Una final que pudo ser para cualquiera, pero que el Chelsea jugó con más ganas. Con más inteligencia, con más deseo. Y en un partido soñado, donde el fútbol se elevó a su máxima expresión y la Premier League volvió a demostrar por qué es la mejor liga del mundo; el equipo londinense venció por 1-0 al Manchester City de Pep Guardiola y obtuvo la segunda Champions League de la historia.
El español sorprendió echando mano de un jugador apartado en gran parte de la etapa eliminatoria de la Champions League: Raheem Sterling. El español sacrificó la presencia de un mediocampista de corte, como Rodri o Fernandinho, para contar con el extremo inglés como referencia de área.
La apuesta parecía funcionar en los primeros minutos. El británico se mostró muy incisivo por la banda izquierda, sobre todo cuando Ederson, al igual que con el PSG en la semifinal de vuelta, sacó largo para sorprender con el pelotazo. El balón encontró a Sterling, quien hubiese convertido si no hubiese sido por el gran cierre de Reece James.
Poco a poco, no obstante, el Chelsea logró asentarse en el campo de juego. Para los diez minutos de juego quedó claro que gracias al despliegue físico y a las cerradas líneas del planteamiento, el cuadro londinense parecía más seguro sobre el estado Do Dragao. El City se veía nervioso, endeble en defensa y poco claro en ataque.
En el lado de Guardiola no aparecía Kevin de Bruyne, Foden o Mahrez. En el de Tuchel, Mount y Chilwell dominaban la banda izquierda. Werner creaba peligro, aunque debido a su propias falencias este desaparecía. Como cuando recibió de Mount por la izquierda y pifió el remate en el centro del área.
Parecía que en cada sector del campo había un jugador azul. El despliegue de los blues era superlativo, sobre todo en las líneas defensivas. Cuando el City se sacudía del miedo e hilaba jugadas de peligro, todas eran desbaratadas por alguna barrida o una pierna azul que se entrometía. Y en ese aspecto Kanté maravilló y se comió la cancha.
Si el Chelsea mostraba facilidad para controlar los timoratos intentos del City, también lo hacía para generar peligro. Con dos o tres toques, los londinenses estaban en el arco de Ederson. Gracias a esa claridad en la construcción, el Chelsea encontró el primer gol. Un gol que solo necesitó de cuatro pases. Mendy para Chilwell. Chilwell para Mount. El joven volante recibe en su propia área y mete un pase de cuarenta metros para Havertz, quien ataca el espacio y se encuentra con Ederson fuera del área. Lo sobrepasa y marca con el arco a su merced.
Un golazo que entregaba justicia para lo que el partido había sido durante los primeros 45 minutos. Guardiola había equivocado el planteamiento y le estaba costando la primera final del City. El mediocampo parecía un colador y el Chelsea lo aprovechó.
En el segundo tiempo, Guardiola quiso enmendar el rumbo y Tuchel lo sabía. Algunos de los protagonistas habían cambiado: Thiago Silva debió salir por lesión y en su reemplazo ingresó Christiansen. De Bruyne, tras un choque con Rudiger, también fue retirado. El belga salió con un ojo morado. Y Bernardo Silva, quien fue enviado al sacrificio, fue sustituido por Fernandinho. Así se configuró el mapa del complemento.
Fue un monólogo del City. Sin De Bruyne, sin claridad, y con el Chelsea extremadamente cerrado y aplicado, los citizens apostaban en demasía por los centros. Ningún pase entre líneas, ninguna combinación que dejara pagando a los defensas.
El Chelsea apostó al contragolpe y casi le resultó. Havertz comandó un ataque en solitario en contra de la defensa celeste, esperó a que aparecía Pulisic por la derecha —quien había ingresado por Werner— y el estadounidense erró por poco ante el achique de Ederson. Era el 2-0 y el sello a la final.
Guardiola se jugó el todo por el todo, y para eso echó mano al talismán del club: Kun Agüero. Pero el argentino poco y nada pudo hacer en los pocos minutos que quedaban y el sello a fuego el que se cerró la defensa del Chelsea.
Con jerarquía, convicción y buen juego, el Chelsea obtuvo su segunda Champions League.