Ha terminado un nuevo torneo con descontento general. Una aletargada y aburrida lucha carente de lo más esencial de este deporte como es la calidad y emoción. Emoción que brotó sólo en los tramos finales con los llamados equipos chicos. Everton, Audax Italiano y Unión Española que con muy poco hicieron sudar la gota gorda a los Goliat.
¿Responsables de esta permanente pereza? Una de ellas es la cantidad de entrenadores extranjeros que vienen a hacer su aprendizaje a las aulas del fútbol chileno. En ellos, prima su lema que es destruir y anular. Importa el resultado y nada más.
¿Puede gustar el fútbol cicatero de Giovagnoli en Temuco? ¿De Palermo y su falta de chaucha para el peso? ¿Del Guede de los inicios? ¿Del Hoyos de siempre? ¿Y Milito y Vigevani? El que sale indemne es Vitamina Sánchez ¿Y saben por qué? Porque respetó la historia de los viñamarinos. Sin brillar nunca renunció a la identidad del fútbol estético y ofensivo de los ruleteros.
Los albos reclamaban eso, la identidad de las 31 estrellas anteriores. La prostituida intensidad como moda de los nuevos tiempos no bastaba. Valdés y Valdivia conversaron con la pelota pegada al piso y a coser y cantar un sufrido tango. Ausente el eterno goleador, 33 goles no es mucho para tamaño volumen ofensivo y calidad de jugadores. El campeón sufrió más de la cuenta.
El goleador fue un pateador de penales. Por el expediente de los 12 pasos se proclama al artillero de Chile. ¿Méritos? Se los concedo, pero dispararle a un indefenso, es un fusilamiento en cualquier paredón.
Hasta el Comandante prescindió de atacantes netos, marginó a un tanque y ubicó a Buonanotte dentro del área. Poco aconsejable para un jugador diminuto de 1,60 metros que anticipa temblores y no centros. Al contrario de Puerto Montt que saturó de centros… al Loco Abreu pero que mide 1,93 metros y pronostica el tiempo.
¿Qué esperamos por un fútbol de tiempos mejores? ¿Una revolución formativa o la llegada de otra generación espontánea? Y me refiero a jugadores de calidad y entrenadores superiores.