El ejemplo del Eibar
Hace varios años -a comienzos de los 90, para ser más preciso- tuve la oportunidad de conocer parte del País Vasco. Viajé, si mi memoria no me falla, siguiendo la gira de un equipo juvenil de la Católica, pero dispuse del tiempo suficiente como para conocer San Sebastián, además de una serie de localidades pequeñas de no más de 15 mil habitantes: Azpeitia, Azcoitia, Beasain y Vergara. Me llamó la atención esa vida a una escala tan apropiada para sus habitantes; la importancia de la historia que seguía impregnada en sus calles, en sus muros, en sus casas, y esa relación cotidiana tan amigable entre los vecinos, los comerciantes, las autoridades, suerte de réplica de la antigua vida de barrio.
Pero por encima de todo, lo que me impresionó fue conocer las sociedades gastronómicas, pequeños lugares en los que se reunían solo hombres -entiendo que hoy eso ha cambiado- para cocinar y entregarse a las delicias de la buena mesa. Tengo vivo el recuerdo de un budín de erizos, de un pulpo a la gallega y de un bacalao que probé en mi paso por esos lugares.
Digo todo esto a propósito de un artículo que leí en el diario El País. En él se detalla el particular caso del Eibar, que pasó de ser un humilde club que sobrevivía entre la Tercera y la Segunda a formar parte de una de las ligas más importantes del mundo en el que se ve las caras con clubes que perfectamente pueden ser su antítesis, como Barça y Madrid.
El artículo explica que el centro de operaciones del Eibar es el txoko, palabra que significa rincón o sitio pequeño, y sirve para nombrar a las sedes de las sociedades gastronómicas -es más, en Santiago hay un par de restoranes que llevan ese nombre-. Es el alma del club y hasta ahí llegan jugadores, los técnicos, los dirigentes, los administrativos, los hinchas, para vivir desde dentro lo que es el Eibar. En medio de la locura que puede significar participar de una liga como la española, la vida en el txoko, esa cotidianidad tan natural y de barrio, la horizontalidad a la que obliga, es la que lleva a todos los que están detrás del club a vivir con los pies en la tierra. Como dice su presidenta, Amaia Gorostiza: "No debemos perder de vista nuestra procedencia. El día que perdamos de vista nuestro pasado empezará nuestro declive".
El caso de este club, que suma su quinta temporada en la Primera, ha pasado a ser estudiado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra como un modelo de buen gobierno para las pequeñas y medianas empresas. El artículo cita a uno de los profesores, quien explica las enseñanzas que quiere transmitir a partir de la experiencia del Eibar: la importancia de la unidad, el destino de los excedentes, la prudencia financiera y la capacidad para competir con menos recursos que otros.
Pero los aprendizajes del Eibar exceden la esfera económica: En tiempos de poner en valor el aporte de la mujer a la sociedad, el tener a una presidenta a la cabeza testimonia la posición que el club tiene en este contexto. La diversidad es otro elemento importante y queda de manifiesto en el dato de la procedencia de sus 11 mil accionistas, que provienen de 69 países.
Y por último, a contramano de lo que hacen clubes como el Barça y el Madrid, que han convertido el gobierno de un club de fútbol en una máquina de hacer dinero, el Eibar ha entendido que más vale vivir de acuerdo a sus posibilidades, apelar al ingenio más que al poder del dinero y tener una estructura más propia de un club social -de aquellos que pervivían en el barrio hace 30 o 40 años- que de un mega-club donde las prioridades se miden en función de los euros.
Más que lecciones de fútbol, lecciones de vida.
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