El medallista de oro cubano que cruzó a nado el Río Grande y ahora compite por el Equipo de Refugiados
Fernando Dayán fue recibido como héroe en la isla caribeña tras ganar un inesperado oro en canoa en Tokio 2020. Meses después desertó en México y se trasladó a Estados Unidos. Hoy, trabaja como gasfitero en Miami y logró una beca para competir en París 2024.
Los Juegos Olímpicos son el escenario perfecto para un cúmulo de historias. Capítulos que valoran la superación de los protagonistas o, simplemente, advierten sobre pequeñas revanchas. A favor o en contra de los atletas.
Particular es el caso del cubano Fernando Dayán. En Tokio 2020 ganó la primera medalla de oro de su país en canotaje, cuando competía con Serguey Torres en los 1.000 metros doble.
El triunfo convirtió a Dayán en un héroe nacional. El propio Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, fue a felicitarlos y el Granma, periódico oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, publicó varios artículos largos y prolijos.
“Hazaña cubana” y “victoria electrizante”, fueron algunas de las expresiones que granjeó el medio oficial del gobierno caribeño para describir el inesperado triunfo.
La federación nacional anunció grandes planes para el atleta. Un equipo en torno a su figura para competir en París 2024 y Los Ángeles 2028. Sin embargo, en estos Juegos Olímpicos, el deportista apareció con el Equipo Olímpico de Refugiados.
Un largo viaje
Porque la biografía del canoísta contiene un párrafo que comparte con muchos otros personajes destacados de la isla caribeña. Cuando regresó a su país, después de los Juegos Olímpicos, el país estaba sumido en la peor crisis económica desde la revolución.
Según sus propias palabras, se sentía infeliz al tener que desempeñar el papel de relaciones públicas para un gobierno en decadencia.
“Tuvimos seis meses de vacaciones y viví como todos los cubanos, ya no estaba en la burbuja del deporte. También me quisieron hacer parte de la farsa del gobierno y yo no quise. Por eso deserté”, reconoció Dayán en una entrevista con The Guardian.
Seis meses después de Tokio, Dayán y el resto de la delegación cubana viajaron a Ciudad de México para una jornada de entrenamiento de tres semanas. En medio del bullicio del aeropuerto, el atleta se escabulló de sus compañeros y entrenadores. Así tomó rumbo a la frontera con Estados Unidos.
Tardó quince días en hacer el viaje. Dejó su medalla de oro y todo lo demás en Cuba y viajó de incógnito porque le preocupaba el riesgo de ser secuestrado y retenido para pedir un rescate si una de las bandas de traficantes de personas descubría que era campeón olímpico.
Finalmente llegó al Río Grande, que separa a México y Estados Unidos. Tuvo que cruzarlo a nado. En medio de esa odisea, escuchó a una mujer gritar en medio de la corriente detrás de él.
Ella se agarraba a una cuerda y su esposo intentaba llevarla a la orilla, pero la corriente era tan fuerte que se soltó. Su esposo la perseguía, pero ella se movía demasiado rápido para que él pudiera alcanzarla. Dayán regresó a rescatarla. Confirmó la historia después de su última carrera con un simple “sí, eso es verdad”.
En la otra ribera del río, el deportista fue arrestado y retenido durante quince días por las autoridades estadounidenses antes de que le concedieran asilo. Terminó en Miami, donde trabaja como gasfitero y entrena en los canales que rodean la ciudad.
No sabía si podría competir en París hasta que en abril el Comité Olímpico Internacional le concedió una beca para refugiados.
“Me siento orgulloso de poder representar a más de 100 millones de desplazados en todo el mundo. Me siento muy orgulloso de poder representar a esta bandera”, advirtió el canoísta.
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