El tenis empezó por la temeridad y ahora va por el miedo. Arrancó con aquel torneo lleno de descuido y desafío a los protocolos que organizó Djokovic en su tierra, con una sonrojante lista de contagios gratuitos como castigo, y pasa ahora por un momento de calendario en los huesos e ilustres jugadores renunciando a participar o viajar a los torneos que siguen en pie por temor a contraer el descontrolado virus. La raqueta está rota, dividida, sin una hoja de ruta a la vista, vencida. Llena de dudas.
En realidad, la duda o la incertidumbre es una moneda común en el deporte, inevitable. Por más seguridad que exhiban en sus afirmaciones los que combaten de otra forma, o se resistan. El fútbol, por ejemplo, sigue firme, pero tampoco logra despejar los signos de interrogación. El de Chile continúa sin fecha para la vuelta a la competencia y disimula como puede los casos de negligencia o insensatez que le van enredando el escenario. Basta un desliz, un contagio, para que todo haya que dejarlo necesariamente en cuarentena. Y no de forma metafórica. Cualquier fallo individual le para en seco a todos, los retrasa. Se llame Curicó o San Marcos de Arica.
Y la Conmebol, por su parte, no retrocede. Pese a las corrientes derrotistas, ayer insistió en que la Copa Libertadores regresa el 15 de septiembre y la Copa Sudamericana, el 27 de octubre. No se hable más. Y además, anunció como resuelto un salvoconducto para recorrer a su gusto los países de la región, sea cual sea su circunstancia. Bajo promesa de estrictas normas sanitarias, y durante 72 horas, cada delegación visitante, después de llegar en vuelo chárter subvencionado, tendrá autorización expresa para comparecer a entrenamientos y partidos. Y asegura el organismo que tiene el visto bueno de los gobiernos, aunque el chileno ya dejó claro que la última palabra en su caso la tendrá el ministerio de Salud. Así que la cosa en realidad está en veremos, pero la pelota transmite seguridad y confianza. Habla como si se tratara de certezas.
Pero el tenis, no. El tenis, a quien su globalización extrema no favorece, airea que vive en estado de fractura y amenaza. Su temporada es un enigma. Incluso lo concreto, siempre sin público, parece en el aire. El regreso estaba programado para el 14 de agosto con el ATP 500 de Washington, pero se terminó cancelando. A la vuelta de la esquina están el Masters 1.000 de Cincinnati, en Nueva York, el 22 de agosto. Y a la semana siguiente será el US Open, a partir del 31, del que se están cayendo en catarata los participantes: Federer, por lesión, y Monfils, Fognini, Wawrinka, Tsonga, Kyrgios (a quien la pandemia ha vuelto cuerdo) y hasta Nadal, por pánico: “Mi corazón me dice que no es momento de hacer viajes largos sin saber lo que puede pasar”. Tampoco estará por lo mismo la número uno del circuito femenino, la australiana Ashleigh Barty. Las deserciones salpican al bolsillo (los premios económicos habían subido este año como incentivo) pero no al ranking: la ATP decidió que ningún jugador perderá puntos de aquí a diciembre.
Así que el chileno Garin, que se encuentra entrenando hace semanas en Miami y sí tiene intención de competir, lo hará incluso como sembrado. Tabilo aguarda a jugar qualys en Europa, donde esta semana se canceló el Masters 1.000 de Madrid. Por ahora, sigue en pie el ATP 500 de Kitzbühel, a partir del 8 de septiembre. Roland Garros está programado entre el 27 de septiembre y el 11 de octubre, mientras que la gira asiática se canceló. Todos los torneos de octubre y noviembre están por definir su realización. La Davis se bajó hace rato del año.
El curso 2020 pinta mal. Mientras hay algunos deportes que van sorteando los ataques a golpe de costosa y sofisticada burbuja (como la NBA, incluso en el corazón mismo de la pandemia y con Mickey Mouse al fondo), al tenis el virus le ganó el partido. Y ya lo reconoce.