Era mentira. Natalia Duco, la mejor atleta chilena de todos los tiempos, la mejor lanzadora de peso de Sudamérica, también era mentira. Ficción, trampa. A Chile se le cayó en la mañana de ayer, de golpe y a traición, su mejor ejemplo. Su deportista más admirable. La representación más exacta, o eso creíamos, de lo que supone alcanzar el éxito gracias al esfuerzo, la humildad y la superación. Y siempre con la sonrisa puesta, derrochando naturalidad y encanto, predispuesta a colaborar en lo que fuera. Natalia era nuestra diosa, la mejor de todas. Por eso el tamaño de la sacudida, la dimensión de la decepción, la extensión de la mancha, lo irreparable del daño.
Chile se había sonrojado ya con un buen número de episodios puntuales de ese mal endémico del deporte. Pero ninguno de la estatura del que ayer lo conmocionó. El caso Lance Armstrong de Chile, su particular Marion Jones. La reedición en tierra propia de los cercanos pecados de Marta Domínguez o Alberto Contador en España, por más que ambos encontraran la vergonzosa complicidad coartadista del personal y las autoridades patrias (acá, salvo el Ministerio, que amagó con algo parecido a través de un cariñoso comunicado, las demás instituciones marcaron distancia con la atleta). Un terremoto. Hasta la mañana de ayer, Natalia era el modelo a seguir. Hoy es el retrato a evitar.
Quedan pasos jurídicos y técnicos en el proceso antes de la condena definitiva, explicaciones a la falta, detalles concretos, un porqué, la transparencia que promete... pero poca escapatoria. No hay medicina, solomillo, veneno o conspiración que valga de excusa. El sistema desenmascarado no deja margen. Todo lo más el consuelo vacío de que la culpa sea de otro: el engaño de un médico, un entrenador, uno de esos pseudofisios... La presión, el dinero, las becas, la fama... Toda esa basura.
Pero un suceso así (salvo que un milagro de última hora desmonte la noticia) no permite mucha más salida que el desprecio. O quizás sí, la compasión que inspira la reina querida que ha decidido perderlo todo. Natalia se ha quedado sin pasado (manchado ya para siempre de sospecha), sin presente y sin futuro. La mejor imagen del deporte chileno pisoteada. El último juguete roto. La mayor de las penas.