Este año, el uruguayo Darwin Núñez dio un salto de ensueño para su carrera. Las buenas campañas que había cumplido en Peñarol, el Almería y, principalmente, en el Benfica, le permitieron pasar directamente a la primera línea del fútbol mundial. El poderoso Liverpool de Inglaterra desenfundó su billetera, directamente proporcional a su prestigio, para quedarse con sus servicios. Se habló de una transferencia récord: 100 millones de euros, la misma cifra en dólares a la cotización actual. El traspaso adquiría ribetes históricos: es la cifra más alta que ha pagado el club por un jugador.
Hasta ahí, todo era miel sobre hojuelas. El problema para Núñez es que a la inversión debe responder con goles y desde el 6 de agosto que no convierte alguno. Para colmo, el 15 de agosto fue expulsado ante el Crystal Palace y recibió tres fechas de castigo. Otro palazo a su ilusión.
Después de la victoria de los Reds ante el Rangers Glasgow, por el grupo A de la Champions League, el ariete intentó explicar el momento que está viviendo. Sus razones rozan la peculiaridad.
“No le entiendo”
Núñez expone que vive el mismo problema de muchos empleados en el mundo: que no le entiende al jefe. En este caso, al alemán Jürgen Klopp, el encargado de adoptar las decisiones en el Liverpool, a quien todos elogian por su estilo de trabajo. “La verdad, sinceramente, en sus charlas, cuando él habla, yo no entiendo nada”, expone.
Visto en la necesidad de comprender los mensajes que recibe, por razones obvias, revela que busca apoyo. “Después le pregunto a mis compañeros para ver lo que dice”, confiesa.
Eso sí, no deja de elogiar al encargado de conducirlo y, ciertamente, al principal responsable de su llegada al club. “Pero tiene muy claro el juego. Él nos pide que hagamos las cosas simples, que no tengamos miedo de jugar y que nos tengamos confianza. Ya a la hora de perder un balón, quiere que estemos ahí y presionemos. Es lo que pide siempre”, revela, quizás con el afán de congraciarse.