El nivel -1 del hotel Marriott parece ser sede de una convención de tipos duros, personajes sin cuello, de hombros activos, orejas de coliflor, pómulos hinchados, tabiques desviados y puños apretados. Todos allí sonríen, comparten, se toman fotos o son entrevistados por los medios que han llegado hasta la Avenida Kennedy, en Las Condes, para conocer detalles de lo que aquí se prepara.
Hace días que estas salas se transformaron en el centro de operaciones de la industria de artes marciales mixtas más importante del mundo, la norteamericana UFC, que este sábado presentará por primera vez una velada en Chile. Y aunque, en el papel, el combate estelar será el del brasileño Demian Maia y el nigeriano Kamaru Usman, la verdad es que quien se lleva toda la atención es Diego Rivas, el dueño de casa, que se enfrentará al argentino Guido Canetti.
No ha sido una semana sencilla para el Pitbull. Está a horas de la ceremonia de pesaje y la balanza aún supera los 61 kilos que debe alcanzar, por lo que su dieta es tan estricta como para bajar dos kilos en 24 horas. Confía en que lo conseguirá, aunque confiesa que este proceso lo mantiene con bastante menos paciencia que lo habitual: "La energía no es la misma, ando un poco de mal humor, irritable, pero es parte de todo esto. Hasta en estos momentos intento disfrutar". Y es que no hay otra explicación para entender lo que él hace; si no lo disfrutara, nada de esto tendría sentido.
Siempre fue así, desde el principio. Primero fueron los días en que se saltó el colegio para escaparse desde Cholchol a Temuco a entrenar sus primeros golpes. Luego, sus combates iniciales, donde se midió con distintos peleadores nacionales en el rústico circuito Master Fighter Championship, donde nunca cayó. Y, finalmente, en el reality show de UFC, donde logró conseguir el contrato que hoy lo mantiene como uno de los guerreros más importantes de Sudamérica.
Un ritmo sin respiro, agitado y enloquecido para un sujeto que decidió pelear por cada oportunidad en la que estuvieran en juego sus sueños. Y paradójicamente, tras vivir el mejor año profesional en su carrera, recibiendo incluso el premio al mejor K.O. del año en UFC, su recordado y certero rodillazo al israelí Noad Lahat, la vida decidió complicarle un poco las cosas, quizás demasiado. En 2016, un cáncer lo alejó durante toda una temporada del octágono.
Pero el Pitbull no sólo recibe ese apodo por su estilo de combate. Su tenacidad lo hizo luchar, recuperarse y ponerse otra vez en pie, adquiriendo, además, otra medalla a su palmarés, una más simbólica, al derrotar esa enfermedad. "Ahora soy diferente. El cáncer me hizo aterrizar en muchas cosas, y aunque fue un momento bastante gris en mi vida, me enseñó a valorar a las personas que tienes al lado y a desechar a otras. En esos momentos te das cuenta de muchas cosas", reconoce. Su historia fue tan impactante que incluso Fox Sport Premium, para promocionar el evento, decidió utilizarla para motivar a los fanáticos. "Estuve desde las nueve de la mañana hasta las 23 horas grabando, pero quedó muy buena", asegura.
Después de tantas emociones juntas, sólo una le faltaba. Hace cinco meses fue papá y aunque en esa faceta sólo es un sparring, pues Madai, su mujer, es quien se lleva el mayor peso, no duda en decir que la llegada de Ian fue lo mejor que le pudo haber pasado.
"Voy a ganar el sábado", asegura. Lo dice confiado, tanto que el ex campeón peso pesado, el brasileño Antonio Rodrigo Nogueira, el Minotauro, que está a unos metros, sonríe de la impresión y le palmotea la espalda. Acaba la entrevista, pero la maquinaria en torno al show sigue su tranco rabioso. Ya no hay más palabras. Diego Rivas, el chico del deporte violento al que nadie conocía, se mentaliza para la nueva hazaña.