“¿Qué está pasando? ¿Por qué toda esta gente esta parada allí afuera? ¡Tengo a siete personas dentro de mi carpa!”.

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4 de febrero. Dos de la tarde, hora de Pakistán. Cuando Colin O’Brady sintió que al fin se estaba acercando al Campo 3, paró de escalar. Nunca había estado en el K2, por lo que desconocía la ubicación del último campamento antes de la cima, a unos 7.300 metros sobre el nivel del mar. Estaba completamente solo: su ritmo de ascenso fue tan bueno que hizo que perdiera de vista a los dos sherpas que subían con él. Además, las cuerdas fijas se habían terminado, por lo que seguir escalando en esas condiciones no era lo más seguro. Así que decidió sentarse a esperar.

“Empecé a escalar asumiendo que en cualquier momento vería alguna señal del C3 tras haber pasado la Pirámide Negra, pero todavía no veía nada. Además, iba desenterrando las cuerdas de la nieve, porque habían pasado varias semanas desde que alguien estuviese ahí. Preferí detenerme”, cuenta O’Brady a La Tercera.

Lo cierto es que estaba a solo 100 metros del C3, aunque en ese momento no tenía cómo saberlo. Se enganchó al final de las cuerdas y esperó a que otro escalador se le uniera: “Fue desafortunado, porque estaba sentado solo en el frío, pero eso era mejor a merodear en solitario; en esa zona hay muchas grietas y sin cuerdas fijas el riesgo de caída es muy grande”.

Tras esperar una hora expuesto al frío y la intemperie, aproximadamente a las 15.00 (07.00 AM, en Chile), el montañista estadounidense miró hacia abajo y observó que una silueta amarilla se acercaba a paso firme. Por el color, O’Brady asumió que se trataba de Ming Temba, uno de los sherpas que lo acompañaban. Sin embargo, tras unos minutos, la figura reveló no pertenecer al nepalí.

Pertenecía a Juan Pablo Mohr.

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Antes del K2, Colin O’Brady (35) jamás había escuchado sobre el montañista chileno. Nacido en Olympia, Washington, O’Brady es un triatleta, montañista, y escritor superventas del The New York Times con su libro The Impossible First, donde relata su travesía a través de la Antártica. En 2016 escaló los montes más altos de cada continente en apenas 139 días, lo que le valió un récord mundial. Y en diciembre de 2020 se embarcó en la búsqueda de otro hito: coronar el K2 en invierno, algo hasta ese minuto jamás logrado por la humanidad.

El destino lo llevó a ser parte del equipo reunido por Seven Summits Treks, del cual Juan Pablo Mohr también era integrante.

“Conocí a JP el primer día, cuando volamos desde Islamabad a Skardu para iniciar el trekking hacia el K2″, cuenta O’Brady. “Nos sentimos atraídos desde el primer minuto. Somos casi de la misma edad y no puedo negar que de inmediato me atrajo su personalidad. Una persona extremadamente humilde, amorosa, además de ser un tremendo montañista”, agrega.

La caminata desde Skardu hasta el Campo Base del K2 (5.000 msnm) dura siete días. Entre el 22 y 29 de diciembre, caminando sin parar a través del glaciar Baltoro y luego por el Godwin-Austen, Mohr y O’Brady se volvieron muy amigos. En el Campo Base el lazo se fortaleció: “Formamos un lindo grupo junto a mi compañero Jon Kedrowski y Tamara Lunger, que se unió con Juan Pablo tras la muerte de Sergi Mingote. Los cinco compartíamos en la carpa-comedor, porque era el lugar más cálido de todos. Tras la cumbre de los nepalíes vino el mal tiempo que nos tuvo parados casi tres semanas, así que los cuatro pasábamos el tiempo viendo películas o conversando”.

Cuando los días no estaban demasiado fríos, Mohr y O’Brady salían a caminar por los alrededores del CB. Si encontraban una roca gigante, el chileno no se contenía y comenzaba a escalarla solo con sus manos y pies. El resto de los montañistas, incapaces de resistirse a la habilidad del chileno sobre la roca desnuda, se juntaban para verlo tal y como demuestra un video publicado por O’Brady en su Instagram.

“Hablábamos de todo. Obviamente sobre montaña, pero también sobre los proyectos sin fines de lucros que tenía JP. Era tan apasionado para hablar de estos temas. Además, siempre estaba bosquejando estructuras arquitectónicas en una pequeña libreta que llevaba consigo para todos lados. Había otros escaladores que no eran tan experimentados y él siempre tenía todo el tiempo del mundo para ayudarlos, darles ideas, conversar sobre sus miedos. Realmente era una persona maravillosa”, describe O’Brady.

“No puedo creer que ya no esté con nosotros”.

