El himno de Estados Unidos sonó e inmediatamente la rodilla derecha de Colin Kaepernick besó el césped. Mantuvo la genuflexión durante la totalidad de la canción nacional, reproducida sin excepciones en el inicio de cada evento deportivo que se lleva a cabo en suelo estadounidense. Con su rodilla gacha el mariscal de campo de los San Francisco 49ers protestó por la muerte de dos hombres negros a manos de la policía, un par de meses antes. Era septiembre de 2016 y un nuevo símbolo en contra del racismo veía la luz.
“No voy a levantarme para mostrar mi orgullo por una bandera y un país que oprime a la gente negra. Esto es más grande que el fútbol americano y sería egoísta de mi parte mirar hacia otro lado. Hay cuerpos en las calles y gente cobrando y en libertad tras cometer un asesinato”, explicó Kaepernick sobre su decisión. Fue la única vez que se refirió al tema.
Casi cuatro años después, el policía blanco Derek Chauvin se arrodilló en el cuello del afroamericano George Floyd y lo mató. No se escuchó himno alguno; solo el “no puedo respirar” de un hombre moribundo.
Las noticias del asesinato de Floyd alcanzaron hasta el rincón más recóndito del mundo. Un nuevo caso de brutalidad policíaca y racismo sistematizado. Las protestas se dejaron caer en los días siguientes como una estampida de realidad oculta y trágica que al fin alcanzaba la superficie. El movimiento Black Lives Matters resurgía con fuerza no solo en Minneapolis, ciudad donde falleció el hombre de 46 años, sino a lo largo de Estados Unidos. Pronto quienes atiborraron las calles para alzarse en contra de la discriminación comenzaron a arrodillarse en memoria de George Floyd. El mismo gesto simple y silencioso que Colin Kaepernick llevó a cabo aquella tarde de 2016.
Tal como el puño hacia el cielo se convirtió en un sinónimo del Poder Negro en la década de los 60, la rodilla en el piso se alza como una representación de la lucha en contra de los abusos raciales. Sin embargo, tras la muerte de Floyd su uso ha sido transversal, siendo realizado incluso por miembros de la policía y de la Guardia Nacional, así como por políticos y gente blanca por igual, lo que ha despertado desconfianza en ciertos sectores.
¿Imaginó alguna vez Kaepernick que su gesto sería replicado por miles de personas en el mundo años después? ¿Qué su genuflexión sería un estandarte de lucha? Las consecuencias posteriores indicarían que no. Se le acusó de faltarle el respeto al país, a la bandera y al ejército. Que les escupía a los soldados que murieron por defender su libertad de expresión. La controversia llegó hasta la Casa Blanca. Barack Obama, presidente de Estados Unidos por aquel entonces, dijo que el deportista estaba ejerciendo sus derechos constitucionales. De Kaepernick no se volvió a escuchar palabra, solo en sus redes sociales.
Se convirtió en un paria de la NFL. La liga se deshizo de él y ningún equipo volvió a contratarlo. El jugador que llevó a los 49 de San Francisco al Supertazón de 2012 era masticado y expulsado por un sistema que no aceptaría entre los suyos a un díscolo que pusiera en riesgo el multimillonario negocio. Desde el 1 de enero de 2017 que no participa de un duelo.
Desde el exilio se transformó en un personaje público prominente. En total control de sus palabras, Kaepernick rehusó dar entrevistas a los medios: toda comunicación la haría a través de sus redes sociales y en actos públicos en los que participaba. En 2017, cuando la revista GQ lo nombró como El Hombre del Año, el ahora desempleado quaterback aceptó fotografiarse, pero no hablar.
El silencio se volvió su sello. A medida que las protestas durante el himno disminuyeron la figura de Kaepernick perdió fuerza. No obstante, fue Donald Trump, ya como presidente, quien lo devolvió a la palestra: “¿No les gustaría ver a los dueños de los clubes de la NFL, cuando alguien le falte el respeto a nuestra bandera, diciendo ‘saca a ese hijo de puta del campo ahora mismo’?”. La respuesta de los deportistas fue inminente e inmensa, con casi 200 de ellos no levantándose durante el himno en distintos eventos a lo largo del país.
