Con cuantiosas bajas, las dudas acerca del montaje defensivo de la Selección ante Uruguay eran evidentes. Pese a que se trabajó con tres en el fondo en la práctica del miércoles, Chile salió a la cancha del Centenario con cuatro atrás. Inexorablemente era una defensa nueva, pero además era joven: 23,25 años en promedio.
Los Díaz fueron los laterales. Desde 1997 fue una pareja de hermanos no jugaba por la Roja. En aquella oportunidad fueron Cristián y Víctor Hugo Castañeda, en un encuentro clasificatorio frente a Paraguay en Santiago. Mientras tanto, la dupla Sierralta-Vegas fueron los centrales, una combinación inédita producida ante la emergencia.
En cada ataque uruguayo se mantenían ordenados, apoyados por otra línea de cuatro en el medio. Nicolás se proyectó más que Paulo. Los espacios que dejó el jugador del Mazatlán fueron el rincón ideal por el cual atacó la Celeste, particularmente en el primer tiempo.
Si de trabajo defensivo se trata, el aporte de Vidal resultó fundamental. El Rey no fue el agente libre detrás de los delanteros (como uno podía prever), sino que se ubicó junto a Baeza más atrás, apoyando en el quite y en la salida. El oficio y exuberancia física del hombre del Inter contribuyó.
El punto negro fue que una falla en la zaga provocó el 1-0 de los charrúas. Una mala salida por el lado derecho genera un contragolpe (la franja izquierda chilena estaba libre) que acaba en una mano de Vegas, sancionada como penal tras revisión del VAR.
Una inquietud que asoma cada vez que se enfrenta a Uruguay es el juego aéreo, histórica fortaleza celeste. Esa variante no fue explotada demasiado por los locales, pero cada vez que los zagueros chilenos fueron exigidos respondieron en el balón detenido defensivo. En este ítem Sierralta solo tuvo una grieta para el 2-1, cuyo rechazo fue capturado por Maxi Gómez.
Ante la necesidad del resultado, Chile se paró más arriba en el segundo tiempo. Nico Díaz, quien desbordó más, salió resentido cerca del final, dándole paso a Roco, quien asomaba como estelar en la previa.