La imagen sigue fresca, por el impacto que produjo. En pleno partido frente a Boca Juniors, Javier Altamirano se desplomó. Había protagonizado un choque con un jugador xeneize, pero la intensidad del impacto no justificaba tal reacción. En ese momento, se temió por su vida. El transcurso de los días dio, al menos, tranquilidad en ese sentido. Tuvieron que pasar meses, eso sí, para que el jugador formado en Huachipato, quien fue considerado en la Selección en el ciclo de Eduardo Berizzo, retomara la actividad física. Siempre en situaciones controladas, evitando el contacto físico y cualquier situación que pueda traducirse en un retroceso o, peor aún, en un potencial riesgo. Recién a comienzos de mayo se le vio trotando. En julio volvió a relacionarse con su implemento favorito: el balón de fútbol. Las dudas por su futuro en el fútbol eran concretas.
Esa sensación y la espera terminaron. El propio club argentino entrega la información que Altamirano, su familia, sus compañeros en Argentina y hasta Huachipato, el propietario de la mitad de su pase, esperaba: el volante volverá a entrenarse normalmente. Su retorno al balompié empieza a verse como algo concreto. “Javier Altamirano recibió el alta médica y a partir del día de hoy se suma al grupo de manera normal”, comunica el club. No hace falta agregar nada más.
La espera
Eduardo Domínguez, el técnico pincharrata, había dado señales de inquietud. “Se creería que… se está hablando que Javi tendría que tomar una decisión, ya no la tomarían los médicos, sino que la tomaría él”, planteaba el estratega, en relación a una definición clave. “Pero vamos a esperar, no nos queremos adelantar. Por ahí va la situación”, complementaba reconociendo la incertidumbre respecto del futuro deportivo del chileno.
El estratega apuntaba, además, el itinerario médico del mediocampista, considerado el principal proyecto que ha nacido en Huachipato en los últimos años y cuya proyección, antes del percance, parecía no tener límites. “Estuvo con la parte del hematólogo. Ya le sacaron para que esté anticoagulado, no toma más pastillas. Ahora tiene que ir con el neurólogo el martes”, detallaba el entrenador respecto de la evolución del tratamiento.
La referencia era estrictamente médica. Hasta ese momento, Altamirano seguía estando impedido de realizar ejercicios de alta intensidad junto a sus compañeros. No existía la certeza que acaba de entregarse.
El examen clave
La última fecha que plantea Domínguez era, en efecto, una instancia clave. De los resultados de esa revisión dependía contar con una mayor certeza respecto de la intensificación de los trabajos e, idealmente, del retorno al fútbol.
La preocupación no solo abarcaba a los argentinos. La evolución de Altamirano es seguida de cerca desde Talcahuano. Lo ha sido así desde marzo, cuando sufrió el inconveniente. Hay dos componentes clave. El primero es humano, considerando el alto aprecio que se le tiene en el club acerero, en el que se formó y alcanzó a brillar antes de partir. El otro es el económico. Por la mitad del pase que les vendieron a los argentinos, los siderúrgicos recibieron US$ 2,5 millones. Por esos días, el volante, quien está a punto de cumplir 25 años, era considerado un jugador altamente proyectable. De hecho, la figura de la transancción apuntaba a un movimiento futuro, a un mercado más potente.
“Esperemos al término de la semana”, pedían en Talcahuano, en alusión a las últimas revisiones pendientes, todas con carácter de “decisivas”. También se solicitaba prudencia a la hora de referirse al futuro. Para lo único que no había espacio aún es para la eventual resignación respecto del final de la carrera de una de las principales joyas que han producido. Ahora, ya no es necesario. Altamirano está de vuelta.