Otro año pasó sin que ficharan a Kaepernick. Con el casco y las hombreras empolvadas desde inicios de 2017 optó por demandar a la NFL por colusión. Las razones deportivas para un desprecio tan flagrante no eran suficientes teniendo en cuenta la calidad de jugador de Kaepernick, pese a que durante la época del arrodillamiento no disfrutaba de su mejor nivel. Con la agenda política como gran argumento de su salida de la liga -ninguno de los 32 dueños de la NFL era afroamericano-, el mariscal armó un caso más que sólido en contra de la organización. En febrero de 2019 la disputa se resolvió sin tener que ir a tribunales con un acuerdo lo suficientemente cuantioso como para hacerlo retroceder.
¿Quién es este hombre dispuesto a perder su carrera por apoyar lo que cree que es justo? ¿Cómo y cuándo sus raíces afroamericanas se volvieron tan importantes para él?
Colin Kaepernick fue un hijo no deseado. Su madre -una mujer blanca- y su padre -un hombre negro- lo dieron en adopción al poco tiempo de nacer. No pasó mucho tiempo para que la familia de Rick y Teresa Kaepernick lo integrara a su núcleo donde compartiría con Kyle y Devon, los hijos biológicos de la unión.
El chico se acostumbró a llamar la atención por la diferencia de color con respecto a su familia adoptiva. En varias ocasiones levantó sospechas en la gente. “Solíamos ir de vacaciones y quedarnos en moteles. Y en la recepción de cada motel siempre pasaba lo mismo. No importaba cuán cerca estuviera de mi familia, un gerente nervioso se acercaba a mí y me decía: ‘Perdón, ¿hay algo en lo que lo pueda ayudar?’”, dijo Kaepernick a la revista US en 2015.
Su interés por la historia afroamericana explotó durante su etapa de estudiante en la Universidad de Nevada, la única que le dio una beca de deportista. Estando allí, a menos de un año de graduarse en comercio, se unió a la fraternidad negra Kappa Alpha Psi.
Las largas horas de estudio junto a la fraternidad no le impidieron destacar como futbolista que brillaba en la NCAA y que buscaba convertirse en profesional. Fue ahí donde Kaepernick encontró el significado de ser un hombre negro en Estados Unidos.
“Quiero que la gente esté consciente de mi ascendencia racial. Quiero ser un representante de la comunidad africana, y quiero comportarme y vestirme de una manera que refleje eso. Quiero que los niños me vean y piensen: ‘Bueno, él anda como un hombre negro, y es así como un hombre negro debería andar’”, dijo.
Es ese compromiso el que lo llevó a protagonizar en 2018 una campaña publicitaria de Nike -por los 30 años del célebre eslogan Just Do It-, en la que se ve un primer plano de su rostro en blanco y negro con la siguiente oración: “Cree en algo aunque eso signifique sacrificarlo todo”. Kaepernick sabe de lo que habla.
Tras la muerte de Floyd , Kaepernick escribió en su Instagram: “Cuando el civismo conduce a la muerte, la rebelión es la única reacción lógica. Lloverán los gritos por la paz, y cuando eso pase caerá en oídos sordos porque su violencia ha traído esta resistencia. ¡Tenemos derecho a luchar! Descansa en el poder, George Floyd”. Luego anunció que costearía los gastos legales de los detenidos en las protestas en Minneapolis a través de Know Your Rights Camp, un campamento que fundó para que las juventudes afroamericanas creen consciencia sobre sus raíces.
Más que un exfutbolista, Kaepernick se ha ganado su lugar en la historia como un símbolo de lucha contra el racismo y las injusticias. Su gesto simple y silente, que alguna vez fue motivo de división y polarización, resuena hoy más que nunca alrededor del mundo como una señal imperecedera de unidad.