El día en que el Tiburón Contreras repasó su historia con La Tercera: "Fui el primer humano en nadar sin protección en la Antártida"

tiburon

En noviembre de 2015, el deportista repasó su vida y sus éxitos.



En noviembre de 2015, La Tercera publicó un reportaje acerca de Víctor Contreras. Entonces, el Tiburón tenía 70 años y estaba radicado en Quilpué. Este es el texto de la última aparición pública de la emblemática figura de la natación chilena en aguas abiertas.

Víctor Guillermo Contreras Olguín acaba de cumplir 70 años y en su modesta vivienda de Quilpué, de dimensiones reducidas, no caben ya más recuerdos. Es aquí donde habita el primer tragamillas chileno de los océanos, en compañía de tres de sus nietas y de su inseparable Mafalda, su ancla a tierra firme durante los últimos 33 años.

Pero para poder entender su historia, plagada de asombrosas peripecias, conviene comenzar por el principio, regresar por un instante al Valparaíso de los años cincuenta y asomarse a contemplar el mar desde el lugar en donde comenzó todo, el muelle de Las Torpederas.

"Yo empecé a nadar porque me tiraron. Debía tener ocho años. No sabía nadar, pero me gustaba ponerme en el muelle para ver cómo nadaba la gente. Un día, yo estaba allí mirando y un pelotudo me empujó, así que empecé a manotear para no ahogarme. Como no me ahogué, me quedó gustando. Así empezó mi vida náutica, nadando a lo perrito", comienza a evocar, 62 años después, el pertinaz Víctor Contreras, realizando largas pausas en su discurso como tratando de llenar sus humanas branquias con el aroma de aquella brisa marina. Porque aquel accidente iniciático, lejos de matarlo, terminaría salvándole la vida.

Un escualo en el puerto

Son las once de la mañana cuando Mafalda sirve el café en la pequeña cocina del domicilio de la Calle Galileo. Las tres niñas, despreocupadas, juegan en la habitación contigua. "En el colegio no se creen que sean las nietas del Tiburón Contreras", comenta de pronto, con gesto de sorpresa, la mujer, y uno no tarda en comprender que el paso del tiempo ha sido inexorable. Que los recortes y portadas en blanco y negro que adornan todas las paredes de la casa y que Mafalda se obstina en mostrar y contextualizar con orgullo evidente, no son más que papeles viejos para las niñas; los restos de un naufragio que ellas no vivieron y que, salvo sus protagonistas, cada vez menos personas recuerdan.

Pero por qué no dejarse contagiar por el aroma de las glorias pasadas y ascender en espiral, como lo hace el humo de la taza de la que el Tiburón bebe ahora con sorbos lentos, sobrevolar los 30 kilómetros que separan Quilpué de Valparaíso y hacer una nueva escala en la Caleta El Membrillo.

"Yo me estaba preparando para intentar el cruce del Estrecho de Magallanes. Estábamos casi a fin de año, en diciembre. 14 de diciembre del año 78", comienza. "En esa época yo llegaba a las 6 de la mañana a Caleta El Membrillo, en traje de baño corriente, y salía corriendo hasta el Molo como precalentamiento. Luego lo hacía nadando. Había incluso comentarios en la radio que decían que había un loco corriendo en pelotas a las 6 de la mañana. Un día, volviendo a nado a la Caleta el Membrillo, se me acercan dos tipos en un bote y me dicen: Cabro, tienes que subir de inmediato. Me siento en el bote y veo tres aletas; una grande, una chica y una más chica. A la grande le faltaba un pedazo. Se armó un revuelo tremendo. Empezaron a decir que dos hombres habían salvado a un nadador de ser devorado por tiburones. Ahí, después de aquel episodio, nació mi nombre, Tiburón Contreras".

De manera que, una vez conquistado el nombre, no le quedó al menudo deportista más remedio que lanzarse a la conquista de los mares. Sin ser un nadador rápido, sino más bien "mediocre y con poca técnica" – como él mismo se define- el porteño que había aprendido a nadar por accidente se convirtió, en 1979, en el primer chileno en cubrir a nado el Estrecho de Magallanes. Le siguió el Canal de Beagle, un año más tarde, y después el Cabo de Hornos, meses antes de establecer en el Estrecho de Gibraltar un récord que habría de permanecer vigente durante 14 años. En 1982 fue el turno del Canal de Chacao -el primer hombre en completar dicha travesía- y después el más emblemático de todos, el que separa Dover de Calais; los 42 temibles kilómetros del Canal de la Mancha.

Las grandes travesías

"Cuando llegué a Magallanes, el médico me dijo: Tiburón, problemas: te puede dar un paro cardíaco, la médula espinal se te puede congelar o puedes tener una hipotermia severa. Son cero grados, tal vez menos cuando te encuentres en la corriente del Pacífico, ¿Tienes hijos?. Y yo le contesté: Sí, tengo cinco, pero en este momento no tengo hijos, no tengo mujer, no tengo nada, porque lo único que quiero es lanzarme". Y se lanzó. Con el único auspicio de la Universidad Católica de Valparaíso -para la que trabajaba como técnico electricista-, y el único precedente de la norteamericana Lynne Cox, quien tres atrás se había convertido en la primera persona en completar dicha ruta, Víctor Contreras cubrió a nado el paso natural que comunica los océanos Atlántico y Pacífico. Y vivió para contarlo. Y probablemente a la primera persona a la que se lo contó fue precisamente a Mafalda Espinoza. "Después de cruzar Magallanes él fue a saludar a su mamá y yo estaba allí. Nos conocíamos de siempre, pero era la primera vez que nos veíamos en 20 años. No volvimos a separarnos", revela, emocionada, la mujer que hoy continúa siendo su infatigable compañera de viaje.

