El lujo que solo Bielsa puede poner como condición: trabajar con un jefe con el que se sienta a gusto
El ex seleccionador chileno habla virtualmente como entrenador del equipo vasco, al que está a punto de volver después de un exitoso ciclo anterior entre 2011 y 2013. Sin embargo, como en otras ocasiones en su carrera, su asunción está sujeta a un factor clave: que Iñaki Arechabaleta se convierta en el nuevo presidente del club.
Marcelo Bielsa está a un paso de dejar atrás la inactividad. El ex seleccionador nacional, quien en febrero dejó la banca del Leeds United, después de la magra campaña que estaba cumpliendo en la Premier League, habla, en rigor, como si su retorno al Athletic de Bilbao ya se tratara de una materia zanjada. “Este equipo tiene capacidad de evolución”, diagnostica, en un video en el que da a conocer su inminente arribo a San Mamés. “Hicimos un análisis de los 45 partidos de la temporada 21/22. Para mí es una responsabilidad muy grande dirigir al Athletic”, amplía, dando cuenta de la pormenorizada revisión que ha hecho de la plantilla del club. Y mucho más allá: también ha revisado el material humano del que puede disponer en el Bilbao Athletic, la filial que compite en la Segunda División B, y del Basconia, el segundo equipo vinculado a la institución, que milita en el Grupo IV de la Tercera División.
Sin embargo, para que el retorno de Bielsa se materialice falta una diligencia clave. Este viernes se realizarán las elecciones en el club y el arribo del Loco está sujeto a un factor específico: la elección de Iñaki Arechabaleta como el nuevo presidente de la entidad bilbaína. “Es una responsabilidad muy grande dirigir a un equipo como el Athletic, y más aún para mí, que ya estuve allí y sé de qué se trata”, declara el estratega, anticipándose a un resultado favorable en los comicios. “Por lo que vi, es muy necesario entrar en Europa, si no se ha llegado no es por la falta de ambición, hay recursos para lograrlo. A veces los jugadores ignoran virtudes que poseen”, se anima a afirmar.
No es primera vez
No es primera vez que el futuro laboral de Bielsa está vinculado al acontecer político de una institución. Chile es una buena muestra de esa situación. En febrero de 2011, el país entero se paralizó para escuchar la conferencia de prensa en la que anunció que no continuaría al mando de la Selección, en la que había fraguado un nuevo estilo, lo que le valió ser elevado a la categoría de ídolo nacional, que aún conserva. Por esos días, el Loco se sentía incómodo con Sergio Jadue como jefe, al margen de la distancia que sentía frente a un sistema entero que le parecía enrarecido. El calerano había asumido la testera de la ANFP, después de la imposibilidad de que el cargo lo detentara Jorge Segovia. Al rosarino nunca le agradaron los principios que inspiraban esa gestión y decidió partir, aún cuando el capital popular con el que contaba lo acercaba demasiado al rótulo de incuestionable.
“Sergio Jadue actuó para que yo entendiera que no debía confiar en él”, reveló en la recordada conferencia de prensa en la que dio a conocer su determinación. “El día que nos vimos por primera vez le dije ‘no lo conozco y estos días en que, seguramente, interactuaremos necesariamente voy a observar como usted procede, del mismo modo como procedo yo, usted tiene más ventaja, porque usted sabe de mí más de lo que yo sé de usted”, expresó. Esa vez, intentó poner en evidencia una conspiración para desgastar su imagen pública, quizás el patrimonio que más le interesaba cuidar en ese momento. Una de los factores que más le afectó fue la revelación de las condiciones de su contrato, y los millonarios montos que involucraban, en el contexto de una sociedad que lo seguía en una realidad opuesta a la que disfrutan los principales actores del fútbol.
El transandino había llegado en 2007 de la mano de Harold Mayne Nicholls, quien justamente había perdido la elección para encabezar el fútbol chileno. Sin el ex funcionario de la FIFA en la testera, Bielsa sintió que ya no quedaban elementos que le garantizaran las condiciones para extender su trabajo en el país.
Los otros casos
La carrera de Bielsa está plagada de situaciones en las que la confianza en un proyecto institucional determinó sus decisiones. En México, por ejemplo, también se dio el lujo de abandonar los proyectos deportivos que encabezó tanto en el Atlas como en el América cuando sintió que no contaba con el respaldo que necesitaba para seguir desarrollando sus ideas, que muchas veces trascienden los resultados deportivos inmediatos, como los que exigen clubes grandes y millonarios, como el caso de las Águilas. Aún así, su trabajo trascendió, al punto de que fue mencionado como candidato a la selección azteca, una propuesta que declinó.
De Vélez Sarsfield también se fue envuelto en una controversia. Había firmado por una temporada, en la que dejó como herencia un título, pero el costo fue demasiado alto: la relación con sus jugadores llegó a ser tan tensa que con algunos referentes, como José Luis Chilavert, apenas cruzaba palabras. Otra vez eligió irse.
En el Espanyol dirigió en apenas seis encuentros y partió. Esa vez, la razón era distinta, pero igualmente poderosa: le habían ofrecido la selección argentina, probablemente la cristalización de todos sus anhelos. De la Lazio, en Italia, con la que había llegado a un acuerdo para trabajar juntos, partió dos días después de llegar a un acuerdo porque el club romano no le había fichado a ninguno de los jugadores que había solicitado. Otra vez, prefirió dejar de lado un empleo que no le generaba tranquilidad.
En Francia tuvo dos pasos. Uno exitoso, en el Olympique de Marsella, que también terminó por un acto que le generó desconfianza: sin mediar justificación alguna, el club pretendía recortarles el sueldo a sus colaboradores en un 10 por ciento. Bielsa optó por irse. En el Lille cumplió una campaña para el olvido. En noviembre de 2007, la situación colapsó: Bielsa viajó a Chile para ver a Luis Bonini, su mano derecha en la Roja, quien estaba internado por la enfermedad que terminó costándole la vida. El club galo lo despidió acusándolo de una falta grave, al margen de los magros resultados deportivos. La relación terminó en los tribunales, con el entrenador siendo condenado a pagar 300 mil euros. La justicia había considerado abusiva la demanda por la que pretendía cobrar 18,5 millones de la moneda comunitaria por concepto de indemnización.
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