2017 fue para Ignacio Arroyo Varela un año principalmente de éxitos colectivos, ya que por sus manos pasó el histórico Sudamericano Sub 17 de Básquetbol que consiguió Chile en Perú. No obstante, 2018 ha sido para el base una temporada de realización personal. De objetivos individuales que se cumplen y lo alejan de la categoría de promesa. Su presente, más que nunca, es el futuro.
Su talento cautivó al club español Estudiantes, de Madrid, que lo fichó para las inferiores. La institución es, por antonomasia, la cantera del baloncesto europeo, lo que convierte su arribo como un logro por sí solo. Pero para Nacho eso no basta.
La dedicación, el esfuerzo y la responsabilidad que su madre le ha inculcado toda su vida -le honra llevando su apellido en la camiseta- le impiden conformarse con una estadía intrascendente, con un paso sin impronta.
Esa avidez por algo más lo ha hecho destacar por sobre sus compañeros, tanto de club como de selección. Le ganó el apodo de Azofra de los Andes, en comparación a un histórico jugador del cuadro colegial, y le valió su primera nominación a la plantilla de honor del club, la que disputa la liga ACB, esa que se alza como antesala a la NBA.
El quinto lugar en el Premundial de Canadá con la Roja Sub 18, en julio pasado, no repitió el éxito conseguido en Lima, pero sí lo llevó a adelantarse y jugar con el seleccionado Sub 21. El equipo mayor está a la vuelta de la esquina.
Más fuerte, ágil y maduro que nunca, Arroyo le da la bienvenida a la adultez con el mejor año de su carrera.