Depende de qué opinen los afectados, pero bien puede decirse que la Copa del Mundo se ahorró algo de tensión debido a que Arabia Saudita e Irán no pasaron la fase de grupos. De haber clasificado, la posibilidad de enfrentarse en octavos de final existía y habría encarado a dos regímenes que poco tienen de amigos: la autoritaria dinastía saudita pro-occidental y el duro régimen político-religioso iraní.
Ambos siguen vertientes diversas del Islam: sunita y chiíta, respectivamente. También apoyan en conflictos bélicos a bandos opuestos en Siria y Yemen. En lo único que coinciden, más o menos, es en su conservadurismo misógino y en el vínculo entre Estado y religión.
Por eso, qué bueno que no se toparon. Donde sí se dio el encuentro en cancha fue entre Suiza y Serbia, donde las diferencias surgieron por los jugadores de origen albano-kosovar que defienden a los helvéticos: Xherdan Shaqiri, Granit Xhaka y Valon Behrami (sin olvidar al albano-macedonio Blerim Džemaili).
Los dos primeros anotaron tantos ante Serbia, en el triunfo de 2-1. Y para celebrar, no hallaron nada mejor que realizar con sus manos el gesto de la doble águila, símbolo de Albania, lo que fue reprobado por los fanáticos serbios, pues Kosovo es una pequeña república escindida de Serbia, que aún no le otorga reconocimiento al nuevo Estado.
A las rechiflas a Shaqiri y Xhaka se unieron los hinchas rusos, aliados históricos de los serbios por razones religiosas y étnico-culturales. Luego, ambos se ganarían una cuantiosa multa de la FIFA por un accionar que estuvo motivado, incluso, por razones muy personales, como la prisión que sufrieron el padre y un hermano de Xhaka en las cárceles serbias durante el duro proceso de independencia.
Menos fuerte, pero también basada en la inmigración fue la situación causada por dos de los jugadores de origen turco que integran la selección alemana: Mezut Özil e Ilkay Gündogan, quienes posaron en las semanas previas a la Copa del Mundo (donde tan mal le iría a la Mannschaft) con el Presidente turco Recep Tayyip Erdogan, quien es cuestionado en Europa por su régimen autoritario, los atentados a la libertad de prensa y expresión, además de otras violaciones a los derechos humanos.
"La escala de valores del fútbol y de la DFB no son suficientemente respetados por Erdogan. Nuestros jugadores no han ayudado a nuestro trabajo de integración", dijo Reinhard Grindel, presidente de la Federación Alemana de Fútbol (DFB), quien denunció la utilización política de ambos jugadores. Erdogan, por cierto, sería reelecto pocos días después como gobernante.
En el caso francés, la fuente de sus preocupaciones es el carácter multicultural de Les Bleus, donde 14 de 23 seleccionados tienen raíces fuera del Hexagono, aunque el porcentaje de población inmigrante en el país es comparativamente menor (aunque igualmente significativo).
Esta característica ha abierto algunos frentes. El más notorio, la exclusión de Karim Benzema por parte de Didier Deschamps. La versión oficial alude a motivos deportivos, mientras que el ariete del Real Madrid acusó de racismo al seleccionador, a cuyo favor juega el carácter multiétnico de su convocatoria.
A nivel político, la gran presencia de jugadores de origen africano ya provocó el escozor de la extrema derecha, liderada por Jean-Marie Le Pen en 1998, en el equipo que fue denominado 'Arcoiris'. Y ya en este siglo, su hija Marine también ha tenido duras palabras para este fenómeno: "Yo no me reconozco en este equipo", dijo hace poco.
En Bélgica, la tensión tiene raíces aún más profundas, surgidas de la formación de un país (1830) integrado por dos pueblos de lengua diferente. Los flamencos hablan neerlandés y los valones, francés. Los primeros habitan en el norte y generan un mayor PIB, mientras que Valonia ocupa la parte sur del país, deprimida en el plano económico.
Y, para evitar problemas, el DT español Roberto Martínez decidió que durante la Copa del Mundo solo se hablaría inglés como lingua franca; buena elección, además, porque el DT ha pasado 20 años en Inglaterra.
Demás está decir que Bélgica también cuenta con una mayoría de jugadores hijos de la inmigración africana, pero eso no parece ser cuestión menos ante la prexistencia del choque flamenco-valón.
Un caso personal es el del zaguero croata Domagoj Vida, quien subió un video donde brilló la frase 'Gloria Ucrania' tras la victoria sobre Dinamarca. Fue interpretado como provocación, conocido el conflicto entre rusos y ucranianos. El jugador explicó que era simple agradecimiento, tras muchos años jugando en Dinamo de Kiev.
Así, con todo, es apenas un detalle que al catalán Piqué le hayan criticado en España por mirar el piso durante la Marcha Real o que haya cometido esa mano absurda ante Rusia.