Entre lamentos y dolor surgen las comparaciones entre esta generación y las de antaño.
Que ésta es dorada y las otras plateadas. Ésta atrevida y las otras ratonas. La del fútbol cansino y horizontal a esta intensa y vertical. Y así saltamos de las alcantarillas del río Mapocho a la terraza del Costanera Center. Ésa es la mirada de muchos adultos y adolescentes - incluido un cierto periodismo joven - ignorantes de la historia.
El país y el fútbol eran otros. Por sus calles se caminaba y no había lomos de toro. Eran distintas las velocidades en la mente, espíritu y cuerpo. Antes privilegiábamos la belleza del buen fútbol. Un túnel sacaba aplausos y un taquito, sonrisas. Se sudaba por la camiseta y no por el desvelo de la venta de camisetas. Se compartían el sándwich de potito conversando el partido y no peleándolo a brazo partido.
Saludábamos al hincha y al periodista. No se traicionaban los off the record. Éramos fieles al club de barrio y la esposa era aquella morena de la vuelta de la esquina. No éramos monjes a pesar que siempre han existido rasputines. El alcohol y juerga estaban presentes entre los irresponsables saboteadores del triunfo. La diferencia era el cómo, cuándo y dónde beber. Se acunaban los sueños colectivos y los anhelos del país futbolero. Las arengas intimaban con un vestuario sin códigos de mafia.
Salah, Pizzi y Bravo pudieron ser los Tres Reyes Magos regalándole a Chile una navidad feliz. Pero la realidad los convirtió en los Tres Chiflados, vaya paradoja, con un triste final.
Iban por una autopista pero… detrás de un carro mortuorio, todos los sobrepasaban. ¿No se dieron cuenta que era un funeral? ¿Por qué callaron en el momento? ¿Acaso no hubo hechos evidentes con planificaciones burdas y excesos incontrolables?
Mis respetos a los auténticos profesionales de esta generación dorada que revelaron un cambio y un camino a seguir. Se acerca Halloween, otra vez Bielsa nos vendrá a penar.
Es cierto, antes no ganamos copas, pero algo habremos pavimentado para rozarlas y transitar por esta ruta.