Diego López afronta el partido entre Universidad de Chile y Coquimbo Unido con otra disposición. El concepto es amplio. Se puede aplicar a las modificaciones tácticas que introdujo en el equipo estudiantil, con el objetivo de mejorar su funcionamiento y, principalmente, de obtener puntos que eran urgentes para el propósito de los laicos y también a la forma en que lo vivió. En Valparaíso, el técnico intentó mostrarse activo y enérgico. Durante todo el partido les gritó a sus dirigidos y gesticuló, a diferencia de lo que había mostrado en los anteriores encuentros en que dirigió a los azules. En la cancha, parece que no le escuchan: la U volvió a mostrar los problemas de siempre e incluso lo pasó mal. En los últimos minutos, dos notables contenciones de Cristóbal Campos evitaron el descalabro.
¿Qué mostró la U? En rigor, nada. En el papel, un cambio de sistema que apuntaba, teóricamente, a permitirle un mayor protagonismo ofensivo. López transó en su habitual línea de cuatro en la defensa y le restó un jugador a ese bloque, buscando mayor presencia por las bandas y, por consiguiente, un mayor volumen en el ataque. Fue tal el nivel de desconexión que mostraron sus dirigidos que, en realidad, pareció que no le entendieron la idea. Llegadas de riesgo no hubo. Y grandes figuras tampoco. Descontada las notables intervenciones del portero, que se pueden apartar del análisis del funcionamiento colectivo, el único que intentó sobresalir fue Lucas Assadi, quien al menos procuró acercarse al arco pirata con algún riesgo, pero que no encontró un socio adecuado para que esas aproximaciones surtieran algún efecto. Darío Osorio, la otra promesa laica, obligada a asumir protagonismo en razón de las circunstancias, esta vez no tuvo la brillantez que ha deslumbrado incluso a quienes lo observan desde el exterior. El resto cayó presa de una mediocridad generalizada que, por cierto, también alcanzó al rival, Coquimbo Unido.
Es tal el extravío de ideas que el rostro de los jugadores al final del compromiso ni siquiera reflejaba decepción. Más bien, era parecido a un estado de shock, a la incredulidad. Los hinchas hicieron notar la molestia con energía. “Jugadores, jugadores, yo les pido por favor que mojen la camiseta...”, se escuchó en Playa Ancha antes de que los insultos se enfocaran en la dirigencia, como en toda la temporada.
Cambio de planes
Antes de eso, López había intentado volver a la idea inicial, con la finalidad de revertir de cambiar el trámite del compromiso. El ingreso de Pablo Aránguiz apuntaba precisamente a eso, a generar un peso ofensivo más importante, pero claramente no bastó. Tampoco los ingresos de Bastián Tapia, Renato Cordero e Israel Poblete. Varios, incluso, intentaron explicarse por qué el entrenador optaba por sumar defensores y volantes y dejaba en la banca a Junior Fernandes, cuyo aporte también les resultaba incierto, pero que al menos en el papel, al tratarse de un delantero, les ofrecía alguna esperanza de una llegada de riesgo.
Lo concreto es que la U no cambió. O que si lo hizo, fue para mal. De hecho, el resumen no considera llegadas del anfitrión de la jornada en Valparaíso y sí ese par de ocasiones que las manos de Campos evitaron que el paso por el puerto terminara en tragedia.
En el caso de López, el panorama no es mucho mejor. El estratega vuelve a quedar en el limbo. Su continuidad pende, nuevamente, de lo que decida Azul Azul. Entre los fanáticos, la paciencia ya se agotó.