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4 de febrero. Tres de la tarde, hora de Pakistán. O’Brady se alegró de que su amigo JP llegara a hacerle compañía en aquel solitario y peligroso lugar. Sin embargo, le llamó la atención que lo hiciera solo, sin la italiana Tamara Lunger. La pareja de escaladores había pasado la noche anterior en el C3 Japonés —entre el C2 (6.560 msnm.) y el C3— y a eso de las 11.00 AM, hora local, O’Brady los adelantó mientras ellos empacaban sus cosas para continuar con el ascenso.

Tras el arribo de Mohr ambos escaladores sopesaron la situación. “Discutimos varias estrategias, porque ninguno sabía la dirección hacia el C3. De repente, JP me propone una locura: ‘Tengo cuerda y unos cuantos tornillos de hielo. ¿Por qué no amarramos unas cuerdas y escalamos esta sección en estilo alpino? ¡Vamos, hombre!’. Esa era su forma de ser”, rememora O’Brady.

Si bien al norteamericano le era familiar aquel estilo, declinó a la temeraria invitación. No solo por la peligrosidad de la tarea, sino también porque reparó en que uno de sus sherpas llegaría hasta el lugar en unos 30 minutos: “La situación estaba lejos de ser ideal, pero nos sentamos y pasamos el rato conversando. Juan Pablo me confesó que sus pies estaban muy helados y obviamente estar sentados ahí no era nada bueno para él. Sin embargo, ambos teníamos muy buen espíritu y estábamos muy emocionados por la cima. Nos reímos, contamos chistes. La energía era muy buena”.

De repente, una persona vestida de rojo comenzó a hacerles señas desde abajo, a unos 100 metros de distancia. Era Lunger. No podían escucharla, pero sí observaron cómo movía su cabeza en señal de negación al mismo tiempo que sus brazos formaban una equis. “¿Por qué quiere bajar?”, preguntó Juan Pablo mientras la invitaba a subir agitando sus extremidades. Lunger no quiso.

“Se habían repartido el equipo en dos mochilas, pero al parecer Tamara tenía cosas que a JP le servían, así que tuvo que bajar donde ella”, recuerda O’Brady. Mohr dejó la mochila juntó a su compañero y descendió, lo que le tomó alrededor de cinco minutos. “Lo vi bajar. Conversaron, se abrazaron. JP no estaba enojado ni nada, solo triste porque eran muy amigos. Cuando ella comenzó a bajar él le tomó fotos”, complementa.

Eran las tres y media de la tarde. El sol ya se estaba ocultando en la cordillera del Karakórum.

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Durante su ascenso al C3, el mítico y respetado Ali Sadpara nunca imaginó que se encontraría con una vieja conocida viniendo en sentido contrario: Tamara Lunger. Verla bajando lo sorprendió, ya que juntos habían coronado el Nanga Parbat (8.125 msnm.) hace algunos años, por lo que Sadpara conocía muy bien sus capacidades como montañista. Dado que estaba oscureciendo, el paquistaní le propuso a su amiga escalar con él hasta el C3 y pasar la noche allí en vez de descender sola hasta el C2 en medio de la noche. Lunger aceptó.

Al llegar, ambos vieron con preocupación que las únicas carpas disponibles eran las de O’Brady y Mohr. El nacido en Washington estaba junto a sus dos sherpas en una tienda con capacidad para cuatro personas como máximo; Mohr, más autosuficiente, utilizaba una con espacio para dos personas que en ese momento compartía con el esloveno Tomaz Rotar.

La aparición de Lunger hizo que Rotar tuviera que salir de la carpa de Mohr. Más que mal, estaba planificado que ambos la utilizaran antes de atacar la cumbre. Sadpara tampoco tenía carpa, por lo que el esloveno y el paquistaní le pidieron a O’Brady refugio mientras John Snorri llegaba con la suya: “Ali me dijo que estarían allí como en una hora o dos. Obviamente no les puse problemas, todos éramos amigos y no iba a dejar que estuvieran afuera”. Siendo casi las 19 horas, ya con el sol totalmente escondido, O’Brady creyó que nadie más llegaría al C3 para intentar hacer cumbre. Que todos habían dado la vuelta.

Pero el caos estaba a punto de desatarse.

Un grupo de ocho o nueve escaladores arribó al C3. No llegaron solos: también venían sus sherpas. Y lo peor de todo es que ninguno portaba carpas, o al menos no las suficientes. “Pensaron que todavía estarían aquellas pertenecientes a la primera expedición, pero no sé cómo pudieron pensarlo si es imposible que resistieran los vientos por tanto tiempo”, se lamenta O’Brady.

Al final, casi 20 montañistas debieron repartirse entre cuatro miserables y diminutas carpas: dos chicas (para dos) y dos medianas (para cuatro).

