Claridad más allá de la vista: la vida de Erik Weinhermayer, el primer ciego en escalar el Everest
En los últimos 25 años ha conquistado las montañas más altas del planeta y ha redefinido los límites del ser humano. Todo tras perder la visión a los 13 años producto de una extraña enfermedad. Con El Deportivo habla de esas hazañas y de lo que siente al hacer cumbre en las alturas.
Llegó a la cumbre del Monte Everest, coronó la cima de la montaña más grande de cada continente, cruzó en kayak el Gran Cañón e incluso escaló la Torre Norte del Paine. Todo eso lo hizo sin poder ver. A ciegas, solo sintiendo, escuchando y oyendo. Una historia única, que obliga a repensar los límites del ser humano. Por eso, Erik Weinhermayer sigue impactando a todos los que lo conocen o leen de sus hitos. Con 54 años ha recorrido el mundo entero contando su experiencia de vida, una que a los 13 se quedó a oscuras, al menos desde el punto de vista fisiológico, porque no hay dudas de que ha visto más que muchos.
Nacido en Connecticut, nunca pensó que su vida estaría vinculada al montañismo. Mucho más cuando le dijeron que al crecer no podría ver. A los 15 meses fue diagnosticado con una extraña enfermedad hereditaria llamada retinosquisis, la cual va dañando de forma irreparable la visión de la persona afectada. “Quería vivir la vida, montar bicicletas, saltar los árboles, hacer deporte con mis hermanos, así que hice lo que muchos harían: negarlo. No me permití pensarlo, pensé que no pasaría, entonces cuando me quedé ciego no estaba preparado, fue un golpe en la cara”, confiesa Weinhermayer a El Deportivo después de haber dado una charla organizada por CMPC a más de 500 personas en Santiago.
En esa íntima conversación también confiesa que, si bien no puede ver la inmensidad del mundo cuando llega a la cima de un macizo, la siente. “El sonido son básicamente olas, puedo sentir como se mueve. En la cumbre escucho las vibraciones del sonido, cuando se mueven por las piedras y vuelven hacia mí. Cuando estoy muy alto las vibraciones se mueven infinitamente, no hay nada que las detenga, las escuchas subiendo al espacio, es muy poderoso. Esa es mi propia visión”, añade.
Pero esta leyenda del montañismo, que ganó notoriedad mundial en 2001 al ser el primer ciego en llegar a la cima del Everest, no se forjó solo. Siempre hubo (y sigue habiendo) gente que lo acompañó en ese camino. La primera vez que escaló una montaña fue a los 16, cuando se enteró de que había un grupo de guías que querían llevar a personas no videntes.
“Lo que es realmente interesante es que gravité hacia las personas que querían ser mis mentores. No fue la historia que uno creería, que cuando una persona no vidente quiere escalar montañas todos le dicen que no. Cuando quería aprender a escalar cascadas congeladas, que es muy difícil, hablé con un guía y al final le conté que era no vidente, que entendía si no quería ir conmigo y me dijo que eso era genial, que lo hiciéramos. Siempre tuve en mi vida esas personas que te abren puertas y estoy increíblemente agradecido de ellos”, añade el también autor de tres libros.
Las alturas
Ver registros de Weinhermayer cruzando los campos de hielo del Everest o afirmado a paredes de roca a más de 30 metros de altura, impacta. Cuando hace escalada vertical solo se trata de sus manos. Palpa cada roca, cada desnivel o agujero que encuentren sus dedos. No mira hacia arriba, todo se reduce a lo que tiene al alcance de sus brazos.
En las alturas del Himalaya en cambio, se apoya también del oído. En uno de sus primeros ascensos a las grandes montañas se dio cuenta de que cuando el viento sopla con fuerza no puede escuchar a sus compañeros de cordada. Quedó solo, sintiendo la fuerza del aíre y el frío en sus pies y manos. Por eso encontró en una campana la solución. Siempre segundo en las ascensiones, desde entonces escucha el ruido para saber dónde van sus compañeros.
Sin poder ver, la gran pregunta que surge es qué cosas son las que siente cuando atraviesa las grandes cumbres del planeta. “El olor es lo más poderoso, en las montañas me encanta el olor del sol quemando la nieve. También me gusta mucho escuchar como el viento empieza a soplar con fuerza y se comienza a absorber en la nieve, es un sonido muy suave y hermoso”, menciona.
Pero si hay algo que destaca en la vida de Erik, es la capacidad de siempre ir más allá. No es una persona que se conforme con solo una cosa y la gran prueba de aquello es la gran cantidad de actividades que ha experimentado pese a su pérdida de visión. También esquía a grandes velocidades, recorre largas distancias en una bicicleta compartida y cruza ríos de fuertes corrientes. “Kayak fue muy difícil de aprender porque necesitas ver el río para direccionar, pero eventualmente logré internamente leer el río, saber cuándo te lleva a la izquierda o la derecha, poder escuchar las rocas, los agujeros, las paredes del cañón”, confiesa el que fue el primer no vidente en cruzar el Gran Cañón sobre una piragua.
Su vínculo con Chile
La primera vez que pisó suelo nacional fue en enero de 2023, gracias a un amigo chileno que lo invitó a escalar la Torre Norte del Paine. Weinhermayer recuerda esa experiencia con lujo de detalles. Dice que una de las cosas que más le asombró fue su primer encuentro con el viento patagónico. Recién bajado del avión, en esa pequeña caminata que hay que hacer desde la pista de aterrizaje a la terminal, sintió las ráfagas chocando con su cuerpo. Fue la prueba clara de que estaba al fin del mundo. Pero ese clima hostil de su llegada contrastó con el calor humano que encontró en Magallanes junto a su amigo Felipe Tapia y los montañistas Tola y Juan Señoret.
“Fue húmedo y frío, pero muy hermoso. Iba caminando lentamente por la montaña y Felipe me describía hermosos cóndores volando por encima de nosotros, enseñándome la vegetación local como los calafates. Fue increíble sentir las rocas y los cristales enterrados en ellas. Llegar a la cima de la Torre Norte fue especial. Estar en ese pequeño espacio de roca, a miles de kilómetros sobre la tierra, alejados de la ciudad… lo piensas y dices guau”, relata de su primer paso en Chile.
Después de un año de aquello, volvió. Eso sí, en otra faceta. Dio una charla masiva a cientos de sus seguidores y compartió con una decena de niños en el Parque de los Reyes en una actividad organizada por la Fundación Deporte Libre, creada por Juan Pablo Mohr, fallecido hace tres años a 8.000 metros de altura en el K2. Después de esas dos actividades tenía programados viajes a Valparaíso y Pucón. En esta última parada compartirá con Tola, su compañero en la Patagonia. Juntos de seguro recordarán a Juan, quien falleció en octubre de 2023 tras una avalancha en el Volcán Puntiagudo.
Al final de la conversación deja una frase sorprendente: “No soy tan egocéntrico para pensar que mi legado será recordado. Creo que si puedo ayudar a las personas, a las futuras generaciones, entonces será maravilloso. Eso es suficiente”.
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