Enero de 1977
Cada intervención, cada cruce, cada choque, provocaban una nube de polvo rojizo y pringoso. El polvo de la Pampa. El público debía esperar que bajara para descubrir el resultado de la barrida a fondo del defensa central de la selección de Valparaíso. Tenía el pelo desordenado y crespo, las piernas flacas y fibrosas, metía firme la suela y gritaba ordenando la zaga. La fama de chuletero lo perseguía desde que comenzó en el club Orompello del cerro Esperanza jugando como lateral derecho. Su rudeza y don de mando lo pusieron en el equipo que representaba al puerto en ese nacional juvenil amateur jugado en la oficina salitrera de Pedro de Valdivia. Corría enero de 1977, el sol quemaba el desierto, el aire enrarecido se metía en los pulmones y todo el pueblo llenaba los fatigados tablones del viejo estadio de madera. Menos de 20 años más tarde, Pedro de Valdivia se convertiría en una ciudad fantasma.
Los locales, les habían advertido, jugaban con galletas. Imposible que una oficina salitrera pudiera tener un equipo tan bueno. Algo le soplaron al crespo de un tal Eduardo Gómez, un cabro de piernas chuecas que habían traído especialmente desde Ovalle y jugaba de central como él. También estaba alerta del centrodelantero, Navid Contreras, al que acarrearon desde La Serena y la venía embocando parejo. Jugaron de noche contra Pedro de Valdivia, con la fresca. El crespo estaba acostumbrado a las canchas de tierra del Alejo Barrios, pero esto era otra cosa: un polvo salitroso, lleno de silicio, que no lo dejaba hacer pie. A Contreras le metió un par de viajes y se ganó la amarilla. No podía usar los codos ni dar "cortitos" en los córners. Los árbitros de la ANFA cobraban todo.
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Hernández Norambuena, como seleccionado de Valparaíso en 1977.[/caption]
El crespo, como el resto del equipo, confiaba en el crédito del puerto. Otro flaco de melena descuidada que picaba a los espacios y encaraba con las dos piernas. Además, le pegaba desde cualquier posición y tenía el gol entre las cejas. Pero esa noche no la tocó, el galleta de Ovalle mostró su calidad como tiempista y le ganó todos los mano a mano. Como el crespo, tampoco hacía pie en la tierra pampina.
Perdieron 5-0.
La selección que representaba a las divisiones inferiores de los equipos profesionales de Santiago, llamada, sin mucha gracia, Cadetes, también les dio un baile terrible. Fue otro 5-0. Un tal Puyol lo volvió loco con la zurda y atrás tenían un defensa central igual de flaco que el crespo, pero mucho más alto e impasable por arriba. Se llamaba Edgardo Fuentes. Jugaba en Palestino. El crédito goleador, el de la melena descuidada, una vez más, no pudo con él.
Regresaron a Valparaíso con un decepcionante cuarto lugar después de ganarle a Temuco, San Fernando y Castro. El crespo volvió al Orompello como figura y capitán y se ganó algún torneo regional. Después se probó en Audax Italiano pero al final prefirió estudiar educación física. El de la melena descuidada se fue a las inferiores de Wanderers y en dos años ya debutaba en la selección adulta en un amistoso contra Ecuador en el Estadio Nacional.
Ambos, Mauricio Hernández Norambuena, el crespo chuletero, y Juan Carlos Letelier, el de la melena descuidada, pudieron entrar en la historia por senderos muy distintos. Uno disfruta el retiro con calma y alejado del ambiente futbolístico, dando raramente alguna nota donde recuerda sus goles por la selección; el otro está recluido en la Cárcel de Alta Seguridad esperando una última condena, pagando la vida rocambolesca del revolucionario eterno.
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