Hace un par de años el ex futbolista Edgardo Abdala (Ñublense, Palestino, Vial, entre otros), hoy entrenador de equipos de Tercera, fue citado de urgencia a una reunión con el gerente técnico de Huachipato, Cristián Paulucci. El argentino, hoy ayudante de campo de Gustavo Quinteros en Católica, tenía una oferta que no podía rechazar: si su hijo Joaquín, volante ofensivo de la Sub 17, no firmaba con la empresa de Fernando Felicevich, "no jugaba más". Paulucci, chulescamente como dicen los españoles, le dijo: "Como vos, Turco, jugaste en Huachipato, te avisamos. De lo contrario, ni te enteras".
Joaquín Abdala destacaba en su categoría como un volante ofensivo con gran visión de juego y excelente técnica. Ya había sido sondeado para la selección Sub 17 y había una posibilidad de ir a México. Cuando su rendimiento venía en alza, Paulucci citó a Edgardo Abdala al club a "conversar".
A los Abdala no les quedó otra que aceptar tan generosa oferta. La misma que les hizo a todos los jugadores de las cadetes de Huachipato con posibilidad de llegar al primer equipo. Algunos se rebelaron sin suerte, como Ignacio Hernández. No quiso firmar y se tuvo que ir para la casa. Hoy sufre una profunda depresión y hasta tuvo un episodio de convulsiones. Misma situación de Joaquín Gutiérrez, parte del plantel que jugó el Sudamericano Sub 17 en Lima: no aceptó ser reclutado a la fuerza y desapareció misteriosamente de la nómina que comenzó a trabajar para el Mundial de Brasil.
Termino con los ejemplos: Javier Urzúa fue más pragmático. Le firmó el papel en la notaría de la ciudad ante la presencia vigilante de Fabián González, encargado de los juveniles Twenty Two (la empresa de Felicevich) y ya tiene 884 minutos en el primer equipo y hasta le hizo un gol a Cobresal. Uno que es fijo es Danny Pérez, el venezolano que supuestamente pertenecía a La Serena sin conocer la ciudad, que llegó a Colo Colo gracias al gentil auspicio de Gabriel Ruiz-Tagle y que ahora Fefe instaló sin problemas en Huachipato.
Joaquín Abdala ya no juega. Lo colgaron. Ni siquiera es citado para los partidos de la juvenil. Cuando lo ponía, el técnico Francisco Troncoso lo hacía jugar de volante de marca. Hay veces que lo mandan a entrenar con la Sub 14. Quiere irse y no puede. Una mañana se tomó media botella de ron y así llegar curado a la práctica para obligar a que lo echaran. Se rieron de él. Hoy está amarrado por Twenty Two; aunque quede libre a los 20, deberá ir dónde le digan. Los Abdala se hartaron, decidieron contarlo todo.
Mientras, usted se pregunta por qué no hay recambio en la selección chilena, por qué la Sub 23 se come seis con Japón, cuáles son los criterios para nominar a tal o cuál jugador, qué intereses hay detrás de tanta citación dudosa o polémica. Cómo Yerko Urra, quien agarró la titularidad de Huachipato por lesión de Gabriel Castellón, y de repente llega a ser el tercer arquero de la Copa América.
Lo mismo con Paulucci. ¿Cómo llega a Universidad Católica? ¿Lo pidió Quinteros? ¿Lo conocía? Es incomprensible que un ayudante de campo coaccione a los padres de los juveniles para que firmen con determinado empresario. Y que más encima sea reclutado por Universidad Católica, la mayor usina de figuras jóvenes del fútbol chileno. Diego Valencia ya ha recibido un par de recomendaciones sobre su futuro. Palmotazos en la espalda amistosos. Por el momento…