Cuando pequeño era tan bueno que jugaba al fútbol descalzo. El pasto mojado, las piedras de la tierra o el calor del cemento eran dificultades que el mismo Toni Kroos se imponía para que no fuera tan fácil ganar.
Pero a sus 28 años el triunfo nunca le ha sido ajeno. Campeón del mundo, de la Champions League -cuatro con el Real Madrid-, Mundial de Clubes... la lista pareciera extenderse tanto como el zapatazo con el que le dio el triunfo a Alemania sobre Suecia por 2-1.
Meticuloso hasta el cansancio, a Cristiano Ronaldo no tiene nada que envidiarle en cuanto a dedicación. Abstemio, casi maniático por el cálculo de calorías, Toni se entrega con todo a la profesión que ama.
Pero afuera de la cancha lo que trasciende es mínimo. Si el triunfo lo persigue adonde va, Kroos hace lo imposible por alejarse de las luces y la fama. Que sus disparos hablen por sí solos. Que su apodo, el Francotirador, se encargue de generar terror en los equipos enemigos.
Su enfoque está en la pelota. El marketing y la lucha por quien tiene más seguidores en las redes sociales no le seduce. Y la evidencia está en sus zapatos, objeto inherente no sólo al futbolista, sino al ser bajo el uniforme. Hasta la final contra el Liverpool, Kroos utilizó el mismo par por más de ocho años. Sí, casi una década marcando goles y ganando finales con un calzado roñoso, acaso hediondo, pero que rebosaban pura gloria. Sus fieles 11Pro de Adidas. Blancas y azules, con la bandera alemana en la parte posterior. Las usó en 2010 y nunca más se las volvió a quitar.
Frente a los reds, en Kiev, sus botines se rompieron: la carga de gloria ya era demasiada. Pero en vez de ubicarlos en un lugar privilegiado de su mansión, agarró un plumón, los firmó y los mandó a subastar. El dinero lo donó a través de su fundación. Este es Kroos. El multicampeón. El que aprendió a asistir y a filtrar gracias a su padre Roland. El que mantiene con vida a Alemania.