Lionel Messi llega a París y, si vale la analogía, Francia vive una nueva revolución. El PSG se transforma en el club más importante del mundo, una aspiración que hace rato tiene y para la que sus dueños, representantes de capitales árabes, invierten en consecuencia, pero que sigue sin traducirse en el gran éxito al que aspiran: conquistar la Champions League. La llegada del argentino, quien superó los exámenes médicos, el trámite previo a la firma del contrato, tampoco entrega la certeza de que vayan a conseguirla, aunque sí supone reducir considerablemente el margen de error en el nuevo intento. Ya fue presentado oficialmente por el club francés. Utilizará la camiseta con el dorsal 30, la misma con la que inició su carrera en Barcelona.

Messi deja de ser el centro del Barcelona para serlo ahora en el equipo galo. Una noticia que el técnico, su compatriota Mauricio Pochettino, debe celebrar, pero que, en alguna medida, también debe inquietarlo. La Pulga es, desde ahora, la nueva estrella en un camarín de estrellas. Una condición, la individual y la grupal, que involucra no solo gestionar la disputa deportiva por ganarse un espacio en el equipo titular, sino que también la de transformarse en una referencia. Deportiva, otra vez, y comercial, como elemento inherente.

Por el momento, eso sí, todas las señales son positivas. Messi se rencontrará con su amigo Neymar, quien ya le dio la bienvenida, y con varios compatriotas, pero el listado es mucho más extenso. Kylian Mbappé, Sergio Ramos, Marco Verratti, Ángel di María, Leandro Paredes y Marquinhos, entre otros, completan la nómina de nombres estelares. En rigor, casi todos integrantes de la plantilla lo son.

Messi y Neymar comparten después de la final de la Copa América (Foto: Reuters)

El rol clave de Pochettino

Los técnicos suelen decir que contar con grandes figuras es el problema que siempre les gustaría enfrentar. Que es más fácil obtener buenos resultados si se tienen grandes jugadores. Sin embargo, es un hecho que mientras más importante sea el jugador, mayor es la dificultad de lidiar con su personalidad. Y más aún, tratándose de varios. “No debe ser fácil, pero hay dos ejemplos muy buenos. O tres. Pep Guardiola en el Barça, Zidane en el Real Madrid y nos tenemos que remontar un poquito más atrás a Del Bosque, que lo hizo en el Madrid también”, recuerda Marcelo Espina, ex capitán de Colo Colo y en la selección argentina, dos vestuarios de pesos pesados.

“En este caso, yo creo que Pochettino tiene características bastante parecidas a esos tres entrenadores. Es un entrenador de perfil bajo, que ha sido seleccionado, ha jugado un Mundial y ha jugado con futbolistas de ego alto. Y por otra cosa, también tiene una ventaja en esta conducción: que muchos de ellos son amigos. Neymar es amigo de Messi, de Di María; Messi lo mismo. Tiene el camino muy allanado. Sin conocerlos, son de perfil bastante bajo. De hecho, Messi va a usar otra camiseta. Siempre que se pidieron. Esas cosas colaboran para tener una conducción sencilla. Lo otro es no hacer tanto lío el entrenador. Mientras mantenga ese perfil, lo va a tener mucho más fácil”, sostiene Espina.

Eros Pérez, quien integró el plantel de la UC que, a mediados de los 2000 recibió el mote de Pirulácticos, por concentrar a buena parte de las figuras del fútbol chileno, coincide. “El técnico es un facilitador, un guía, un motivador, un interlocutor. Debe entregar las claves para entregar ese mensaje y homogeneizarlo. Debe asignar misiones y tareas bien claras y luego el jugador debe agregar el extra, que en este caso está claro, por lo que pueden aportar figuras de este nivel. Ser un verdadero director de orquesta, con sentidos finos. Ese es el trabajo que deberá realizar Pochettino para conseguir un espíritu colectivo”, explica.

La experiencia local

Espina fue parte del Colo Colo que dirigía Gustavo Benítez. Tres títulos nacionales, una Copa Chile y la semifinal de la Copa Libertadores en 1997 forman parte de los logros que consiguió ese grupo. Nombres rutilantes había para regodearse. Además del Cabezón estaban Marcelo Barticciotto, Marcelo Ramírez, Ivo Basay, Pedro Reyes, Fernando Vergara y José Luis Sierra, por citar a algunos. “No sé si nosotros teníamos egos altos. Uno, quizás, desde dentro no se da cuenta. Lo que sí puedo decir es que Gustavo (Benítez) era un técnico como te dije en lo anterior. Un tipo de muy bajo perfil. Nosotros nos llevábamos muy bien entre todos, sobre todos los grandes. Cenábamos y almorzábamos siempre juntos, el grupo. Pasábamos cumpleaños de los hijos juntos. Hay muchas cosas parecidas a esas, salvando las distancias. Teníamos mucha amistad familiar. Ivo y yo, Barti conmigo, el Rambo cada tanto se sumaba. Había un montón de esas cosas. Gustavo creyó en nosotros y le manejábamos el camarín, la relación con el club, no había conflictos. Eso hacía que todo fluyera con mucha naturalidad y tranquilidad. La pasábamos bien y, además, ganábamos”.

Pérez augura buenos resultados para la apuesta de los franceses, extrapolándola con la que le tocó vivir en los cruzados. “Ya hay un fiato, relaciones que ya existen. Entonces, debería irles espectacular, porque la calidad futbolística les sobra. Mi experiencia en los Pirulácticos, como nos decían, es que nosotros nos adorábamos, nos queríamos mucho y al que se descarrilaba o quería tirar para su lado, lo enrielábamos”, sostiene.

La definición clave para el defensor es el liderazgo, un tema que reconoce que le apasiona y al que le dedica tiempo de estudio. “Los liderazgos se mezclan, no son rígidos. Flexibilidad es progreso, evolución, desarrollo e inteligencia”, enfatiza, en una definición que extrajo, precisamente, de los libros que consulta.

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