De la frustración al desahogo total: la noche más loca de Lasarte
Nerviosismo, resignación, alegría y tranquilidad. Machete vivió su propio calvario en la banca en San Carlos de Apoquindo. El DT charrúa experimentó de todo en la victoria de Chile frente a Paraguay.
Lasarte sabía que las miradas estaban puestas en él. Desde el comienzo de la jornada, el estratega de la selección se mostraba errático, evitando las cámaras y los ojos posados sobre su figura. Salió del hotel de concentración serio. Los aplausos de las personas que en ese momento se encontraban apostadas afuera del recinto no lo inmutaban. Machete estaba absorto.
Ya en el estadio, con la ovación a la selección como telón de fondo, Martín Lasarte seguía con su batalla interna. Al momento de salir a la cancha, el DT de la Roja salió de los últimos, con la cabeza gacha, caminando rápido y con las manos en los bolsillos de la parka. Antes de irse a su ubicación buscó a Eduardo Berizzo para darle un abrazo fuerte, pero breve.
A esa altura el frío precordillerano de San Carlos de Apoquindo se empezaba a hacer sentir. La tarde se iba. Machete, en tanto, estaba muy nervioso, dando vueltas sin un rumbo fijo. Con el himno terminado, el uruguayo aplaudió fuerte con las manos arriba. Tenía que sacarse la presión. Pitazo inicial del juez argentino Néstor Pitana y Machete, de brazos cruzados, comenzaba a mirar el cotejo. Su nombre, por altoparlantes, casi no recibió pifias.
2 minutos bastaron para beber el primer sorbo de agua. “De cerca, de cerca”, gritaba el DT charrúa, en lo que fue su primera instrucción. El destinatario: Sebastián Vegas. La orden: frenar las subidas de Ángel Romero. Machete respiraba y se llevaba la mano a la cabeza para persignarse. Hoy, todo valía.
Lasarte sabía lo que estaba en juego. Por ello, Vegas, quien corría por donde estaba el DT, sacó el premiado recibiendo las constantes instrucciones de Machete. Con las manos en su cintura, caminaba, se sentaba, y se volvía a parar. Nervios. Indicaciones a Aránguiz para la salida. “Jueguen”, gritaba desde su cuadrante. Era lo que más les repetía a los jugadores del combinado nacional. Cada vez que había un toque para atrás las muecas se apoderaban de su boca.
A los 20′ cayeron las primeras escaramuzas del partido. Machete, tranquilo, con las manos en los bolsillos, no intervino hasta que el Príncipe vio la amarilla. El uruguayo inmediatamente fue a alegarle al cuarto árbitro por la cartulina. Ya en la media hora de juego el estratega gesticulaba con las manos: quería que el equipo que saliera a buscar a Paraguay. Aplaudiendo gritaba: “Vamos”.
Casi al final del primer tiempo, una fuerte entrada en contra de Jiménez volvió a levantar a Machete de su posición. Pero lo más complejo llegó al 43′, cuando Díaz salió lesionado por Roco. El DT, resignado, pedía explicaciones a sus ayudantes abriendo sus brazos.
El complemento partió con todo para Martín Lasarte. En el comienzo del segundo tiempo una supuesta falta a Jiménez hizo levantar a Machete airadamente, quien reclamaba intensamente. Luego, el típico semblante: de pie, con las manos en la cintura y comiendo chicle, el estratega daba instrucciones. Minutos después, aplaudía a Vidal por su remate de larga distancia. No obstante, con un Paraguay presionando a Chile, el charrúa mostraba su enojo con improperios al aire porque Chile no atacaba las bandas albirrojas. Machete seguía nervioso.
Sin embargo, su semblante cambió radicalmente cuando, en el 68′, Ben Brereton fusiló a Silva, guardameta visitante. El primero para Chile y Machete se volvía loco. Sensación que se repitió cuatro minutos más tarde cuando Mauricio Isla aumentó el marcador. Desahogo total en San Carlos de Apoquindo que se transformó en preocupación cuando Charles Aránguiz se fue expulsado por doble amarilla. Momentos de tensión en los que Maripán instaba al cuerpo técnico a hacer cambios. A esa altura, Lasarte era puro nervio. Solo quería que el encuentro terminara.
Final del cotejo y Machete se fue con la cabeza gacha, caminando rápidamente a los camarines. Lasarte y una jornada que no olvidará. Noche en la que se le vio nervioso, resignado, pero en la que también supo saborear el desahogo y la tranquilidad.
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