Nasser Al-Khelaifi, el presidente del PSG, envió la pasada semana un intermediario a ofrecer dinero a Edinson Cavani para que renunciara a lanzar los penales en favor de Neymar. Le garantizaba la prima de un millón de euros que tiene por contrato en caso de ser máximo goleador de la Ligue 1. Marcara o no marcara goles. Según dos fuentes próximas al PSG, el dirigente esperaba pacificar así un vestuario revuelto que evidencia la crisis cada vez que Neymar y Cavani se pelean por lanzar los penales. Intento en vano. Cavani respondió tajante. No le interesaba el dinero. Los penales los seguiría tirando, pues llevaba cuatro años trabajando para el PSG, era el tercer capitán, y se había ganado esa forma de dignidad.
Al-Khelaifi, según las mismas fuentes, también envió emisarios a tantear a Neymar. Con zalamerías le invitaron a olvidarse de los penales. Le sugirieron que el rey del equipo debía actuar con magnanimidad cediendo el tiro al nueve, que vive del gol. Neymar no comprendió esta lógica.
El brasileño se fue el domingo pasado de fiesta a Londres en su jet privado y al regresar, el miércoles, se dedicó a inquirir por la respuesta de Cavani en un clima de tensión. Cuando le anunciaron la decisión inflexible de Cavani, la reacción de Neymar fue airada. El viernes alegó que le dolía un pie y se salió de la lista para el sábado en Montpellier. El PSG jugó su peor partido y empató 0-0.
Un mes después de aterrizar en París, Neymar sólo parece feliz cuando se distiende con sus amigos los tois. El jugador convertido en piedra angular de un proyecto destinado a quebrar la hegemonía española en el fútbol europeo, no se encuentra cómodo. Futbolistas y agentes próximos al club aseguran que la estrella ha descubierto resistencias inesperadas. La hostilidad manifiesta de Cavani es sólo la expresión de un sentir generalizado entre sus compañeros, especialmente entre los veteranos.
El malestar partió en agosto, cuando Al-Khelaifi no pudo contener la sensación de pánico que sucedió a la amenaza de la UEFA de dejar al club fuera de la Champions a partir de 2018 si vulneraba el fair play financiero y llamó a los agentes de la mitad del vestuario para abrirles la puerta de salida. La lista incluyó a Di María, Pastore, Matuidi, Moura, Draxler, Ben Arfa, Aurier y Thiago Silva. Consistió en informarles de que, debido al fichaje de Neymar, el club se veía en la necesidad de liquidarlos para obtener ingresos y equilibrar cuentas. La plantilla se sintió tratada como mercancíapara abrir hueco a Neymar. En el camerino cundió un interrogante: "¿Y éste quién se cree? ¿Se cree Messi?". Cavani se erigió en cabecilla de los indignados.
La llegada de Neymar a su primer entrenamiento aumentó las suspicacias, por su actitud desmesurada. Con los días, hasta Marquinhos y Moura, dos habituales de la selección de Brasil, alcanzaron la convicción de que su paisano se tomaba atribuciones excesivas. Le vieron conducirse con la presunción de un balón de oro. Como si llevase años ganando títulos para el PSG. Sólo Alves, amigo personal, se mantuvo firme a su lado.
En un vestuario plagado de colegas en venta por su causa, Neymar se comportó como si su consagración derivase no de los méritos logrados en el campo, sino de su fichaje por 222 millones de euros y de su sueldo anual de más de 25 millones netos, que es el doble de lo que cobra Cavani, el segundo mejor pagado. Silva y Motta le explicaron que ahí había grandes futbolistas expertos a los que no podía ignorar. Cavani le exigió respeto para los veteranos. Neymar los escuchó con aire distraído.
Dicen los testigos que Al-Khelaifi parece superado ante un incendio que sigue activo. El jueves, en un intento pacificador, Alves invitó a la plantilla a cenar a un restaurante chic del distrito XVI. La velada, según un asistente, se animó tanto como un funeral.