Y dale alegría a mi corazón
Música argentina en la previa, vigilancia a todo movimiento sospechoso en las afueras y mofas a Tevez y Barros Schelotto marcaron un Superclásico en un estadio que fue mitad para Boca y mitad para River, pero que tuvo fiesta de un solo lado.
Vasos Vacíos de Los Fabulosos Cadillacs, Dale Alegría a mi Corazón de Fito Páez y cumbia de Néstor en Bloque. La previa musical en el Bernabéu intentó hacer que los argentinos que casi llenaron el estadio se sintieran un poco en casa. Los de River estaban un poco más incrédulos. Si bien para ellos las decisiones de Marcelo Gallardo son incuestionables, el adorado Muñeco sorprendió al dejar a Lucas Pratto como único delantero para poblar el mediocampo.
Boca, toda confianza y responsabilidad a la vez. Jugarían la última final de la Libertadores entre la Bombonera y el terreno neutral. No habían excusas. Tenían todo para la séptima. Y llegaron a Chamartín con ese pecho inflado que le daban seis Copas Libertadores. El doble que las que tenía el vecino odiado. Hasta ayer.
¿Algún lío en la previa? Imposible. Nunca hubo un Superclásico con más clima de respeto y convivencia entre las dos aficiones más numerosas de Argentina. Por más que alguno que otro hubiese querido buscar pleito, cada sector cercano al estadio del Real Madrid estaba vigilado por policías que no iban a hacer la vista gorda. Si bien el público era bastante latino y español, con mucho turista que vino a Madrid a vivir una experiencia más que a alentar a un determinado cuadro, los argentinos le tomaban el lado positivo a tener que mirarse a las caras forzadamente entre enemigos íntimos y aprovechaban las latas de cervezas que se podían comprar, por dos euros (casi 1.600 pesos chilenos), a solo pasos del Bernabéu. Algo impensado en la Bombonera o en el Monumental de Núñez.
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Vista del Bernabéu desde la tribuna de los hinchas de Boca. Foto: EFE[/caption]
La previa, que en Madrid se esforzaron porque fuera bien argentina en lo musical, sacó a relucir su lado europeo en el anuncio de las formaciones. El locutor gritaba con mucha emoción el nombre de los jugadores esperando que la afición respondiera el apellido a coro. No tuvo éxito. Al contrario. Dio para que los insultos y cánticos provocadores empezaran de lado a lado. Solamente la entonación del himno argentino unió a un estadio que era mitad y mitad. Y que esperó cerca de un mes esta final de revancha que tenía a millones con el corazón en la mano al otro lado del charco.
De 0 a 100
"Qué partido de mier...¿para esto viajamos 10 mil kilómetros?". El primer tiempo no prendía mucho hasta el gol de Darío Benedetto, pero en Boca había algo contenido. Esa sensación de que nada estaba ganado pese a estar ganando. Y más aún con los cambios de Guillermo Barros Schelotto. "¿Qué quiere hacer, perder?", decían los xeneizes con la salida de Benedetto. Los hinchas de Boca rieron socarronamente tras el penal no cobrado de Andrada a Pratto. Pero fue la última sonrisa de la noche.
River ni siquiera reclamó mucho un penal que podía haberle costado la Copa. "Cómo se nota que no hay muchos hinchas argentinos", decía la prensa transandina tras esa jugada polémica. Porque la decisión del uruguayo Andrés Cunha fue extrañamente respetada. Pero desde el gol de Pratto todo cambió. Todo fue River. Guillermo siguió indignando a Boca con sus cambios, y el casi inadvertido Matías Biscay, el ayudante de Marcelo Gallardo, quien estaba a ras de césped por el castigo del DT, reflejaba lo que quería el River del Muñeco. Ese que gana títulos desde el banco. O suspendido de él. En América o Europa.
Porque el locutor que fracasó en tener una respuesta positiva de los hinchas nombró a Matías Biscay como técnico de River cuando anunció los planteles. Si bien en la papeleta de la Conmebol era una información certera, en el corazón del plantel e hinchas de River eso no era así. Este título, una vez más, tenía como figura a alguien afuera de la cancha. Ni a Juanfer Quintero, que en el segundo tiempo le puso ese toque latinoamericano que querían ver los europeos que pagaron su entrada, ni en Nacho Fernández, ese hombre de cuya titularidad se dudaba y que fue una de las figuras de la cancha. Ni hablar del Pity Martínez, que demostró lo loco que está luego del tercer gol. Claro, el más loco de la cancha apareció cuando todo era locura. Cuando Andrada era el 9 de Boca, y cuando los hinchas de River no podían creer que su archirrival se acercaba cuando tenían a dos hombres demás.
Pero River festejó porque le costó todo más. Partiendo por el ídolo máximo, el Muñeco Gallardo. Porque tras el pitazo de Cunha, quien además dejó la sensación de favorecer a Boca, se acordaron de todo. De los piedrazos en la Bombonera, de la revisión a su vestuario antes del partido de ida, de la suspensión a Gallardo, de la prohibición de usar el Monumental, de no tener un estadio cien por ciento local… esa rabia que existía en la previa se transformó en llanto, en dientes apretados dentro de la cancha y en un análisis metódico para tomar decisiones en los momentos claves. Y en pura alegría para el corazón riverplatense. En Europa, en Argentina y en el mundo.
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