El cineasta Elia Saikaly, cuya intención era grabar el ascenso de Snorri y los Sadpara, solo pudo llegar hasta C3 Japonés. Allí pasó toda la noche escuchando “las brutales comunicaciones por radio de los escaladores apretujados en unas cuantas carpas”. Y es que O’Brady comenzó a entrar en pánico. “Tenía a siete personas dentro de mi carpa, lo mismo con la de Snorri y los Sadpara. Había gente que estaba afuera en el frío, con -50° Celsius. Así que empecé a gritar por la radio: ‘¿Qué está pasando? ¿Por qué toda esta gente esta parada allí afuera? ¡Tengo a siete personas dentro de mi carpa!’”, puntualiza.

Su plan era descansar, dormir, derretir nieve, cambiar sus calcetines; no pudo hacer nada de eso. Con siete personas dentro de una carpa diminuta, sentados los unos sobre los otros, para O’Brady fue imposible preparar un ascenso tan importante como peligroso: “Fue en ese momento cuando decidí que no intentaría hacer cumbre. Simplemente no se sentía bien. Nadie pudo descansar. Tampoco Snorri y los Sadpara. Ellos subieron sin haber dormido, porque su carpa también estaba atiborrada de gente”.

Video del escalador Noel Hanna que muestra el C3 en la mañana del 5 de febrero. Fuente: Facebook de Lynne Hanna.


El caos y la desorganización afectaron a todos, pero no de la misma manera. De hecho, Mohr fue uno de los menos perjudicados gracias a la pequeñez de su carpa: no cabía nadie más excepto Tamara y él. “Dentro de lo terrible de la situación, creo que JP pudo sacar lo mejor de ella”, asevera O’Brady.

Unos 20 metros separaban las carpas de ambos amigos, lo que impidió que pudieran conversar esa noche. Desde la carpa de los Sadpara intentaban convencer a O’Brady para que los acompañara a la cima, pero el triatleta estaba casi seguro de no hacerlo. Acaso buscando consejo, le escribió a Mohr a través de sus comunicadores inReach: “¿Atacarás la cumbre? ¿Qué piensas?”.

Pero el aparato de Mohr se había congelado debido a las bajas temperaturas.

Nunca le contestó.

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“Es lindo pensar en ellos estando en la cima del K2. Si perdieron la vida, al menos que hayan hecho cumbre, pero a menos que encontremos sus cuerpos y junto a ellos haya una cámara o algo, nunca podremos saberlo”.

Colin O’Brady no quiere especular sobre lo que pudo haberle pasado a los tres montañistas. De acuerdo a su experiencia, en la montaña cualquier cosa puede provocar la muerte: un desprendimiento del inmenso serac sobre el Cuello de Botella —a 8.200 m, el último lugar en el que fueron vistos con vida por Sajid Sadpara— , una avalancha, una caída, el frío extremo...

Pese a lo anterior, para el el escritor hay ciertos aspectos que podrían explicar el trágico destino de Mohr, Sadpara y Snorri: “Estaba muy oscuro, muy helado, y los tres se fueron del C3 muy tarde. Nuestra idea era partir máximo a las 21.00, pero no creo que ellos hayan salido antes de medianoche, puede que más tarde incluso”.

“El camino hacia la cumbre es muy largo, sobre todo para JP que subía sin oxígeno, así que le habría tomado mucho tiempo llegar. Además, en la tarde del 5, tal como estaba previsto, el viento comenzó a aumentar y para ese momento ellos todavía estarían subiendo”, analiza.

Sin embargo, es la caótica situación vivida en el C3 la que puede ayudar a entender de mejora manera las muertes de los montañistas. “Es importante decir que en la cima cualquier cosa puede pasar, estés preparado o no. Dicho eso, lo sucedido en el Campo 3 estuvo lejos de ser ideal. O sea, si alguno estaba haciendo el plan perfecto para la cima, lo que pasó en el C3 sin duda que no era parte de él. Gente dentro de tu carpa porque no trajeron la suya, las estufas no funcionaban, además era tarde...”.

Las cosas no se dieron de la mejor manera y en una montaña como el K2 eso puede costar caro, sobre todo en invierno: “Todas esas cosas se van acumulando. Si no descansas bien, si no tienes agua suficiente; todas estas cosas pueden parecer pequeñas si se analizan solas, pero juntas se vuelven inmensamente importantes”.

“Hubo demasiados problemas que impactaron en el ataque a la cumbre aquella noche. Por lo mismo, para mí fue suficiente como para decidir no subir, pese a que mi cuerpo y mi energía se sentían muy fuertes. El riesgo era demasiado grande”, confiesa.

O’Brady, no obstante, cree que quizás Mohr no lo vio de la misma manera: “Él tenía su propia carpa y además era un escalador tan fuerte y talentoso, así que respeto su decisión de subir porque él debe haber creído que podía. No considero que haya sido una locura o una misión suicida. Debe haber dicho ‘soy fuerte, me siento bien, puedo sobrevivir a la noche’. Además, ya ha demostrado lo fuerte que puede ser en ambientes como ese gracias a su hazaña en el Everest y el Lhotse”.

“Entiendo perfectamente por qué decidió subir a la cima”.