El verdadero peso del gigante Yasmani Acosta: una historia de escape, sacrificio y lucha

El viaje olímpico del chileno comenzó mucho antes de pisar Tokio. Viene desde su etapa en Cuba, donde se inició en la lucha y de donde escapó para probar suerte en su nueva tierra. Viene también de las jornadas de trasnoche cuando era guardia de seguridad y no podía entrenar en el país. No ganó medalla, pero ya apuesta para París 2024.



Hace cuatro años Yasmani Acosta trabajaba como guardia de seguridad en diversas fiestas capitalinas. Lejos de su natal Cuba, sin su familia y sin poder entrenar, el deportista que estuvo cerca de alcanzar una medalla de bronce, sufría. Vivía un momento difícil, lleno de cuestionamientos e incógnitas. Pero un sueño lo mantenía de pie. Primero, ir a unos Juegos Olímpicos. Y con el correr del tiempo y el apego a su nuevo país, defender a Chile en la cita de los anillos

Así que resistió, tal como su deporte le ha enseñado. Aguantó el trasnoche del trabajo, los comentarios antipáticos de ebrios solitarios y el dolor de ser ver visto por muchos de sus compatriotas como un desertor. Masticó la incomodidad y aprendió de ella. Hoy, 2 de agosto de 2021, todo ese sacrificio terminar por valer la pena, aunque él no quedó conforme, porque se quería subir al podio y estuvo muy cerca de lograrlo. Pero Acosta sí gano a miles de chilenos que apoyaron su gesta en tierras niponas. Hoy su historia tiene más valor, una que está marcada por su escape de Cuba, el hambre y la soledad en los primeros meses en Santiago y unos Juegos donde casi se colgó una medalla olímpica.

Su vida está llena de momentos bisagras, de pruebas que le puso la vida para medirlo. No solo luchó dentro del tapete por el sueño olímpico. Yasmani Acosta, el cubano que eligió ser chileno, también combatió en vida para tener unos Juegos increíbles, en el que solo le faltaron la medalla.

Un escape que valió la pena

Cuando Yasmani aterrizó en Santiago para los Panamericanos de Lucha de 2015, él ya sabía que no volvería a su país. Su vida en la isla había llegado a su fin. Una decisión que tomó para poder cumplir su sueño.

En el país centroamericano no tenía opciones de competir en las pruebas internacionales de mayor relevancia, ya que la plaza que se entrega para estas competencias iba a ir siempre destinada a su gran amigo Mijaín López, uno de los mejores luchadores de la historia y que en Tokio conquistó su cuarto oro consecutivo, lo que nadie antes ha logrado en esta disciplina. Por eso asumió su momento y dio un paso sin retorno.

Su escape se dio en el hotel de concentración de la delegación cubana. Hasta allí lo fue a buscar Andrés Ayub. El también luchador chileno lo esperó en un auto en la puerta del recinto. Una que Acosta cruzó bajo la atenta mirada de sus compañeros. Ellos sabían lo que estaba haciendo. En diversas entrevistas ha declarado que ese momento fue uno de los más difíciles. Sintió vergüenza y cuando llegó al motel donde pasó sus primeros días como “desertor”, lloró. Esas comillas son porque él mismo ha dicho que no se siente así. Él solo dejó su país para cumplir su sueño, eso no es un acto político. Es la motivación más personal que uno puede tener.

Pero el inicio de este viaje no fue fácil. Su huida le impide volver a Cuba en los siguientes ocho años y además tuvo que lidiar con el castigo de la federación isleña, el cual lo dejó sin los papeles para poder competir internacionalmente. Así fue como llegó a su trabajo de guardia en fiestas del sector oriente. Sin poder entrenar, y luchando por los papeles que le permitieran volver a los torneos, Acosta tuvo que arreglárselas para vivir.

Pero en 2017 el panorama comenzó a aclarar. Neven Ilic fue uno de los grandes responsables de aquello. El ex presidente del Comité Olímpico ayudó para que desde Cuba liberaran a Yasmani. Ni siquiera esos dos años sin entrenar era un problema para los federativos chilenos. La fama que lo precedía era suficiente para confiar en él y abrirle las puertas del Centro Olímpico. Fue ese mismo año que pudo debutar con la bandera nacional en el pecho.

E inmediatamente la apuesta tuvo premio. Consiguió un bronce en el Campeonato Mundial de Lucha de Francia 2017 y una plata en el Campeonato Panamericano. Un año después y con la ciudadanía chilena ya obtenida, logró bronce en Panamericanos, oro en los Juegos Sudamericanos y un octavo puesto en el Campeonato del Mundo. En las temporadas siguientes los premios seguirían llegando a montones. Chile ya tenía a un luchador top.

Los Juegos, su gran sueño

El sueño olímpico comenzó gracias a su medalla en los Panamericanos de 2020. En Canadá, Yasmani consiguió el oro y aseguró su pasaje a Tokio. Ahí también se le vio conmocionado, con lágrimas y palabras de agradecimiento a todos quienes lo guiaron en estos años.

Pero ahí vino la pandemia, una que para Yasmani no fue del todo negativa. Pese a tener que estar sin entrenar y encerrado, pudo aprovechar el tiempo y la suspensión de los Juegos Olímpicos para sanar su cuerpo. Había clasificado lesionado y lo más probable es que si se hubiese jugado en 2020, los dolores en su cuerpo habrían seguido presentes en la competencia.

Un año de margen, uno que valió un rendimiento extraordinario. En Tokio demostró ser un luchador único. Trabajólico, apasionado y resistente. Incluso rozó la gran final, pero una cuestionada decisión de los jueces lo dejó en el enfrentamiento por el bronce.

Incluso horas antes de disputar el vital duelo, utilizó sus redes para poner sus descargos: “Mi arbitraje en semifinal no fue muy bueno, hasta una persona que no entienda la lucha puede verme ganar en este combate...pero ya pasó, ahora quiero decirles que hagan lo que hagan, nada de esto puede detenerme, iré a buscar esa medalla Olímpica”, escribió.

Una que lamentablemente no pudo llegar. Yasmani estuvo cerca. El bronce se le resistió y consigo el final soñado para una historia de película. El chileno sufre, pero ya sabe que tiene que seguir adelante. Su vida le ha enseñado que no puede detenerse. Si no fue Tokio, podrá ser París.

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