En octubre de 1987, Chile asistió al nacimiento de una de las mayores generaciones perdidas de toda la historia del fútbol. La conformaban un puñado de jugadores extraordinarios de una juventud rabiosa, agrupados entonces bajo una misma bandera, la de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, y llamados a dominar el balompié mundial de los años 90. Porque nunca antes la región Balcánica, cuna inagotable de futbolistas, había sido tan prolífica en talento. Porque jamás tantos jugadores condenados a reinar habían llegado a coincidir en el tiempo.

De la mano de unos lampiños y rutilantes Zvonimir Boban, Robert Jarni, Branko Brnovic, Predrag Mijatovic, Davor Suker o Robert Prosinecki (designado mejor jugador de aquel certamen), la selección yugoslava deslumbró al mundo en Chile en octubre del 87, consiguiendo proclamarse, en un alarde de autoridad y justicia poética, campeona planetaria Sub 20 tras derrotar en la final a Alemania Federal desde los doce pasos. Un triunfo que parecía marcar el inicio de una nueva era, el comienzo de una grandiosa epopeya. Pero aquella generación integrada por futbolistas con sangre yugoslava, pero también -y al mismo tiempo- croata, serbia, montenegrina, macedonia, bosnia y eslovena, apenas alcanzaría a volver a jugar junta en el Mundial de Italia 90. Porque lo que el fútbol jamás habría podido ni querido evitar, que la hegemonía futbolística yugoslava al fin cristalizase, terminó por evitarlo la guerra.

Las sucesivas batallas fratricidas libradas desde 1991 en la región y saldadas con la disolución de facto de Yugoslavia en 1995 privaron a aquella generación de volver a competir unida. Y tal vez por eso, a aquel grupo de futbolistas excepcionales se les sigue conociendo, todavía hoy, como los Cileanci, es decir, los chicos de Chile. Porque nunca volvieron a brillar juntos como aquella tarde del 25 de octubre en el Estadio Nacional de Santiago.

El éxito cosechado en territorio nacional, que terminó por relanzar la carrera de la mayoría de aquellos jugadores, no pasó inadvertido para nadie. Ni dentro ni fuera de Chile. Peter Dragicevic, dirigente de ascendencia croata, ex presidente del Estadio Yugoslavo de Santiago y, en esa época, timonel de Colo Colo, no tardó en ponerse manos a la obra. "Evidentemente tratamos de convencer a algún jugador, pero después de salir campeones todos se embarcaron en Europa. Era una generación excepcional que yo no he vuelto a ver nunca más", reconoce hoy a La Tercera el ex presidente albo.

Pero había un actor principal más dentro de aquel exclusivo reparto, el verdadero artífice de aquella última gesta del fútbol yugoslavo antes de su desintegración como estado. Un seleccionador de larguísima trayectoria en el fútbol formativo balcánico llamado Mirko Jozic; el estratega ideal para construir un nuevo equipo. "Yugoslavia sale campeón en ese Mundial y yo aprovecho de ofrecerle, porque Mirko no tenía experiencia en equipos profesionales pero había hecho un largo trabajo en series formativas, que viniera a trabajar en las divisiones menores de Colo Colo. Era la época en la que Yugoslavia no se abría todavía al mercado común europeo y, por ende, era una economía cerrada, socialista y con todos los rezagos que había traído la época Tito. Así que me pidió que le hiciera una oferta económica y yo se la hice", relata Dragicevic.

Fue así como el 16 de diciembre de 1987, hace hoy exactamente 30 años y apenas 52 días después del alzar al cielo de Santiago la Copa del Mundo, Mirko Jozic regresaba a Chile para convertirse en el nuevo cacique yugoslavo de Colo Colo. "Recuerdo que nadie podía creerlo. Que cuando le comenté la situación a Milton Millas, periodista deportivo, me dijo: 'Mira, el día que aparezca Mirko Jozic me voy a comer un plato de caca'. Así que cuando lo fuimos a recibir, en el terminal antiguo que había, allí mismo le dije a Milton que tenía que comprarse un plato y comérselo, porque aquí estaba Mirko Jozic", culmina, entre risas, Peter Dragicevic.

Construyendo un campeón

En 1988, mientras en la convulsa Europa Slobodan Milosevic (condenado luego como criminal de guerra en Yugoslavia) era reelegido como presidente de la Liga de los Comunistas de Serbia en plena efervescencia nacionalista en los Balcanes, Mirko Jozic (hoy 77), comenzaba su andadura como jefe de las divisiones menores del Cacique.

