Crónica de un bochorno
Desde el bus apedreado hasta la suspensión del partido y del Monumental, así sucedieron los hechos en un día negro para el fútbol sudamericano.
"Y en la cancha de River la vuelta vamos a… ¡pará, pará, un médico!". Los vidrios estallaron, Pablo Pérez se llevó las manos a su ojo izquierdo y los cánticos le abrieron paso a la desesperación. El bus que transportaba al plantel de Boca Juniors fue apedreado cuando arribaba al estadio Monumental y las esquirlas dañaron el ojo del capitán de Boca, además de cortar a varios de sus compañeros. Eran recién las tres de la tarde y el caos ya se había apoderado del barrio Núñez.
La policía, en su afán por dispersar a la multitud agresora, hizo uso de gases lacrimógenos. Un arma de doble filo, ya que las bombas también afectaron al plantel xeneize. Las cámaras de televisión transmitían para todo el mundo a Carlos Tévez y compañía ingresando a los vestuarios con la polera hasta la nariz, ojos enrojecidos y problemas respiratorios. Nahitan Nández, con la sangre subida a la cabeza, gritaba a los micrófonos cercanos "gallinas hijas de puta". No había vuelta atrás.
En primera instancia se pensó en una vendetta. En que el gas lacrimógeno en realidad era pimienta. Como cuando un hincha de Boca Juniors le lanzó la misma sustancia a los Millonarios en pleno partido, provocando la eliminación del equipo de La Ribera. El 14 de mayo del 2015 parecía renacer en el 24 de noviembre del 2018.
Sin embargo, César Martucci, dirigente de Boca Juniors, explicó la situación en conversación con Fox Sports: "Fue confuso. Había mucha gente y la policía se vio desbordada, lo que los obligó a lanzar gas lacrimógeno que se terminó metiendo en los vehículos".
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Al menos cinco jugadores vomitaron dentro del camarín. Pérez, con una astilla en el ojo, y Gonzalo Lamardo, con cortes en la cabeza, fueron trasladados a un hospital cercano. Para este momento la Conmebol ya había reprogramado la final: se jugaba a las 18.00 horas.
En Boca Juniors la posición era simple: no iban a jugar. Carlos Tevez criticaba que ningún jugador de River se acercó al camarín para preguntar cómo estaban. "Nos están obligando a jugar. Si nos vamos, le da la Copa a River. Es una vergüenza", aseguró el delantero.
Desde más arriba, Gianni Infantino presionaba a la Conmebol para que la final se disputara a como diera lugar. La Confederación se apoyaba en un informe de sus médicos donde señalaban que no existía ninguna razón física para suspender el partido. Se aplazó otra vez, hasta las 19.15.
Pablo Pérez volvió al Monumental con la intención de jugar. Incluso sería titular. Se acercaba la hora y los preparadores físicos comenzaban a instalar los conos para el trabajo de precompetencia. Afuera, los hinchas de la banda sangre se enfrentaban en batalla campal contra la policía. La tranquilidad ya había abandonado todo.
Hasta que primó la cordura. El regente del fútbol sudamericano anunció la suspensión definitiva del partido para mañana a las 17.00. "Hay un acuerdo entre ambos clubes de que se desnaturalizó el juego", señaló. Lo que era obvio tomó tres horas en aparecer.
Pero eso no calmó los ánimos. Las trifulcas siguieron incluso dentro del estadio. Mientras daba una entrevista, Rodolfo D'Onofrio, presidente de River, casi fue atropellado por un gentío que corría por los pasillos del Monumental. Aunque faltaba lo peor: la clausura del estadio por exceso de gente y obstrucción de salidas. La pena era máxima y la vergüenza, todavía más.
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