Superado con éxito su primer desafío transoceánico y con poco más que lo puesto, Contreras se fijó un nuevo objetivo; unir, a través del Estrecho de Gibraltar, los continentes de Europa y África. Con 2.000 dólares en el bolsillo, una bandera chilena -cortesía de la Armada-, y una foto de Augusto Pinochet -que el intrépido nadador no recuerda cómo llegó al velador de su pieza en España-, el porteño se conjuró para lograr un nuevo hito. Y fue así como el 31 de agosto de 1981, "a las nueve de la mañana", se echó a la mar en Tarifa para tres horas y 27 minutos más tarde atracar en las costas de Marruecos, "una milla al este de Tánger". Nadie antes lo había hecho tan rápido.

"Se lo dedico al Presidente de la República de Chile y a mi familia", acertó a proclamar sonriente en su llegada a Madrid. Unas palabras que habrían de cambiar el curso de su historia. Porque el destinatario de tan afectuoso agradecimiento no tardó en citarlo a La Moneda, ni tampoco en brindar facilidades al nadador de 34 años que, de la noche a la mañana, había pasado de ser un deportista anónimo, a convertirse en el héroe nacional de los oceános. "El presidente, puta, una excelente persona. No es la imagen que tenemos todos. Un gallo bonachón. Me preguntó qué era lo siguiente, le dije que el Canal de La Mancha y me dio permiso laboral, me pagó equipamiento, sobrealimentación, viático, todo", recuerda el Tiburón a propósito de un encuentro que, para muchos, marcó el inicio de la conversión del humilde tragamillas en el nuevo juguete del Régimen.

Consideraciones políticas aparte, Víctor Contreras puso fin a su carrera como nadador profesional de aguas abiertas en 1987, con un solo fracaso en su historial; el Río de la Plata -porque un tifus se interpuso en su camino, y un proyecto de despedida que nadie ha logrado emular aún. "Eso fue culpa mía", interrumpe de pronto Mafalda, ingresando de nuevo en la cocina. "Nosotros vivíamos en Brasil en ese tiempo y yo había visto un reportaje que le habían hecho a Jacques Cousteau y que decía que en la Isla Decepción el agua era caliente. Cometí el error de contárselo, y aunque yo le dije: Papi, quédemonos aquí, él quiso devolverse. Así que lo primero que hicimos al llegar a Chile fue ir al Instituto Hidrográfico para estudiar la factibilidad", agrega. Y resultó ser factible, pero también extremadamente arriesgado.

Con traje de baño, gorra y lentes, y untado hasta las cejas en aceite de lobo marino ("que me protegía del frío pero que me dejaba después tres días pasado a lobo"), Víctor Contreras se convirtió en el primer ser humano -y hasta hoy todavía el único- en completar una travesía a nado sin traje de protección en las heladas aguas de la Antártida. "A tres metros del borde costero el agua estaba caliente, pero pasabas esos tres metros y la hüeá bajaba de cero. Hasta siete bajo cero. Fueron unos 2500 metros desde la Bahía Balleneros a La Península Dumas. Fui el primer humano. Bueno, además de los que se han caído y se han ahogado", comienza a relatar el Tiburón, con un punto de ironía, acerca de una travesía que también fue la más dura para Mafalda: "A mí me dejaron afuera. El almirante Merino me dijo: no, usted no va. Porque se podía morir. Así que me dejaron en Punta Arenas. Desde que me cortaron la comunicación a las cinco de la mañana, hasta que terminó de nadar, me fumé como cuatro cajetillas y me tomé como 18 cafés. Hasta que me lo dieron de nuevo vivo. Recuerdo que cuando lo logró, el Almirante Merino dijo: En la armada, un hombre que se cae al agua en la Antártida es hombre muerto. Y si este loco se atreve a nadar en la Antártida quiero que mis marinos sepan que pueden sobrevivir", recuerda.

"Empecé a nadar tranquilo, pero sentía que la embarcación que iba conmigo se me alejaba. Y decía: Puta, me están dejando aquí. Y eso que el gallo del buque me iba pegando en la gorra. Después supe que eso era la hipotermia. Al llegar me hicieron exámenes y todo estaba bien. Quizás la boca no tanto, porque hablaba como japonés, pero había salido vivo. Esa fue mi última hazaña de nombre mundial", culmina.

Pero una vez lejos del mar, la vida de Víctor Contreras no dejó de sufrir sobresaltos. Un incendio intencionado redujo a cenizas su escuela de natación situada en el borde costero, años antes de que el terremeto de 2010 le obligara a abandonar su casa de siempre, de la céntrica Calle Colón de Valparaíso, para refugiarse tierra adentro. Allí, un derrame cerebral puso en jaque su vida. "Estaba haciendo una instalación eléctrica en la casa, y me dio un infarto cerebral. Me salvé de milagro. El médico me dijo: Mira, Tiburón, aquí de esta sala, sales muerto o sales hüeón. Y yo salí sólo un poquito", explica sonriendo, con la tranquilidad que le confiere el hecho de saber que su legado no se extinguirá fácilmente. Porque de su relevo se han ocupado ya, entre otros nadadores chilenos, Julieta Núñez; la mejor de sus alumnas; y su hijo Víctor Contreras Junior; quien además dirige el club de natación que lleva su nombre.

Finalizada la conversación y al filo ya del mediodía, el legendario deportista, en un postrero ejercicio de justicia poética, se enfunda por última vez su traje de baño y se dirige a la playa. Allí concluye esta entrevista, con el Tiburón varado de nuevo a orillas del océano y un niño, de unos ocho años, mirando al mar desde el muelle de Las Torpederas.

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