Hace 29 años, Colo Colo enfrentaba a Estrella Roja en Tokio. Ese día, los albos disputaban la Copa Intercotinental, a la que accedían después de adjudicarse la Copa Libertadores. Sin el Mundial de Clubes ni siquiera en planes, era la auténtica final del mundo. El 3-0 favorable al campeón europeo fue una dura bofetada.

Hoy, en el Monumental, Colo Colo jugaba otra final del mundo. Esta, eso sí, hay que escribirla entre comillas. “Final del mundo”, para que se entienda el sarcasmo. Porque se trataba de una definición impropia del prestigio y de la historia del equipo popular. Porque el objetivo estaba lejos de querer transformarse en el mejor equipo del planeta. Los albos tenían que ganar para no ser únicos colistas del torneo. Y ni eso fueron capaces de conseguir. Peor aún, volvieron a perder, en una costumbre peligrosa, que se hace aún más impresentable porque se produce en un Monumental que, otra vez en alusión a una historia que hoy parece lejana y nostálgica, antes era inexpugnable hasta para el rival más linajudo.

Este Colo Colo, aunque se lea como una reflexión repetida después de cada uno de sus partidos en 2020, ya ni siquiera es capaz de hacerse respetar. Ni en su casa. Está tan débil que, nuevamente, le marcan en la primera oportunidad en que le llegan. Ya le había pasado frente a Curicó Unido y ante Huachipato. Lo atacan y le marcan. Ayer, el mismo cuento. Y con un villano también repetido. Cuesta entender qué quiso hacer Ronald de la Fuente al intentar despejar un balón que debió sacar con mayor prontitud. Como resolvió horriblemente, le facilito el trabajo a Martín Tonso, el menos sonado de los que ayer retornaban a Macul con ansias de tomarse una revancha, para que resolviera con un zurdazo que puso el balón muy lejos del alcance de Brayan Cortés, por más que en las redes sociales los hinchas del Cacique volvieran a volcarse a criticar al iquiqueño.

De ahí en más, el Cacique fue un resumen del nefasto año que está realizando. La presencia de Matías Fernández, esta vez, no le alcanzó para tener alguna idea en la generación de juego. En el ataque, el retorno de Pablo Mouche tampoco le aportó la jerarquía que se le debe exigir. Y. por la otra banda, Gabriel Costa volvió a ser la peor versión de sí mismo, después de algunos partidos con mejoras.

Nicolás Blandi, que ante la ausencia de Esteban Paredes volvió a tener una chance para convencer a Quinteros y a los hinchas, volvió a tirarla por la borda. Y Javier Parraguez, quien entró para reemplazarlo, ni siquiera merece el comentario.

Quinteros siguió buscando. Leonardo Valencia e Ignacio Jara saltaron desde la banca para intentar cambiarle la cara, pero tampoco lo lograron. Y, para peor, en plena búsqueda del empate, desorden defensivo incluido, Rodrigo Salinas logró el 0-2, en un contrataque.

La Serena, en cambió, fue solvente, tuvo en Richard Paredes a un permanente factor de riesgo y a Sebastián Leyton para el equilibrio. Cuando necesitó manejar el duelo, Miguel Ponce mandó a la cancha a Jaime Valdés. Así se quedó con la final del mundo y acercó a los albos al más allá. Hundido.