Jaime Valdés convierte el penal que Julio Bascuñán sancionó por una polémica, pero bien sancionada mano de Nicolás Baeza después de un centro de Benjamín Berríos y en el estadio Ester Roa Rebolledo se liberan las tensiones. Comienza la celebración. Contenida por un tiempo más largo que lo esperado por los hinchas, el plantel y el cuerpo técnico de Colo Colo, claro está. Pajarito corre hacia la tribuna popular y festeja con sus compañeros. Sabe que la trigésimo segunda estrella está bajando.

A ocho minutos del final, Octavio Rivero confirma el título y la fiesta se desata. El uruguayo define con un bombazo y ratifica su importancia en el equipo albo, sobre todo en las fechas finales. El charrúa también se desahoga. De borrado por Guede pasó a convertirse en héroe. De pifiado por sus propios hinchas a ser el nuevo regalón. Parte de la gloria le pertenece y la disfruta.

El ingreso de Gonzalo Fierro en los últimos minutos completa un panorama de completa felicidad y armonía. El histórico capitán del Cacique sale del secundario lugar que Guede le asignó en el plantel albo para también convertirse en protagonista de la fiesta. Ni tan cerca, pues esta vez Paredes no compartió el rito de alzar el trofeo. Pero en el momento más esperado del año estaban todos.

Al borde de la cancha, la celebración ya estaba desatada. Atrás había quedado la tensión que generaba cada gol de Unión Española, que se iba conociendo al instante, pues los asistentes de Guede estaban pendientes de ese duelo. Por cualquier medio, se sabía lo que iba pasando en el Santa Laura. Pero la suerte del Cacique estaba en sus manos. Por eso, los goles de Valdés y Rivero liberaron todas las tensiones.

Pajarito, ya en la banca, cantaba como un barrista más justo cuando Nicolás Orellana, con un golazo marcaba el 0-3 y sellaba la victoria. Y soltaba las riendas para el carnaval. Para las locuras. En las tribunas y en el césped.

Aníbal Mosa entró al campo de juego, donde los futbolistas se abrazan. El presidente de Blanco y Negro saluda efusivamente a Guede, a quien respaldó en los momentos más difíciles, incluso cuando el argentino pensó en dejar su cargo. "Esto es trabajo", le repetía efusivamente a un miembro del staff del estratega. Más tarde, lloró. Emocionado como el hincha albo que es.

Guede, con una sobriedad inusitada, dejó la cancha y partió a los vestuarios. La fiesta era, según esa actitud, para sus dirigidos, que en la cancha se abrazaban, gritaban y aplaudían a los miles de hinchas que los acompañaron desde distintos rincones del país. Volvió más tarde, con la chaqueta que Bascuñán le había pedido sacarse para evitar confusiones con la camiseta de los albos. Lo acompaña su familia. Se ve emocionado. Tanto como en el abrazo que se dio con Julio Barroso apenas terminó el encuentro, una de las situaciones más emotivas que se produjeron en el campo de juego.

Paredes llora. Recuerda los momentos difíciles. Los tropiezos frente a La Serena e Iberia de comienzos de semestre. "Demostramos que la familia que logramos formar se hizo fuerte e invencible. Le damos una nueva estrella a nuestras familia y a toda la gente linda que nos vino a apoyar. Corrimos, metimos al final y la humildad nunca la perdimos", dice el capitán mientras se abraza a Guede, a quien también ayudó a sostener. Reconoce también a Mosa. "Su apoyo es fundamental. Le pedimos un charter para la familia y no tuvo problemas en decirnos que sí. Esto lo hace grande".

Al sur viajaron todos. Los citados y los que no habían sido considerados. También los invitados Esteban Pavez y Pedro Morales. Y un chárter con sus familias. En total, 178 personas conformaron la comitiva del Cacique.

En el sector de los vestuarios, ya no hubo que guardar formas. Guede pagó las consecuencias cuando fue mojado por sus pupilos que invadieron la sala de prensa para reflejar una distendida relación con el entrenador. Al mismo que, en el bus, algunos pupilos le dedicaron un cántico: "Guede no se va". El momento fue corto, eso sí.

Veinticuatro botellas de champaña (que llevó el gerente de finanzas Ricardo Lobos, íntimo de Mosa, al que apodan El Contralor) sirvieron para el primer brindis. El oficial se realizará esta tarde, en un hotel del sector alto de la capital.

El Municipal penquista se parecía mucho al Monumental. Los jugadores compartieron con algunos hinchas lisiados, a los que les regalaron camisetas. También con el tenista paralímpico Robinson Méndez, a quien también le obsequiaron una casaquilla.Eso mientras Paredes pasaba susto, porque perdió de vista a uno de sus hijos.

La demora de Claudio Baeza en el control antidopaje demoró la salida del recinto de Collao. Nadie se aproblemó demasiado en todo caso. La felicidad no se opacaba con nada.

El jolgorio siguió arriba del bus que trasladó al plantel. Desde ahí, los campeones le dedicaron el título al archirrival. "¡Eso de ser campeoneeeees, lo llevamos en la sangre...!" y "¡un minuto de silencio para el chuncho que está muerto!", se escuchaba desde el móvil. Abajo, un grupo de hinchas replicaba a sus jugadores favoritos. Valdivia era uno de los más entusiastas.

La jornada partió en los terminales de buses, En el de la capital, por ejemplo, los pasajes hacia la capital de la Octava Región se habían agotado tempranamente en la tarde del viernes. El desplazamiento fue masivo y sacrificado. En las carreteras también era posible observar caravanas de fanáticos del equipo popular que, en sus vehículos, llegaron hasta Collao, Todos volvieron contentos. Pero antes vieron cómo sus ídolos daban una nueva vuelta olímpica con otra copa en las manos. La estrella 32 ya estaba asegurada. La fiesta recién estaba empezando.