Una de las grandes tareas que tienen los entrenadores es sacar lo mejor de sus jugadores. Y una de las vías para lograrlo es enseñarles a pensar. Pensar cómo y cuándo, reflexionando y discriminando los momentos del partido. Y, sobre todo, haciéndolos entender por qué deben hacer tal o cuál movimiento. Así evita convertirlos en autómatas que ejecutan frente a escenarios conocidos.
Algo de esto último es lo que viene pasando con Colo Colo. Salvo Valdivia, el resto ejecuta lo normal y predecible. Lo obvio. Y la razón principal está en un elemento tan vital como manoseado: la motivación. Y ayer, en Rancagua, quedó demostrado.
El partido fue el choque de dos situaciones poco afortunadas. Un cuadro local que está en búsqueda de estabilidad y una visita que perdió el apetito en el ámbito local.
O´Higgins es un equipo que derrocha ganas y movilidad, pero el recuerdo de las derrotas apremia. Y prefiere, a veces, no perder y sumar.
¿Quién tiene más responsabilidad? En este caso, Colo Colo. Tiene un plantel más largo (aunque muy desigual) y hasta hace poco mostraba sueños internacionales después de un inicio incierto.
Y es en esta dinámica en la cual Tapia no ha encontrado cómo reencantar a sus futbolistas y enfocarlos nuevamente en un ámbito archiconocido. En la mente de los jugadores aún resuenan los ecos del Allianz Parque en Sao Paulo tratando de echar el tiempo atrás y buscar esa motivación perdida.
Y no es que no quieran jugar acá. Es simplemente que el sueño internacional era demasiado grande después de vencer a Corinthians. El hambre de algo importante creció tanto que enfocaron su mirada y energía en la Libertadores. Ahí vimos ingenio, inventiva, carácter y desfachatez. Cuando t odo eso acabó, tuvieron que mirar el torneo local, donde saben, por experiencia, que con poco ganan.
Solo un desastre mayúsculo podría dejar a Colo Colo fuera de la Sudamericana, considerando además que tiene un fixture más amable que otros competidores directos. Con un mínimo esfuerzo, los albos debieran cerrar una participación internacional de consuelo. Por eso juega así. Con ganas, pero sin enfoque. Con corrección, pero sin suficiencia. Con el escudo del más ganador, pero casi sin motivación.
El resumen habla de un segundo tiempo aburridísimo, previsible y derechamente fome. Cuando se te acaba el hambre, ya no sabes por qué luchar.