El miedo colocolista

Los jugadores de Colo Colo, hundidos.
Los Jugadores de Colo Colo se lamentan tras la derrota contra La Serena.

"El descenso ha pasado de ser una hipótesis imposible a no salir de la cabeza del jugador, del dirigente y del hincha. Se viene".



La tabla de posiciones produce escalofríos. Colo Colo, el eterno campeón, el único equipo chileno que nunca ha estado en la B, se retuerce en la última posición. Como nunca antes. Atrapado ahí abajo sin lograr soltarse, mientras sus compañeros de viaje lo abandonan y están cada vez más lejos. Los albos viven una pesadilla con los ojos abiertos, el corazón encogido y el fútbol cerrado. El descenso ha pasado de ser una hipótesis imposible a no salir de la cabeza del jugador, del dirigente y del hincha. Se viene.

El equipo fue avisando de su parálisis. Nació como una combinación fatal de errores institucionales y futbolísticos, defectos que señalaban a la estructura y al juego, a la disciplina y al rendimiento, a la exigencia y al criterio, a las relaciones y al trato, a la actitud y a la organización, a casi todo. Los problemas fueron subiéndose uno encima de otro y ninguna de las partes acertó a advertirlos. Y ahora están puestos todos de golpe, bloqueando la escapatoria, sin importar ya mucho quién tuvo la culpa en el deterioro, cuestión de la que ninguno ahí dentro puede desmarcarse. Da lo mismo señalar a Blandi que a Harold. Al palco, al banco o a la cancha. Solo importan las soluciones. Y lo grave es que por ningún lado se divisan.

Y tampoco es normal que estas aparezcan porque sí, de un almuerzo a otro. A la ANFP sí le ha pasado, que hace unas semanas le perdió toda la fe al seleccionador y quería destituirlo, pero se tuvo que abrazar a él por falta de liquidez y miedo a la indemnización, y ahora resulta que es el propio Rueda el que se marcha y dejando encima algo de plata en las arcas: Colombia es el Viejito Pascuero. Pero la lotería no toca dos veces.

Ya no quedan en el Monumental golpes de efectos convencionales. Probó el clásico de cambiar de entrenador, hasta dos veces, y el entrante empeora al saliente de forma cruelmente progresiva. La bala de los fichajes, sin mucha moneda de la que tirar, ya se gastó. Y un milagro en forma de Valdivia parece un sueño excesivo. No queda lastre por soltar. La brujería no es un camino. El remedio, de existir, tiene que salir de ahí dentro.

Y no parece sencillo, tales son los síntomas. Ya no es que el equipo juegue mal, rematadamente, sino que se desinfló en el carácter. Una piedra se vuelve una cordillera y el primer contratiempo se convierte en definitivo. A la mínima reaparecen los fantasmas y la depresión. Los rivales no se sienten nunca intimidados y Colo Colo se dobla preso del pánico ante cualquiera. Los demás se agigantan mientras los albos se empequeñecen. Así se cuentan uno tras otro los partidos, sin que el plan o el planteamiento previo dure de pie más de diez minutos.

El Cacique no piensa en otra cosa que en su descenso y eso se convierte en su peor pecado. No tiene la costumbre de estar sentado en esa silla de tortura y eso lo vuelve aún más torpe. La calculadora solía usarla para las sumas de arriba y ahora no da con las teclas que multipliquen los puntos que le faltan por las fechas que le quedan. Es una avería del ánimo, mental. Y por eso Quinteros, entre resignado y desesperado, acude a especialistas de la psiquiatría y proyecta sesiones que no buscan mejorar la táctica sino rescatar el espíritu. Porque el mal final de Colo Colo no es la falta de gol ni el exceso de faltas. Es el vértigo al precipicio que tiene al borde de los pies. Lo que siempre se ha llamado miedo. Y cuesta escapar de ahí.