que el resto, distinto y mejor. Y que llegaría mucho más lejos. Dicho y hecho. Pero ahora está tan distante que nos ve borrosos. Entre otras cosas porque estamos borrosos. Borrados.
¿Volver ahora a la comarca de los maestros chasquilla, de la improvisación, de la tibieza y la falta de brillo, después de haber tapado tantas bocas, de haber triunfado en Argentina y en Europa, de haber llegado a semifinales de la Champions, de haber dirigido al Real Madrid, de haber sido campeón en la Premier League? Complejo.
Aunque había una opción: un buen plan de corrección, la intención manifiesta de hacer mejor las cosas, a la altura de lo que se acostumbra en el mundo desarrollado. Como hace diez años cuando trajimos a Bielsa. El viejo sueño mezclado con la oportunidad. Estaba Salah al otro lado de la mesa. Podía ser. Pero, claro, la mesa no era sólo Salah. Estaba también el Consejo de Clubes. Y ahí, pese a no estar en Chile, la lectura de Pellegrini fue la correcta: no se puede no más. A menos que cambien del cielo a la tierra, con ellos no se puede. No están dadas las condiciones en esa tierra de zombies. Están tan perdidos, son tan pencas, que no hay cómo entenderse. Son lenguajes distintos y punto. La mayoría del Consejo hoy sólo está pensando en vender el CDF, tomar la plata y arrancar. ¿Inversión en sus divisiones inferiores, en un nuevo Pinto Durán, en el trabajo de las selecciones menores, en la calidad y seguridad del espectáculo? No hay ganas ni cabeza como para eso. Nunca ha habido. Vienen saliendo de la vergüenza, del descrédito total…y es como si lloviera. Cero autocrítica, cero vergüenza. Cero a la izquierda.
¿Cómo se entiende si no la sola mención de un absurdo tan feroz, de un retroceso tan enorme, como sería volver a los técnicos interinos, locales, baratitos? ¿Cómo se entiende si no que todavía exista dentro del Consejo, sin despeinarse siquiera, tanto truhán que idolatró, defendió, ayudó y transformó en guía espiritual a un delincuente acusado de asociación ilícita para el crimen organizado, de fraude, soborno, estafa, lavado de dinero y apropiación indebida, entre otras joyitas? ¿Cómo se entiende si no que a 35 días del fracaso en las clasificatorias todavía nadie haya hecho un análisis serio de las razones de la farra? ¿Cómo se entiende que tras los fracasos de la Sub 15, Sub 17, Sub 20 y adulta siga la misma gente a cargo de las selecciones y no haya castigados ni culpables? ¿Cómo se entiende que al interior del Consejo nadie tenga las herramientas profesionales, el carácter o la capacidad para tomar las riendas y mostrar un camino, un contenido, un proyecto que mire al futuro, que amplíe el ancho de banda en vez de achicarlo? Es más: ¿cómo es posible que en medio de la rabia y el dolor estemos pensando en promover una fiesta de fracasados, de perdedores, de derrotados bajo el eufemismo de el mundial de los picados? ¿No es una poderosa señal de no haber entendido nada? ¿Nadie se ha hecho el harakiri y ya estamos pensando en divertirnos en el baile de los que sobran? No pues.
Era el momento del llanto, la rabia, la indignación y, a partir de la fuerza interna que genera eso, de sistematizar, proyectar e invertir en buenos profesionales. Cuando debía notarse que nos dolía el alma, que estábamos de luto, sufrientes, desgarrados, que habíamos aprendido la lección...todos parecen estar en otra. Tranquilitos. Juguetones. Tratando de volver a los ochenta, de payasear, de retroceder en vez de avanzar. Por eso Pellegrini dijo no. ¿Qué querían que dijera?