El gusto dudoso de Dudamel
"O tiró sin pensar una frase hecha o directamente nos vaciló. Porque si ese partido realmente le agradó, capaz que incluso saliera como lo había imaginado o ideado; que no fuera un accidente sino una pretensión. Lo cual agravaría el pecado".
Un superclásico decepcionante. Indigesto, tan vacío de fútbol como de público, sobrecargado de precauciones, insulso, anodino, frío, malo. Impropio de ser llamado partido mayor del balompié chileno. Un bodrio que no sació el paladar del hincha, da igual el color, que despertó la acidez de la crítica y que aburrió a todo aquel que lo mirara. Una reunión que dejó un veredicto extrañamente unánime sobre un juego en el que nadie se pone de acuerdo. Y, sin embargo, que agradó a Rafael Dudamel, el entrenador de la U.
“Me quedo con la sensación de que fue un clásico bien entretenido”, afirmó el preparador venezolano a la conclusión del 0-0. Y la sentencia no solo despertó de golpe a todos los que la pelota había dejado dormidos, sino que agrandó la condición de sospechoso de quien la formuló. O tiró sin pensar una frase hecha o directamente nos vaciló. Porque si ese partido realmente le gustó, capaz que incluso saliera como lo había imaginado o ideado; que no fuera un accidente sino una pretensión. Lo cual agravaría el pecado.
Fue su afirmación lo más llamativo, e irritante, de una tarde en la que Universidad de Chile no produjo. Una tuya mía entre Jimmy y Henríquez que evidenció un desesperante miedo al gol y que la retina del espectador azul conservará durante mucho tiempo, un poquito de Aránguiz, y la prolongación innecesaria de un maleficio sonrojante que cumplió los 20 años. Nada más. Se impuso el complejo, el más vale no perder que pretender ganar, el pánico a la camiseta archirrival. La U dejó pasar por delante al Colo Colo más vulnerable de todos los tiempos, que se desangra y consume ante el riesgo cierto de perder por primera vez la categoría. Y lo peor es que fue, o pareció, por falta de ganas o atrevimiento. No es que no pudiera romper el tortuoso invicto, es que ni lo intentó.
Y un trozo de culpa procede, seguro, de las instrucciones conservadoras del entrenador y ese destrozo que ha hecho de lo único que le funcionaba al equipo, la conexión Montillo-Larrivey. Pero algunos futbolistas no pueden dejar de ser señalados. Walter definitivamente ha adelantado su jubilación. Actúa con tristeza y desinterés. Y el equipo, perdido, trata de conjugar esa extraña sensación de pelear en una zona tranquila de la tabla y al tiempo tener que hacer equilibrios, abstractos además, para no enredarse en el descenso de la tabla ponderada.
Quinteros sí habló directamente de un partido “mal jugado”, lo que le hermana en el diagnóstico a la visión general. Pero no le libera de la carga de responsabilidad. Su Colo Colo sigue sin encontrar el rumbo. Luce un central de verdad, de copyright uruguayo, y pare usted de contar. Casi cuatro meses después se desconoce a qué pretende jugar y ni el partido talismán activa a los suyos. Ni Paredes, y eso es noticia, se encendió con la cita que lleva cosida a su biografía. No hizo nada el Cacique para vencer (como si no lo necesitara) y tampoco para perder, así que empate. Pero a bostezos. “Se sumó un punto”, leyó feliz su DT.
Los clásicos se han vulgarizado. Con peor sabor quizás este del Monumental, pero resuelto igualmente con el marcador a cero como ya ocurrió en el Católica-Colo Colo y en el la U-UC de esta segunda vuelta. Algo tendrá que ver el fútbol de las gradas desiertas que ha traído la pandemia. No hay sangre, no hay presión, no hay alma. Y el futbolista lo acusa. La emoción, el color y el sonido de las tribunas escondían a veces pasajes de mal juego que hoy quedan al descubierto. Y también comprometían al jugador, al que ahora tampoco le penaliza su indiferencia. Y menos, claro, si al jefe encima su desidia le satisface y hasta el sopor le entretiene. El fútbol y los entrenadores.