El 13 de diciembre de 1998 terminó transformándose en una efeméride en la historia de Colo Colo. Ese domingo, en el estadio Monumental, el equipo que dirigía Gustavo Benítez doblegaba angustiosamente a Deportes Iquique y conseguía la vigésimo segunda estrella de su palmarés. Esa jornada quedó grabada en la memoria colectiva por el carrerón interminable de Francisco Rojas para celebrar el gol de la victoria frente a los celestes, ante un recinto de Macul colmado, como seguramente estará este domingo, en el choque ante Curicó Unido. Hay que hacer, eso sí, una salvedad: por esos días, el reducto albo podía recibir casi 20 mil personas más que hoy. 60 mil gargantas se desgarraban en el festejo. La permanente lucha por garantizar la seguridad ha ido achicando los estadios chilenos.
Sin embargo, más allá de lo significativo que resultan esos recuerdos y esas imágenes, que coronaron la gestión del sólido equipo que había logrado conformar el paraguayo, que un año antes había llegado a disputar las semifinales de la Copa Libertadores, en las que cayó ante el campeón, Cruzeiro, y que logró añadir una corona que en Macul contabilizan como tricampeonato, obviando el Apertura que la UC sumó en 1997 y anteponiendo la tabla anual para ese propósito, lo concreto es que el logro adquirió valor mucho tiempo después. Concretamente, 24 años más tarde. Es el registro que otro Gustavo, Quinteros, puede romper esta tarde, para inscribirse por partida doble en la dorada historia del club popular. Si el Cacique vence al equipo maulino, se coronará como campeón de un torneo largo después de 24 años.
Ha pasado casi un cuarto de siglo y parece que está todo contado, pero cada cierto tiempo surgen nuevos antecedentes de una campaña que para los albos se transformó en objeto de culto. El Murci, autor de esa conquista inolvidable, confesó hace poco que en la alocada celebración, en la que sus compañeros, parte del cuerpo técnico y un par de asomados le cayeron encima en forma de ‘montoncito’, tuvo que pedir auxilio para no dejar de respirar. “Me faltaba el aire. Casi me muero”, decía el serenense.
Como el héroe de la jornada en esa feliz, pero angustiosa situación, Colo Colo llegó sin aire a esa jornada decisiva. Un día antes, en el Estadio Nacional, pero actuando como visitante, Universidad de Chile había vencido por 2-3 a Audax Italiano. Albos y azules peleaban mano a mano por el título. De hecho, la victoria sabatina estudiantil, que se había concretado gracias al doblete de Leonardo Rodríguez y la anotación de Flavio Maestri, les había permitido adelantar a los albos por dos puntos. Fue por esa razón que el gol de Jaime Lopresti, a los 67′ del encuentro que se disputó al día siguiente en Macul, palideció a más de algún forofo albo. Y eso explica, también, el desenfreno después de la conquista de Rojas, cuando la estadística los consagró por una solitaria unidad. Tan escuálida como vital: 64 contra 63.
“En la primera rueda, a la U le habíamos sacado un montón de puntos, no sé si 10, 11 o 12. Arrancó la segunda y nos empezaron a achicar. Llegamos a los últimos tres o cuatro un punto arriba de ellos. En esos partidos, ellos siempre jugaron antes. Nos pasaban por dos y nosotros teníamos que ganar obligatoriamente para volver a quedar primeros. En esa época no se jugaban los últimos partidos en el mismo horario. Los pudimos ganar todos. Uno de ellos, en Concepción, cuando Barti aprovechó el rebote después del tiro del Nico Córdova. La U nos apretó hasta el final. Nosotros siempre pudimos ganar, hasta el último, con el gol de Pancho. Habíamos sido campeones en 1996 y el 97. También en la Copa Chile del 96, con Gustavo. Ahí se terminó un ciclo”, recuerda Marcelo Espina, figura emblemática del período.
“La U ya había ganado. Estaban listos para celebrar. Íbamos empatando. Fue un partido tenso. Queda claro con la celebración. Todo explotó en ese segundo. Si hubieran puesto un drone, habría quedado claro que éramos todos corriendo detrás del Pancho para abrazarlo. Era una tensión terrible. No sé cuántos se tiraron encima. Uno trata de cubrir al que está abajo, porque, si no, se ahoga, se muere. Los que estábamos defendiendo salimos detrás de él. Lo agarramos cerca de la banca. Fue una locura”, asiente Marco Villaseca, titular ese día.
En la banca, la mesura también había desaparecido. “En un córner, con rebotes, un remate del Pancho Rojas pasa entre medio de un montón de piernas. Fue delirio en un Monumental lleno. Fue una alegría muy grande”, recuerda Gualberto Jara, entonces ayudante de Benítez. “Tiene más sabor ganar un torneo largo, porque premia a los más regulares del año”, valora, en una consideración que tomará vigencia en estas horas.
Para el guaraní, la jornada de hoy también tiene valor especial. Fue el antecesor de Quinteros, aunque en un momento mucho menos feliz, que casi termina en el primer descenso del Cacique. “A mí me tocó creo que la peor parte, con el club que estaba muy mal, con problemas a nivel de directorio, con la pandemia, con todos los conflictos laborales. No podíamos entrenar de la mejor manera. Todo eso llevó a esa situación dramática de estar peleando la permanencia. Afortunadamente, Colo Colo se salvó”, dice.