Fue un cierre especial, emotivo. Una selección que entendió que era ahora o nunca, dejando en el césped del Miyagi Stadium todo lo que tenían. Si hoy hay reproches para Las Rojas, por entrega no pueden ser. Jugaron su mejor partido del torneo (principalmente en el primer tiempo), pero terminaron cayendo por la mínima ante unas rivales que fueron derechamente mejores. Un 0-1 que deja a Chile sin opciones de avanzar y con la tristeza de haber terminado sus primeros Juegos Olímpicos demasiado pronto.

Hoy se enfrentaron a una selección que les presentó un desafío totalmente distinto al que venían realizando. Japón juega con un estilo mucho más directo y expresivo. Su objetivo no era dominar con el toque y el orden, sino todo lo contrario. Daban espacios, dejaban a Chile mostrar sus armas ofensivas, pero cuando recuperaban la pelota, avanzaban de forma demencial sobre el arco de Endler.

Así, la mejor generación de futbolistas chilenas tuvo que convivir con la presión del constante ataque rival. Trancaron, pelearon por arriba y se tiraron al piso cuando la pelota amenazaba el área de Tiane. Un trabajo defensivo desgastante, que en la primera parte tuvo que coordinarse Las Rojas más atrevidas.

Quizás esa es la mayor lección que deja este partido. Por fin Chile logró generar opciones de forma más continua. Ya no esperábamos un pelotazo largo o una pelota parada. Habían ideas y propuestas. Algo que se agradece después de dos partidos en donde solo tocó defender.

Pero ese atrevimiento no pudo durar los 90 minutos. Cuando comenzó el segundo tiempo, esa superioridad nipona se hizo más evidente. Ya sea por el desgaste físico o por la presión de saber que sin un gol no habían opciones de seguir soñando, la claridad nacional se diluyó. El arranque del complemento fue un ahogo continuo. Japón entraba por todos lados y solo la última linea nacional era capaz de neutralizar los ataques asiáticos.

Así los minutos fueron pasando, mostrando a un Japón cada vez más imponente, y a un Chile cada vez más disminuido. La entrega no se negociaba, pero el protagonismo ya no se cuestionaba. Fue en esos momentos difíciles en que las nacionales tuvieron su chance más clara.

Fue una jugada polémica, de gritos de rabia y corazones apretados. Un cabezazo de Francisca Lara pegó en el travesaño y la pelota cayó justo en la línea. A primera vista parecía que el balón había entrado, una sensación que incluso con las repeticiones se mantendría. Pero lo cierto que es la tecnología determinó que el esférico nunca ingresó en su totalidad.

Ese capricho del destino hizo que el gol de Mina Tanaka en el 77′ fuera un balde de agua fría. Sin esa jugada maldita, la victoria de las locales habría sido tomada hasta con una cuota de aceptación deportiva. Pero con la opción perdida aún dando vueltas, la anotación en contra pegaba hondo en jugadoras y fanáticos.

Un tanto que terminó de sepultar las aspiraciones nacionales. Con tres derrotas y solo un gol a favor, Las Rojas se despiden de Tokio cabizbajas. La experiencia suma, pero ellas querían resultados. La ilusión era grande, pero las diferencias futbolísticas con sus rivales también. A Chile aún le falta para ser una potencia, pero las jugadoras no se rinden. No es fin de proceso ni mucho menos. Es una prueba más para una generación que se ha dedicado a romper marcas y mitos. Ya vendrá otro momento para enfrentarse a las mejores.

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