Los Juegos Olímpicos visibilizan el delicado tema de los refugiados. Historias de sacrificio y esfuerzo, atletas de países en conflicto que finalmente pueden competir en la cita planetaria gracias a la solidaridad del Comité Olímpico.
Tal como el debut en Río 2016, esta vez son 29 los deportistas de 11 países diferentes en Tokio 2020, quienes integran el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados, los mismos que han pasado por dificultades tanto al huir de sus países de origen en medio de serios conflicto políticos y armados o simplemente perseguidos con el objetivo de tratar de adaptarse a nuevas culturas. Una situación que afecta a más de 82 millones de personas en el planeta.
El mismo camino sinuoso que ha debido recorrer el velocista Dorian Keletela, quien ganó su serie clasificatoria de los 100 metros planos, aunque luego quedó eliminado en la segunda serie. El deportista de 22 años de edad de origen congoleño es el primer asilado en Portugal que pudo llegar a una cita olímpica.
El sprinter arribó Portugal el 8 de mayo de 2016, a los 17 años. Una situación forzada, huyendo de una situación difícil, habiendo solicitado asilo el mismo día. Inmediatamente, se unió al centro de cuidado infantil para refugiados.
“No era fácil vivir solo, con la barrera del idioma. Desde que la vida me cambió de plano dejé de pensar en el futuro”, recordó en una entrevista al sitio lusitano Sapo.
Un torbellino de recuerdos y situaciones complicadas, ya que perdió a su familia en el Congo. Sus padres fueron asesinados cuando tenía 11 años. La tía, que lo acogió, era militante contra el régimen de la República Democrática del Congo y, estando bajo vigilancia, decidió enviar a su sobrino a una dirección más segura. “Hasta el día de hoy, nunca más volví a saber de ella, por razones de seguridad”, afirmó con pesar el atleta.
Como todos los jóvenes refugiados que llegan a Portugal, Keletela debió contestar un cuestionario para evaluar sus habilidades y capacidades, al margen de encontrar un nuevo hogar en el centro de refugiados.
En ese momento, Dorian mostró interés en practicar atletismo. En el Congo siempre le gustó correr, aunque nunca se había entrenado en ese deporte y fue el club Sporting el que le abrió las puertas para la práctica de ese deporte.
El esfuerzo y dedicación al entrenamiento le permitió tener excelentes resultados en las primeras competiciones oficiales, en campeonatos de clubes de atletismo indoor y una gran visibilidad a nivel nacional.
Su propio camino
A los 18 años, Dorian decidió dejar el centro de acogida y empezó a recibir apoyo de la Santa Casa da Misericórdia de Lisboa, en una habitación alquilada.
La subvención que recibía de 264,30 euros (cerca de 250 mil pesos chilenos) al mes no le alcanzaba para comer, viajar, estudiar y entrenar. Momentos difíciles en los que cada centavo contaba sobrevivir y que sólo terminaron cuando el Comité Olímpico, atento a su actuación en las pistas, lo presentó a una solicitud de beca de Solidaridad Olímpica.
Ahí todo cambió, se trasladó al Jamor High Performance Center, en las afueras de la capital lusitana. Hoy, el joven de 22 años vive en un departamento no lejos de su lugar de trabajo.
“Si algún día tomo el curso de Educación Física, como me gustaría, la universidad tampoco estará muy lejos. Por ahora, lo que más le aflige es aprender bien el portugués, así que después de los Juegos lo haré”, asegura el velocista, quien se expresa mejor en francés, aunque habla tres idiomas además de las lenguas congoleñas.
Extraña su país, a su gente, aunque no olvida la falta de libertad con la que tuvo que lidiar y que lo empujó a Portugal, donde hoy ha encontrado cierta normalidad después de un comienzo complicado.
Por eso sonríe cuando traspasa la meta en el primer puesto en su ronda clasificatoria de los 100 metros de Tokio, en un tiempo de 10.33, su mejor registro personal. Y aunque en la fase siguiente salió octavo y quedó eliminado, el futuro es promisorio. Sobre todo, cuando eres entrenado por el legendario Francis Obikwelu, el nigeriano naturalizado portugués quien fue segundo en los 100 metros en Atenas 2004.
“Mucha gente piensa que los refugiados son malas personas, pero son personas normales, como todos los demás, pero que tuvieron que huir de su país para buscar seguridad en otro lugar. Estar en los Juegos Olímpicos es el sueño de un niño. Representar la selección de refugiados es diferente a un país. Con 83 millones de refugiados en el mundo, creo que representamos a todos aquellos que experimentan dificultades en la vida. Es un gran orgullo”, dijo el emocionado atleta tras su llegada a Tokio 2020.