El León Astengo recuerda el Maracanazo para honrar la muerte de Orlando Aravena: “Que por una locura de un sicópata haya pagado lo que pagó me duele más ahora”
El ex defensor central llora la partida del entrenador que marcó su carrera y su vida. No duda en describirle como un padre y en este diálogo con El Deportivo dará suficientes señales que comprueban que la descripción es más que metafórica. También valora el legado del Cabezón para el fútbol chileno.
Fernando Astengo se estaba preparando para ir a la clínica en la que estaba internado Orlando Aravena cuando recibe la llamada de El Deportivo. A través de ella, se entera de la noticia que no quería escuchar: que el ex técnico de Palestino y la Selección, entre otros equipos, había fallecido. Al escucharla, naturalmente se sorprende y se paraliza por unos segundos. “No te puedo creer. Iba a ir ahora a la clínica. Justo ayer había hablado con un familiar. Sabía que estaba en la clínica Cordillera y me contaron. Dejé las cosas que tenía que hacer de lado. Mi relación con él fue durante el tiempo que convivimos fue casi de padre a hijo. Eran mi mamá, mi papá y don Orlando. A ese nivel. Es súper doloroso. Desde ayer sabía que estaba internado. Hacía un tiempo que no sabía de él. Traté de comunicarme con él. Me quería como a un hijo”, resume, una vez que reacciona.
La relación entre ambos excedió por mucho el vínculo profesional. “Seguimos siendo amigos fuera del fútbol. Y luego la distancia, los hijos, otras preocupaciones pesan mucho. Siempre pensaba en él, tengo fotos suyas en mi casa, que cada cierto tiempo las miraba. Ayer le comentaba a mi señora que había sido súper importante para mí en el fútbol. Me provocaba las mismas sensaciones y sentimientos que mi papá. ‘Es tu papi’, me decían mis compañeros. Y la verdad es que sí. Lo fue”, insiste, para graficarla.
Un peso injusto
La ligazón entre Astengo y Aravena nació temprano. “Vivía muy cerca de mi casa. En mis comienzos me llevaba a los entrenamientos. Lo esperaba en Exequiel Fernández con Grecia y nos íbamos en su auto. Lo conocía al revés y al derecho. Me contó cosas que no le contó a nadie. Lo mismo yo. Le pedía consejos. Fueron claves para mi carrera y para mi vida” rememora.
Es en ese momento en que se anima a valorar una trayectoria que lo destacó en clubes como Colo Colo, Audax, O’Higgins, Unión Española, Rangers, Everton y Palestino y que lo catapultó a la Selección, en la que se inscribió con varios hitos. Los más favorables, el subcampeonato de América en 1987 y el 4-0 sobre Brasil en esa Copa América. El más duro: el Maracanazo del 3 de septiembre de 1989, que le costó una sanción de cinco años fuera de las bancas. “Es complejo valorar su carrera. El final no fue lo que correspondía. Pagó una situación que no debiera haber pagado nunca. Eso marcó su carrera. Era el técnico de la Selección. Pudo haber dirigido afuera. Había jugado una final con Palestino frente a Colo Colo, fuimos subcampeones de América, tuvimos una selección competitiva que la truncó un sicópata. Yo me quedo con lo mejor: era súper astuto. Tenía una forma muy particular de trabajar. Le teníamos mucho cariño. Tenía su carácter, pero siempre era cariñoso. Me secaba la frente con una toalla. Eso no lo hacía con nadie. Por eso decían que era su hijo. Fue injusto lo que le pasó. Súper injusto. Porque se esmeró. Viene de una camada de técnicos que no tuvo la tecnología ni los sistemas. Llegaba con mucha sensibilidad, paraba bien sus equipos. Como Santibáñez. Había que jugar de atrás hacia adelante, como pasa ahora también. Al final logramos resultados importantísimos, como el 4-0 contra Brasil. Contra Colombia salimos de igual a igual. Había que estar metido ahí, jugando contra Romario, Careca, Bebeto o Zico”, destaca Astengo, en un decidido intento de rescatar el legado de Aravena. El aludido en el término más duro es Roberto Rojas. Astengo no lo nombra.
De la victoria sobre el Scratch, por ejemplo, resalta cualidades que hoy se le alabarían a cualquier entrenador. “Chile nunca le había ganado por 4-0 a Brasil y le ganó con un técnico como Orlando, que nos leyó el partido antes. Estaban Josimar, Dunga, Silas, Bebeto. Entonces, nos dijo que había que aguantar los primeros minutos. Nos defendimos, bloqueamos las bandas. Los balones detenidos los trabajamos muchos. Y sabíamos que si podíamos contragolpear les podíamos causar daño. Y eso pasó en el segundo gol, en el que salí con la pelota y se la di a Letelier. Eso es una muestra de la confianza que me daba. Sabía que yo iba a ir igual, independientemente de que me lo dijera. Era súper inteligente, astuto, usaba palabras pintorescas. Nos tiraba muchas tallas”, repasa.
Otro partido emblemático le sirve a Astengo para profundizar en la herencia futbolística del Cabezón. “En el partido con Inglaterra puso tres centrales y dos jugadores por fuera. En la charla, nombró a 10 jugadores y colocaba las canilleras para mostrar el sistema. Yo no aparecía ni en las cómicas. Todos me miraban. Y la última canillera era yo. La tira. Dice: ‘el León, allá atrás, detrás de todos’. Todo el mundo se puso a reír. Yo sabía que iba a ir atrás. La línea de cinco, ahora, es normal. Nosotros contaminamos el partido, está claro, pero nos enfrentamos a un equipo al que no podíamos ver jugar, porque no había cable, como hoy. Me enfrenté a un delantero que medía dos metros, que era más grande que una casa. Había que tomar precauciones. Que nos nos ganara Inglaterra tenía mucho valor. Hoy en el Monumental les piden a los peloteros que no tiren los balones de vuelta tan rápido. Si un inglés te pegaba, no te ibas a parar a los dos segundos, porque te dolía, las diferencias se notaban. Pero no es ningún pecado. Si Chile cuando le ganó con Salas, también jugó metido atrás. El pelotazo del Coto sale desde la mitad propia”, sostiene.
La despedida pendiente
Astengo se reserva para el final palabras sentidas. “Tuve la gran posibilidad de toparme con una persona extraordinaria. Solo tengo palabras de agradecimiento, de cariño. Ahora estaba pensando, porque sabía que ya no podría conversar con él, qué decirle, si podría entrar a verlo. Me conoció a los 15 años. Vivimos tantas cosas juntos. Durante el castigo, por ejemplo, me llevó a Palestino a entrenar. De esas cosas, y de muchas otras, estaré eternamente agradecido”, manifiesta.
Luego insiste en que la carrera de Aravena debió tener otro desarrollo y, consecuentemente, un final distinto. “Fue súper injusto ese momento que le marcó. Lo tengo súper claro. Nunca tuvo nada que ver en ninguna cosa. Él quería jugar. Que por una locura, por una esquizofrenia, una locura de un sicópata, haya pagado lo que pagó, me duele mucho más ahora. En este momento. No merecía ese estigma. Ayer me preguntaba por qué tuvimos que pagar por eso, si no tuvimos nada que ver. Era una persona bonachona, buena onda, que subía cabros chicos a los primeros equipos. Fue amigo de toda mi familia. Si hay algo que tengo que destacar son las fotos de mi familia. La foto de don Orlando siempre estará en mi casa. En un lugar destacado”, remata.
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