Jaime García (43) tiene ganas de hablar. El técnico de Ñublense dice que preferiría hacerlo de la campaña que tiene al equipo de Chillán en el primer puesto de la tabla de la Primera B, pero asume que el diálogo no se centrará en el rendimiento del líder de la Primera B. El estratega le ganó al Covid-19. La batalla fue dura. Le dejó huellas que no dudó en mostrarles a sus dirigidos, a quienes volvió a darles órdenes desde la banca en el partido ante Santa Cruz. Está, de hecho, más delgado. Y en su reencuentro con la banca sintió mareos. Espera que pasen pronto.

El técnico de los Diablos Rojos se imaginó muerto. Decide hablar para contar una experiencia cruda, que incluye el paso por la UCI del hospital Herminda Martin y la incertidumbre respecto de si saldría de ese lugar. Elige hacerlo, también, con el afán de sensibilizar respecto de la gravedad de la pandemia y, también, de destacar la labor de los trabajadores de la salud que lo cuidaron. “Ayer colapsé un poco. Debe ser parte de lo que viví. Anduve un poco mareado. Esa fue mi primera reacción al estar en la banca. Sabía que no podía dirigir, interactuar tanto. Me sentí mareado. Sé los riesgos que se corren, pero todos los técnicos tenemos que llegar con alguna sonrisa. Uno se guarda muchas cosas para no afectar al grupo, pero es evidente que aún no estoy al ciento por ciento”, explica.

¿Tiene alguna idea de cómo se contagió?

Algo tuve que haber hecho mal. Esto, más allá de los protocolos, se lo puede pegar cualquier persona. Los resguardos minimizan los contagios. No sé si en el viaje que tuvimos, si me bajé la mascarilla, si me pasé los dedos por los ojos. Algo debo haber hecho mal, pero esto sirve de experiencia. Por lo que pasé, por lo que viví.

No ha dudado en contar su experiencia, ¿por qué?

Yo quería que mis jugadores vieran cómo había quedado, que bajé de peso, que mi cara cambió, que me consumió el tema muscular. Por eso también accedí a hablar, porque puede servir mucho más que lo futbolístico. Nadie está preparado para lidiar con la muerte. Este virus te come sicológicamente. Cuando te da, te compromete, es parte de una historia que hay que contar para ayudar. O sales caminando o sales en una bolsa. Te sacan y chao. No te pueden llorar, despedirte, nada.

¿Qué tan duro fue lo que vivió?

Mucho. No duermes en todos los días. Estuve con un respirador de alta frecuencia que te quema las narices. Hay gente que no te conoce y te atiende de una forma extraordinaria. Lo único que quieren es salvarte para pasarle esa cama a otro. El estrés que tienen es increíble. Yo no fui al baño en seis días. No podía respirar, me dolía el pecho. El ventilador me ayudaba. Yo quiero que, por último, mi experiencia salve a un poco de gente. Esto es súper complicado. La gente no entiende qué es estar en Cuidados Intensivos. Todos los días piensas que te estas muriendo. Yo podría salir por mi campaña con Ñublense, pero he tratado de compartir mi historia, de decir que hasta que no te dé no lo dimensionas. La empatía no está. Cuando te toca, es complicado. Es una enfermedad súper solitaria. Uno depende de la primera línea de la salud. Hacen una labor increíble. El cansancio de ellos es evidente. Se les nota. Les deja marcas.

¿Qué síntomas tenía?

Mucha fiebre. Creo que llegué a 39,3 grados. Nunca bajé de 38,5. Después, me agarró y sentí que ya no podía respirar, que el pecho me dolía. El lunes me despierto con dificultades para respirar. Pasa la tarde, me levanto al baño, me iba a bañar. y cuando vuelvo a la cama, no podía respirar. Ahí llamo para avisar y me traen oxígeno y me mandan al hospital. Esperé como todos y me pasaron automáticamente a Cuidados Intensivos. Ahí empieza mi historia, la del ventilador de alto flujo.

¿Y cuando ya se fue agravando?

Siempre estuve consciente, pero complicado con el tema de la respiración. El saturómetro me marcaba bajo. Me pasaba películas. No duermes, no puedes salir de la cama, porque tienes que estar con la mascarilla puesta. Me sentía mal. Tenía la respiración corta. Me dolía desde la garganta hasta los pulmones. Me empezaron a inyectar corticoides. El viernes me siento mucho mejor. El lunes ya me dan el alta. El martes fui al complejo. Quería que me vieran. Que conocieran el ejemplo, la historia. Esto pasa si no nos cuidamos. Los protocolos se estaban haciendo bien, pero desde la puerta para afuera todo es complicado. Las compras, las salidas, los vasos. Cuando me vieron flaco, con la masa muscular reducida, hubo un impacto. Me decían que había bajado hartos kilos. La primera línea del servicio de salud son mis héroes. Gracias a ellos estoy acá. Fue un impacto para todos. Fue una enseñanza grande y fuerte. En mi familia somos muy aclanados y les costaba creerlo. Estaban todos de muerte. Mi madre estaba hecha mierda, por su edad. Mis hermanas viajaron para estar cerca mío.

¿Temió por su vida? ¿Se despidió?

Todos los días le preguntaba al doctor si saldría de ahí. Ellos no me podían decir nada. El virus es súper rápido. Un día te ves en un cuarto con mucha gente y al otro ves una bolsa a cada lado. Uno dice “si no salgo de esto, voy a la UTI, me intuban y me meten a una bolsa”. Uno no quiere hablarle a la familia. Avisar que te pasa algo es complicado. Uno termina queriendo que pase ya. Yo tampoco quería irme de acá, de este mundo. Y no es exageración. En ocho días dormí cinco horas, seis horas. Me retaban todos los días por eso.

¿Le dijo algo especial a su familia?

No mucho. Trataba de que mi hermana llevara el mensaje. A mi hijo le decía que iba mejorando de a poco. Había que tener paciencia. Los doctores me decían que iba bien y eso me alentaba a seguir parado sicológicamente. Los enfermeros me contaban que me bajaban el oxígeno y esto me alentaba, pero uno siempre piensa que al otro día el virus te daba vuelta.

Los índices siguen aumentando y está el peligro de la segunda ola, ¿qué le diría a la gente?

Lo más importante es que se sigan cuidando. El que sufre eres tú, pero también vas matando a tu entorno día a día. Hasta cuando no te toque y ves el sufrimiento de los tuyos, no lo sabes. El mensaje es “si tu quieres a tu familia, cuídate”. Este virus o te entrega caminando o te entrega en una bolsa”.

¿Debieron ser más estrictas las medidas para las fiestas de fin de año?

El relajo es el que mata y el que contagia. Nos pasa en el fútbol, en la familia, la calle. ¿Cuál es la urgencia de salir a comprar un regalo o un pedazo de carne? A mí, después de lo que viví, me interesa un real pepino. Hoy me comería un plato de arroz con pescado. No salgo, no me expongo. Ya no fumo. No me interesa. Valoro mucho más mi vida hoy que antes. Me hace pensar en la gente que me cuido sin conocerme como si me hubiera cuidado mi madre. Y no ganan ni cerca de lo que gana un ministro, un senador, un alcalde. Se exponen ellos y sus familias. Ellos son los que necesitan ganar plata, tener un contrato. Es gente que no descansa. Esos son los que tienen que ganar plata. Los que mandan desde arriba son los que se forran.