El drama familiar que llevó Oksana Chusovitina a ser la gimnasta olímpica más longeva de la historia

Oksana Chusovitina, después de finalizar su última participación en unos Juegos Olímpicos
Oksana Chusovitina, después de finalizar su última participación en unos Juegos Olímpicos. (Foto: AFP)

La gimnasta uzbeka, de 46 años, se transformó en la especialista más longeva en participar en unos Juegos Olímpicos. El origen de la proeza remite a una compleja enfermedad de su hijo.



Cuando la uzbeka Oksana Chusovitina finalizó su última rutina en los Juegos Olímpicos de Tokio, quienes pudieron ingresar a la sala en la que se desarrollan las competencias de gimnasia se fundieron en un emotivo aplauso. A los 46 años, después de transformarse en la deportista más longeva de la especialidad en participar en la máxima cita deportiva a nivel mundial, cerraba su carrera. Alcanzó a estar ocho veces en la competencia. La primera vez había sido en Barcelona, en 1992, cuando defendió al Equipo Unificado y ganó el oro por equipos. Había representado a Unión Soviética hasta su desaparición. De ahí en más, defendió a su país natal.

El adiós de Chusovitina fue, naturalmente, uno de los momentos más emotivos del evento deportivo que se realiza en Tokio. La protagonista, lloró. La Federación Internacional de Gimnasia Artística se encargó, de hecho, de darle realce al acontecimiento. “Ovación de pie y ningún ojo seco por la leyenda de la gimnasia artística Oskana Chusovitina, quien llegó a final de su participación olímpica. La atleta de 46 años llegó a ser ocho veces olímpica, compitiendo en Japón por última vez en Tokio 2020″, comunicó la entidad a través de su cuenta en Twitter.

La aludida Chusovitina no pudo evitar la emoción. “Fue muy bueno. Lloré lágrimas de felicidad porque tanta gente me ha apoyado durante mucho tiempo. No miré los resultados, pero me siento muy orgullosa y feliz. Me despido de la actividad del deporte“, decía, poco después de terminar su última rutina.

El reconocimiento fue absoluto. Jueces, rivales, entrenadores, voluntarios y los periodistas que pudieron ingresar al gimnasio Ariake se deshicieron en aplausos. Un corazón descrito con sus manos fue el gesto de Chusovitina en señal de agradecimiento. Será uno de los momentos más recordados de los Juegos.

Para hacerse una idea de la magnitud del registro, basta decir que cuando Chusovitina participó en sus primeros Juegos, aún faltaban ocho años para que naciera Simone Biles, la máxima exponente de la actualidad.

El drama que originó la proeza

El origen del registro que terminó marcando Chusovitina hay que encontrarlo diez años después de su primera intervención olímpica. Por esos días, a su hijo le diagnosticaron leucemia, una enfermedad a la que enfrentar en Uzbekistán sería complejo. La gimnasta y su marido, el luchador Bajodir Kurbanov (también olímpico, en 1996 y 2000) decidieron trasladarse a Alemania, donde encontrarían las garantías médicas para un tratamiento adecuado.

Sin embargo, la decisión, drástica de por sí, implicaba costos. Como una forma de paliarlos, Chusovitina decidió volver a competir. El éxito que fue cosechando en los eventos en los que participó y la solidaridad que encontró en el mundo de la gimnasia le permitieron financiar el tratamiento de su retorno, quien hoy tiene 21 años, y, además los costos derivados de la estadía del núcleo familiar en el país europeo.

A la gimnasta se le reactivó el espíritu competitivo. Y nunca más paró de competir hasta que Tokio se transformó en la última estación de su exitosa trayectoria. La calificación de sus intentos no bastó para que clasificara a las instancias superiores, pero daba lo mismo. Su leyenda ya estaba escrita. Y el reconocimiento ya se lo había ganado. Con creces.

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