Más allá de las razones y los números de cada parte, con argumentos en sus posiciones para empatizar o reprochar, la realidad es que la dirigencia y el plantel de Colo Colo han sido incapaces de llegar a un acuerdo financiero para aliviar una crisis que golpea en todas las direcciones. Y se han convertido así en el único club de Primera en dejar esa imagen de fractura y desacuerdo en estas horas malas. La única jefatura inflexible en acogerse a la Ley de Protección al Empleo y el único camarín intransigente en atender fórmulas de auxilio. Ninguno de los bandos ha sido capaz de sentarse a negociar, ni de escucharse, como gritó la Dirección del Trabajo cuando se aburrió de cumplir en falso el papel de mediador. Así que en cesantía hay uno solo y se llama Colo Colo.

Lo primero que salta a la vista es un fracaso que señala para mal a sus interlocutores. Harold Mayne-Nicholls es un gestor tozudo cuando cree que tiene la razón, poco amigo de las concesiones cuando de unos intereses a defender se trata y de una influencia indiscutible en los gobiernos en los que participa. Un frontón que ha dinamitado la armonía de unos jugadores acostumbrados al regaloneo y las caricias. ¿Eso lo explica? Quizás. Los referentes del camarín son unos malacostumbrados a salirse siempre con la suya, con galones y soberbia suficiente para no dar su brazo a torcer y autoridad para imponer su voz sobre la de los compañeros. ¿Eso lo explica? Quizás.

El caso es que el club potencialmente más rico, también el que sus libros oficiales han enseñado los peores agujeros, es el único que no ha sabido mantener una conversación. Y hay quien entonces lo encara. ¿El problema de su solvencia es de verdad por el coronavirus o por una administración anterior deficitaria? En medio de esa crisis de tesorería que viene de lejos, recuerdan, aparecía la cúpula alba tomando un avión para traer a uno de los técnicos más caros de Sudamérica (por cierto, la banca sigue esperando inquilino) y paseando por Europa un majestuoso proyecto de reconstrucción del Monumental.

Y el caso es también que el plantel que más cobra de Chile es el único que no se ha animado a juntarse en una mesa y mirar más allá de sus bolsillos. El mismo, le disparan, cuyo líder hace menos de un año recibió un millonario bono de cortesía por pasar a Chamaco Valdés como máximo goleador del fútbol chileno, y cuyos referentes en su mayoría terminan contrato en diciembre y lucen una edad que no les compromete.

Pero más allá de los efectos que en sus respectivos monederos tenga este desencuentro y también de lo que Trabajo dictamine en su fiscalización del caso, lo relevante está en detectar los espacios paralelos y venideros que la sangre de esta herida va a manchar. Es decir, lo que vendrá después. Si se puede funcionar con las relaciones rotas.

Al calor del conflicto están apareciendo declaraciones reveladoras al respecto. Lo deslizó ayer Cristián Canio, un histórico al que le ha tocado pasar por lo mismo, sin opción de negociar, en los sótanos de la B, en Temuco, después de cobrar en mayo $ 160 mil, menos de lo que había recibido incluso como cadete. “Cuando pase todo esto, porque alguna vez va a pasar, no sé cómo será esa vuelta. Yo creo que será bastante compleja porque no sé con qué cara van a exigir si en el momento más difícil nos dieron vuelta la espalda”. Felipe Flores, al que Aníbal Mosa sigue teniendo cogido del cuello por una deuda antigua, asegura que sus ex compañeros le han dicho que han perdido la confianza en el timonel para siempre. Justo el gran valedor y consentidor de los jugadores en tantas y tantas rabietas pretéritas.

El problema no es hoy, más allá de la suciedad actual sobre la imagen. El problema es el día después. Cuando pasen los tres meses que la ley concede a esta situación interina o la reanudación de la actividad obligue a convocar de nuevo a los expulsados. Cuando los enemigos en casa vuelvan a encontrarse. Cuando las partes, cada una en su ámbito, tenga que elegir entre la profesionalidad y el bien común o los ajustes de cuentas. Ese será el partido.