Hace un par de semanas, Sadio Mané estaba en el Stade de France como protagonista del partido más glamoroso del año. Como figura del Liverpool de Jürgen Klopp, bregaba por obtener la Champions League. En el intento, sucumbió frente a otro equipo tanto o más poderoso: el Real Madrid. Ni así el senegalés pierde un ápice de consideración: con propiedad, se le puede señalar como uno de los mejores jugadores del momento. Prueba de ello es que el Bayern Múnich está dispuesto a acometer una millonaria operación para contratarlo. Se estima que el monto del fichaje bordeará los 40 millones de euros. Cada unidad de la moneda comunitaria que invierta el gigante alemán estará justificado de sobra. Y, en función del perfil que ha cultivado durante el desarrollo de su carrera, habrá que aventurar que cada uno de los que reciba el senegalés tendrá un buen destino.

El atacante suele dar ejemplos de humildad. El último de ellos es su aparición en un partido de fútbol disputado en una barrosa cancha de tierra en Bambali, la aldea donde creció y donde le dio los primeros impactos al balón. Ahí, participó en una situación que, irremediablemente, retrotrae a la que, en los 80, protagonizó Diego Maradona cuando militaba en el Napoli. Una prueba basta para dar cuenta de las características del duelo: la estrella del conjunto de Anfield Road lució una camiseta roja, con el número 2 en la espalda. El pantalón tenía otro número: el 10.

Por cierto, el astro de los Reds no fue la única estrella que participó en el encuentro: en el campo de juego también estuvo El Hadji Diouf, quien defendió a Los Leones de la Teranga en el Mundial de Sudáfrica, en 2010. Su presencia no es casual: se trata el ídolo de infancia de Mané. Elhadji Diouf, Papiss Demba Cissé y Mbaye Diagne, todos campeones junto a Mané en la reciente Copa Africana de Naciones, completaron el inolvidable cuadro para los residentes del lugar. Los rivales fueron los amigos del jugador del Liverpool.

¿Para qué?

Mané es, en rigor, un futbolista de intereses diametralmente distintos respecto de los que tiene a su lado o enfrentar en cada encuentro en la primera línea del fútbol mundial. Pese a que podría darse todos los gustos que quisiera, el senegalés mantiene los pies sobre la tierra. “¿Para qué quiero diez Ferrari, 20 relojes con diamantes y dos aviones? ¿Qué haría eso por el mundo?”, planteó hace un tiempo, en una auténtica declaración de principios. “Yo pasé hambre, trabajé en el campo, sobreviví a tiempos difíciles, jugué descalzo y no fui al colegio. Hoy, con lo que gano puedo ayudar a la gente”, insistió, dando cuenta de las necesidades que experimentó y, ahora, intenta ayudar a disminuir.

Sus obras en beneficio de la comunidad que lo rodeó en sus orígenes son conocidas. “Construí escuelas, un estadio, proporcionamos ropa, zapatos y alimentos para personas en extrema pobreza. Además, doy 70 euros al mes a todas las personas en una región muy pobre de Senegal para contribuir a su economía familiar”, detalló el propio futbolista hace un tiempo.

En esa ocasión, cuando una imagen lo mostró con un teléfono móvil que tenía la pantalla rota, insistió: “¿Por qué querría coches de lujo, relojes de diamantes, o aviones? ¿Qué van a hacer estos objetos por mi y por el mundo?”. “Yo pasé hambre; tuve que trabajar en el campo, sobreviví a momentos difíciles, jugué al fútbol descalzo, no tenía educación… pero hoy con lo que gano puedo ayudar a mi gente... Prefiero que mi gente reciba un poco de lo que la vida me dio”, agregó.

Ahora pretende completar su intento de brindarles mejores condiciones de vida a sus coterráneos: pretende construir una central para dotarlos de electricidad y una estación de servicios. Ya ha regalado televisores.

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