El abuso y la funa
"Que la funa fuera el único mecanismo encontrado por una de las agredidas para pelear habla mal también de una estructura que, aunque sin querer, no pone demasiados obstáculos a los acosadores y abusadores".
Fue por la ventana de los nuevos tiempos por la cual Emilia Pastrián se animó a gritar socorro. Fue mediante una funa en redes sociales, novedosa arma masiva de destrucción, por donde la futbolista de Palestino repudió públicamente el comportamiento del quinesiólogo Ignacio Montano. Del titular de su club justo hasta la denuncia, porque fue inmediatamente desvinculado ante la contundencia (sic) de las pruebas aportadas. Y a la voz de auxilio, que se propagó con celeridad, se sumaron nuevas y peores acusaciones contra el masajista.
Un escándalo mayúsculo, que no infrecuente, que nadie había sido capaz de detectar. O de combatirlo. En los textos de las víctimas sí mencionan más casos, aunque no aireados, que permiten deducir que ahí dentro estaban más o menos al tanto de la particular forma de trabajar de Montano, tres años en el cargo y también con consultas particulares. Que la funa fuera el único mecanismo encontrado por una de las agredidas para pelear habla mal también de una estructura que, aunque sin querer, no pone demasiados obstáculos a los acosadores y abusadores.
Las futbolistas no supieron qué hacer ni ante quién denunciarlo. El club no tenía articulado cómo evitar estos hechos o controlar a sus funcionarios. El miedo o la vergüenza, la incomodidad de hablar en alto de estos sucesos, juegan a favor del infractor. Las autoridades miran todavía de lejos. La realidad de un deporte femenino de alguna manera indefenso. Ha saltado un caso, pero no existe la certeza de que sea aislado. La duda está instalada. Los murmullos circulan. El recuerdo fresco de denuncias pasadas de las que salen peor parados las denunciantes que los denunciados (¿en qué quedó el caso chileno de la gimnasia?)... El asunto es complejo, aunque no debiera serlo. Se sabe lo que está bien y lo que está mal, no hay tantos grises.
Sin comparar un caso con otro, la complejidad ya se advirtió hace unos meses cuando el que fue señalado fue el seleccionador de las Rojas. Por actitudes indebidas con una seleccionada, según describió la ANFP al iniciar una investigación que finalmente archivó. Por actos de acoso y relaciones inadecuadas, según sostenían las denunciantes. Un caso confuso que se cerró sin aclarar con un tajante “ya lo hemos resuelto nosotras” de la capitana Christiane Endler, y un misterioso paso atrás del Anjuff, que había iniciado las acusaciones. El pecado pasó a ser la divulgación de los hechos.
Pero ya entonces, antes de agachar la cabeza, el sindicato de jugadoras habló de un problema generalizado en el fútbol femenino, que afectaba a más actores (mencionaron kinesiólogos y utileros) y que urgía frenar. Todo quedó en el compromiso de crear un protocolo de actuación que acabara o se lo pusiera difícil a las prácticas referidas. Las jugadoras nunca supieron más del mismo.
Y es ese mismo protocolo el que ahora, a raíz del caso destapado del kinesiólogo de Palestino, se pretende reactivar. La ministra ha tomado la delantera y parece que el fútbol y las autoridades se van a poner serios en la búsqueda de asideros de prevención y normativas sancionadoras contra esas cloacas. El martes a la una se reúnen todas las partes para ver qué decisiones tomar en este caso (concretar de qué manera llevarlo a tribunales) y en el genérico del deporte femenino (y de menores). Ahí se verá la dimensión del pequeño grito de Emilia, y el de Natalia, y el de Sofía. Porque no es la primera vez que al calor inmediato del ´cómo pudo pasar, cómo no nos dimos cuenta’ se prometen medidas que luego nunca llegan.
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