Las razones de la omnipotencia de EE.UU.
El fútbol femenino norteamericano le sacó una ventaja al mundo gracias a su desarrollo desde los años 70. Cambios legales y una fuerte liga profesional consolidan un dominio solo contrarrestado a veces por un puñado de países.
En 1972, solo 700 niñas de enseñanza media jugaban fútbol en Estados Unidos. Hoy son más de 400 mil. Ellas son parte de los casi tres millones de mujeres -según las estimaciones más serias- que practican este deporte en ese país, que se acaba de coronar por cuarta vez campeón del mundo, tras vencer en la final del domingo a Holanda por 2-0.
El fútbol femenino en el resto del mundo, sin embargo, tiene un nivel de popularidad y una actividad bastante menos intensas y extensas que el masculino, sobre todo por el notable retraso en América Latina, África y buena parte de Asia. Sólo un puñado de países europeos, un par de excepciones de la Mancomunidad Británica, además de Japón, China y las Coreas rompen con esa diferencia.
Esa brecha en la amplitud de la base le ha dado a Estados Unidos una ventaja aplastante: ha ganado cuatro de los ocho mundiales y sus peores registros en el certamen fueron un par de terceros lugares. Desde que se estructuró el ranking FIFA, además, nunca ha sido menos que segundo y, en rigor, permanentemente primero. Un contraste fuerte con los varones estadounidenses que -aparte de tener al fútbol americano, el béisbol y el básquetbol como preferidos- exhiben el tercer lugar en Uruguay 1930 como único logro importante.
El dominio de las estadounidenses llegó impulsado por un cambio en el reglamento que regulaba la igualdad de género en el deporte escolar de su país (conocido como Título IX), justamente en 1972. Hasta ese año, nada obligaba a los colegios y escuelas a contar con programas que integraran a las mujeres, sobre todo en disciplinas colectivas. La lucha fue compleja y se extendió por años hasta que la Corte Suprema definió meridianamente como iba el asunto, pues durante mucho tiempo los colegios de zonas más tradicionalistas trataron de evitar la aplicación de estos cambios, además de que algunos legisladores, como el senador de ultraderecha Jesse Helms, siguieron recurriendo a todo tipo de argucias para hacerlo inaplicable.
Ahora la base es tan inmensa, que el censo del fútbol femenino 2014 de la FIFA estableció que el total de futbolistas federadas europeas no alcanzaba a igualar la cifra de EE.UU. y Canadá combinados, mientras que en el resto del mundo apenas agregaba un 9% (incluyendo a China y Japón).
Al respecto, hay casos increíbles, como el de Brasil, multicampeón mundial en varones, que entre 1941 y 1979 prohibió por ley que las niñas jugarán fútbol. Tras la derogación de norma tan absurda tampoco llegaron los incentivos de modo inmediato; en años recientes, sí ha habido, pero de manera tibia, como se ha quejado la irreemplazable Marta durante esta Copa del Mundo.
La liga
El desarrollo de la liga profesional estadounidense es otro factor. Tan fuerte es, que absolutamente todas las campeonas en Francia 2019 militan en ella, aunque varias han incursionado casi por curiosidad en las ligas francesa (Alex Morgan, Megan Rapinoe, Tobin Heath), sueca o australiana.
Europa también cuenta con ligas fuertes, que le han ayudado a mantener un grado de competitividad importante, aunque -ya está dicho- con una masa crítica que necesita ser incrementada.
De acuerdo con los datos del sitio FiveThirtyEight, las federaciones del Viejo Mundo doblaron su inversión en fútbol femenino entre 2012 y 2017, lo que quizás podría explicar, por ejemplo, el hecho de que paulatinamente se hayan sumado inglesas, francesas y holandesas a la elite mundialista.
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