Pero pese a la expectación generada por su llegada, el arribo a Colo Colo del DT oriundo de Trilj, una pequeña localidad croata situada en el Condado de Split-Dalmacia, al sur del país, no fue del agrado de todos. Y las mayores reticencias provenían del staff técnico del primer equipo. "Decidimos traerlo sin preguntarle a Salah porque era una decisión de club. Y Salah lo resistió, intentó renunciar, pero el problema se trató con privacidad. Salah se desligó del trabajo de cadetes. Empezamos a preparar a jugadores más directos en el ataque. Fue lo que conversamos con Mirko. Colo Colo dejó de participar en cadetes. Se rieron de nosotros, pero decidimos dedicarnos al programa Ruta al Éxito, que habíamos diseñado. Se redujeron los planteles a 22 jugadores de calidad. Buscábamos producir futbolistas. Se les seleccionaba por habilidad y personalidad. Lo demás era materia de formación", desclasifica al respecto Jorge Vergara, presidente de la Comisión Fútbol del club en aquel momento. Y el trabajo, a la larga, terminó surtiendo efecto.

Leonel Herrera (46), autor del tercer gol en el segundo duelo de la final de la Copa Libertadores de 1991 ante Olimpia, estaba en ese momento en las series menores del conjunto albo. "Yo estaba ahí justamente cuando Mirko llegó a Colo Colo después del Mundial. Recorrieron el país buscando muchachos, buscando talento. Y bueno, de esa época con Jozic salieron Javier Margas, Cheíto Ramírez, Juan Carlos Peralta, hubo una camada bastante buena que estábamos formándonos en cadetes cuando llegó Jozic y que luego pudimos formar parte del primer equipo que ganó la Copa", rememora el ex delantero. Y después agrega: "En ese tiempo no era habitual la llegada de entrenadores europeos con esos pergaminos, aunque fuera en divisiones menores. Y él venía de sacar campeones del mundo a jugadores buenísimos. Uno lo miraba un poco con admiración, pero también con el escepticismo lógico de algo nuevo".

Pero no sólo con futuros referentes del primer equipo albo trabajó Mirko Jozic en aquel inédito proyecto formativo. Leonardo Véliz, quien años más tarde lo acompañaría también en su labor en las fuerzas básicas del Sporting de Lisboa portugués, no titubea al a hora de dimensionar el impacto generado por la llegada del DT croata al balompié chileno: "Yo estaba ya trabajando en las divisiones menores de Colo Colo cuando nos trajeron al campeón del Mundo. Y lo principal que él trajo fue una nueva metodología, porque a él lo que le interesaba era la búsqueda de talento. Fue uno de los técnicos que realmente cambió el fútbol chileno, un poco como lo que ocurrió después con Bielsa, y muchos lo empezaron a imitar", sentencia el ex futbolista del conjunto popular.

En 1989, con Milosevic investido ya como presidente de la República Socialista de Serbia y la región balcánica al borde del colapso, Mirko Jozic decidió regresar a Yugoslovia. "Necesitábamos un impulso internacional y lo encontramos. Le teníamos a un traductor que duró muy poco tiempo. El fútbol es idioma universal. Con una pizarra, explicaba lo que quería. Se acabó la cháchara y el verso. Nos gustó mucho. Él era un poco como Bielsa, inculcaba mucho la disciplinada en los horarios y el respeto al compañero. No sacar la vuelta, no decir groserías. Era sobrio y respetuoso de las estructuras. Lo trajimos por un año y cuando terminó su contrato se fue, pero le dejamos la puerta abierta", manifiesta Vergara.

Y Dragicevic, cuya primera etapa en la presidencia del Cacique se extendió precisamente hasta el célebre año 1991, reflexiona, respecto del papel que jugó en la reclutación de Jozic la situación social y política que vivía la extinta Yugoslavia en aquel momento y hasta el éxito cosechado en suelo criollo por aquellos inmortales Chicos de Chile: "Yo sabía cuál era la situación de Yugoslavia, la inseguridad que había. Y probablemente si Yugoslavia no hubiera sido campeona del mundo no habría podido traer a un técnico de semejantes características. Con la situación del país y las rentas que ellos tenían se abrió una oportunidad única, porque estábamos trayendo del mundo oriental a un técnico que en otras condiciones nunca hubiera llegado. Y que al final, cuando volvió, consiguió el mayor logro histórico del fútbol chileno, aunque como él mismo decía muy graciosamente, cuando aprendió a hablar español se puso malo para dirigir".

"Yo creo que fue por su historia de vida, por lo que significaron los conflictos que tuvo su país, que Jozic me inculcó mucho el tema del esfuerzo, el trabajo y la perseverancia. Creo que eso venía de las experiencias personales que le toco vivir, de mucho sufrimiento", complementa, por su parte, Leonel Herrera.

El 1 de septiembre de 1990, tras la marcha de Arturo Salah a la Selección para hacerse cargo de la banca de la Roja, Mirko Jozic, acompañado de su hija y su mujer, aterrizó por tercera vez en el aeropuerto de Santiago. Pero en esta ocasión para asumir las riendas del primer equipo. Un plantel que dirigió hasta 1993 y al que terminó guiando, el 5 de junio de 1991 (tan solo 20 días antes del estallido de la primera gran guerra en los Balcanes) a la consecución del mayor hito conquistado jamás por un equipo chileno de fútbol. Pero ésa es otra historia.