En los años 40, mientras Adolf Hitler conducía los horrores del Holocausto, en el otro lado del mundo Fernando Carvajal cortaba los toperoles de sus zapatos para correr en las calles adoquinadas de Santiago. Para ese niño chileno nacido en 1934 era incómodo correr en esos caminos, que construyeron una historia que aún no tiene fecha de término.

Lo que comenzó a sus ocho años como un hobby fue auxiliado por los trabajos de repartidor de pan y carne en su niñez y forjó una pasión que lo mantiene colgando medallas. Como la de plata en los 8.000 metros cross country del Mundial de Atletismo Master en Lyon (Francia), en 2015, con un registro de 36'32".

En ese certamen, su mayor adversario fue la sed. A unas tres vueltas del final, Carvajal lideraba sin ver a ningún rival cercano y luchaba contra la extenuación cuando le ofrecieron un vaso de agua y se detuvo. Por esa pausa, el ucraniano Mykola Panaseiko y el alemán Alfred Giraut lo pasaron. "Entonces pesqué la moto y pasé al alemán, pero no al líder. Me puse a llorar por haber perdido el oro", cuenta.

Es muy difícil registrar todo el palmarés de este fondista de 83 años. En su casa muestra un sinfín de medallas, y eso que muchas, según cuenta, se las robaron de una mochila. Los múltiples metales vienen de sudamericanos de atletismo máster, torneos nacionales y maratones dentro y fuera del país, como los de Puerto Varas y Mendoza, dos de los escenarios más especiales para él. Por eso muestra un trofeo recibido por haber vencido 17 veces en categorías máster de esa ciudad argentina y otro por salir invicto por 15 años en su categoría etaria en Puerto Varas, entre otros premios.

Pero más que una historia de carreras, la suya es una saga de pasión deportiva, porque también dedicó muchos años al fútbol comunal. "Jugué en varios puestos, en clubes como el Botafogo y Bello Horizonte de Las Condes, y el Unión San Patricio de La Reina. A los 50 pasé a dedicarme sólo a maratones y carreras, donde comencé cuando tenía unos 20 años", relata.

Y después de tanto tiempo, el Tata (o Tata Biónico, como también le apodaron en el Comité Olímpico) ha forjado una fama en la metrópoli. Ya sea por sus logros, su pelo blanco en cola de caballo y bigote o todas esas cosas, varios lo saludan mientras corre.

Después de varios decenios en varias labores, su mente está volcada hacia las pistas, calles y torneos, y fortalecida por dolores que lo mueven a seguir.

"Mi señora falleció por un enfisema pulmonar hace más de 20 años, mi hijo mayor por lo mismo que mi mujer y mi nietecita de tres años murió por una meningitis meningocócica. Pero si me echara a morir, sería peor. Eso me motivó aún más", cuenta el patriarca de dos hijos y siete nietos. "Cuando llego a la meta alzo las manos y les doy las gracias. Creo que me están ayudando", expresa.

"Correr a esta edad es una felicidad inmensa. 'Don Fernando, ¿cómo lo hace?', me preguntan. Y yo lo hago siendo constante. La paso increíble. Esto es la vida misma, es donde lo he logrado todo. No fui un corredor de élite por miedo, timidez, no sé. Pero ahora es como una profesión", reflexiona el Tata, quien corre 20 kilómetros día por medio y se mueve por el cerro San Cristóbal o desde Las Condes hasta Maipú como si fuera una vuelta a la manzana.

Quizás por eso se le agregó Biónico a su apodo, y porque busca seguir por mucho más tiempo. "Yo ahora quiero pasar los 100 años y seguir corriendo", dice Carvajal. Para él, el tiempo no se mide en años sino en desafíos y triunfos.

Eso sí, ha tenido dificultades para triunfar. Una marca deportiva le ayuda con vestimenta y zapatillas y el Comité Olímpico también realiza algunos aportes, pero su presupuesto deriva principalmente de donaciones. Y a veces ellas quedan cortas. Este año, por ejemplo, se perdió el Mundial de Daegu (Corea del Sur) por falta de dinero.

Pero si cae una meta, no faltan otras. Una de ellas es destacar en el Sudamericano Máster de Atletismo que se realizará en Santiago, del 6 al 12 de noviembre, pero la más importante del momento es el mundial que se realizará el próximo año en Málaga, competencia para la cual sigue buscando fondos. Y con el recuerdo de esa pausa para tomar agua que le costó un oro, ni siquiera la sed podrá vencer sus ganas de subir a lo más alto del podio.